martes, 24 de noviembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 1: CANSANCIO.



– Estoy esperando a que pase al tablero, Señorita Casandra – me indica la profesora Matilda por enésima vez, asumiendo que ya me lo ha dicho en otras ocasiones.
¡Me duele hasta la médula!
Mis músculos piden piedad, después de todo el ejercicio que hicimos Anselmo y yo este fin de semana; pero eso no es lo peor, los ojos se me cierran y lo único que quiero es descansar en mi deliciosa cama. No me estoy concentrando para nada y todavía faltan dos clases más, una de ellas, Planeamiento. No sé qué haré cuando me pidan que me transforme y comience a planear, porque no creo poder mover un ápice de mi cuerpo para subir, bajar, saltar o para algo más que el solo hecho de respirar que, por cierto, hasta eso me duele.
La miro fijamente.
“¿En serio me va a hacer esto a mi?”, me pregunto asombrada.
Supongo que esto tiene que ver con aquella petición que me hizo al iniciar el año, eso de que nuestra relación aquí era de profesora-estudiante. Estrictamente profesional, agregó específicamente.
Me levanto del asiento con todo cuidado de no lastimar involuntariamente alguno de mis mallugados músculos. Increíblemente, hoy me importa un bledo cualquier idiotez que diga alguno de mis compañeros, sobre todo Balbina, quien es la que más cuchichea y ríe a mis espaldas. Al frente, algunos garabatos mezclados con números y un dibujo que parece un cañón con una línea arqueada saliendo de él. No puedo creer que quiera que adivine cómo se moverá los proyectiles que saldrán de ese garabato. Asegura que hay una fórmula para ello, justamente, en el espacio donde están los garabatos y los números.
¡Ja!
Y es en este momento cuando me pregunto si podré usar la fórmula para que salga la bala del cañón y le dé justo a ella para que la saque por la ventana y así me deje en paz.
Calma.
Recuerda que eso no se le hace a la familia, además, no es la primera vez que me manda al tablero y estoy en blanco. Solo la miraré con cara de súplica para que me ayude, así que giro la cara para verla a los ojos.
No va a funcionar.
Su mirada es gélida y su rostro, severo.
– Espero a que resuelva el problema, señorita Casandra. Si es que mi clase es tan aburrida como para que se duerma, es porque ha estudiado todo el temario.
¡Dios!
Me dormí sin darme cuenta.
No me lo va a perdonar.
Rasco la parte trasera de mi oreja, a ver si logro recordar algo de lo que ha dicho de este tema en clases anteriores. Veamos, tengo la fórmula y tengo algunos datos, probaré resolverla con lo que tengo a la mano. La verdad, no sé qué rayos estoy haciendo, pero creo que si hago algún intento a lo mejor me ayude, después de todo, siempre nos hemos llevado bien ella y yo.
A ver, g es 9.81, c es 3… ok, reemplazar y… multiplico aquí, sumo todo y…
– ¿Esta es la respuesta, profesora? – le pido que revise la respuesta.
– Si es esa, puede sentarse, muchas gracias – me responde profe Matilda, todavía malhumorada.
¡Uf!, creo que me salvé esta vez, pero sé que no me lo va a hacer fácil para la próxima. Es triste cuando tu tía favorita se convierte en tu verdugo en el colegio.
– Gracias – me dice Quiteria a mi lado – me salvaste de ser yo quien fuera al tablero.
– Créeme, no lo hice por ti – le respondo con algo de ironía.
– Igual, gracias, aunque no lo hayas hecho por mí, tengo la mala suerte de que siempre me llaman al pizarrón cuando no he estudiado – indica y me hace sonreír – por cierto, ¿Qué me trajiste hoy de cenar?
– Todavía Filemón no ha llegado, pero espero que sea algo muy bueno, estoy famélica – le indico con un guiño y ambas suspiramos. El hambre me está matando como jamás en la vida.
Suena el timbre de cambio de clases.
Hora de la tortura.
Planeamiento.
Afuera del salón está mi héroe Filemón.
– Espero que pueda apreciar algo de lo que se cocinó, Señorita, hoy hubo visitas en casa, la reunión anual de vecinos, me temo – dice este, después de saludar.
De inmediato abro la porta viandas.
¡Qué horror!
Pastel de carne.
¿Por qué harán esta clase de cosas?
¿No pudieron hacer una deliciosa ternera asada y ya, en vez de ahogar la deliciosa carne en un montón de masa para pan?
Supongo que mis padres saben que, si tengo hambre, comeré todo lo que pueda.
– Escogí los trozos con mayor cantidad de carne, procurando complacer a las señoritas – comenta, haciendo un ademan a Quiteria, que está a mi lado.
– Le agradezco, Filemón – le responde esta.
– Ahora debo marcharme, Saludos Señoritas – indica Filemon, dirigiéndose hacia los salones donde se encuentra Casilda, como siempre.
– Se dice que te vieron por la Torre Este hace unos días, que ibas corriendo con tu novio, me parece – comenta Quiteria, mientras caminamos por el largo corredor que da al bosque.
– La gente es chismosa y lo sabes – le digo, tratando de evadir el tema.
– La gente soy yo, querida – riposta, mirándome de reojo – me puedes decir, ¿Qué rayos hacías por allí?, esa torre es peligrosa, ¿lo sabías?
– Ten cuidado, por cómo me hablas, pareciera que te importara – le respondo. Es muy raro que Quiteria demuestre que alguien le importe.
– Solo responde mi pregunta, querida – me dice tajantemente. La miro fijamente porque me tiene mucho más intrigada su interés. Siempre ha sido práctica, directa e imprudente, pero es la persona más sincera que conozco y si está interesada en algo o alguien, es porque de veras le importa ese algo o alguien.
– Curiosidad, es todo – le contesto.
– Sabias que la curiosidad mató al gato, ¿cierto? – Su cara es severa cuando me habla y siento una línea fría recorriendo mi espalda – muchos Qatos han muerto tratando de averiguar lo que hay en esa torre; por favor, no lo vuelvas a intentar.
– ¿Qué sabes tú de eso, lo has intentado? – le digo intrigada. De seguro sabe algo y es mejor que Anselmo y yo estemos preparados antes de siquiera intentar ir.
– Veo que, a pesar de todo lo que dices, eres una Qato de pura cepa, no te importa que te dije que puedes morir, solo te interesa “saber” – sus pupilas se vuelven una fina línea cuando me habla y, al darse cuenta que no le diré una palabra más hasta que me responda, continua – cosas se dicen de aquella Torre, se habla de gente que en el intento por entrar, caen sin poder planear y se fracturan, incluso mueren, de gente que pierde la memoria al entrar o terminan en un manicomio, es un lugar peligroso, lleno de trampas, cuentan algunos en su locura. No es un sitio para ti, niña, ninguno de tu casta lo hace o lo intenta siquiera. Ese sitio no es para ti.
– De seguro debe haber alguien que lo haya intentado y logrado, ¿Qué hay de ellos? – le riposto. No me va a intimidar, quiero saberlo todo.
– De esos nada se sabe – me responde.
– Nada se sabe, ¿acaso se quedan ahí? – ahora soy yo quien la cuestiona.
– Nada se sabe, punto. No se conoce de nadie que lo haya hecho, eso es todo – me contesta, luego trata de mirar al piso, para intentar decirme algo más – mira niña, los de tu casta no lo intentan y, si lo hacen, cosas terribles les ocurre. Te sugiero, no, te ruego que no te acerques.
– ¿Los de mi casta dices? – Inquiero, estoy inmune a sus comentarios, solo quiero respuestas – ¿Es que soy una clase distinta de Qato o qué?
– ¿No sabes a qué casta perteneces, tus padres no te han dicho? – me vuelve a cuestionar.
– Obvio que no – le riposto – ¿desde cuándo los Qatos estamos divididos por castas?
– Desde toda la vida, querida, desde que somos lo que somos.

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