lunes, 5 de agosto de 2013

El Mal de Candy Candy, V Parte.

Este es otro extracto de mi universo paralelo:

– Puedes pasar – me dice, al oír que toco la puerta. A pesar que debería ser todo lo contrario, es decir, que sea ella quien toque a mi puerta, pero no olvido que es mi tía, suficiente humillación tiene con que la haya citado a esta reunión.
Me siento frente a su despacho. Nos quedamos mirando fijamente largo rato. Su mirada pesa sobre mí como el yugo de los bueyes, pero no me puede importar eso ahora. El tema que vengo a tratar con ella es sumamente delicado. No puedo olvidar su edad y lo mal que ha estado últimamente, así me lo han reportado los doctores. No quiero causarle más disgustos, es el único recuerdo que me queda de mi padre, de mi hermana. Es la única persona que se ha preocupado por mí. Y a pesar de que siempre hemos discrepado en todo, lo único que tenemos en común es el cariño que nos tenemos.
– Y bien, ¿me vas a contar donde has estado todo este tiempo? – rompe el silencio. Su voz es firme, severa. Su mirada es inflexible y anhelante a un mismo tiempo. Deseo abrazarla, pero no sabría como hacerlo. No recuerdo la última vez que lo hice.
– Fui al África, ya sabes – le contesto finalmente. No soporto su mirada, así que me levanto del asiento y me dirijo a la ventana. El sol casi está al ponerse, resaltando hermosos destellos de naranjas, rosas y algunos violetas. La brisa es fresca y la aspiro lentamente.
– ¿Solo eso me dirás?, ¿Así vas a sofocar toda la preocupación que he tenido por ti todo este tiempo? – su tono de voz es glacial, severa, demandante, lastimada.
– No, no es todo – volteo para mirarla – hay mucho más que debo contarte. Lo primero que debes saber es que he padecido amnesia los últimos meses, y que ha habido alguien a quien tú conoces, que me ha estado cuidando todo este tiempo, sin saber realmente quien era yo – me acerco para sentarme a la silla. No voy a evadir más su mirada.
Esta es la parte que me incomoda. Aquella en la que quiero reclamarle. Puedo hacerlo, soy el heredero, el jefe de toda la familia. Ella ha cuestionado todas mis decisiones, incluso las ha echado por tierra, aprovechando mi ausencia. Pero soy su sobrino, el único recuerdo que tiene de su amado hermano, y de su adorado sobrino, a quien todavía llora.
– ¿Y cuál es el nombre, si se puede saber? – me pregunta.
– Te diré el nombre, pero primero te contaré todo lo que ella ha hecho por mí – le contesto gélidamente – sabes, yo la conozco desde hace ya muchos años, a pesar de que nunca le dije mi nombre completo. Siempre hemos tenido simpatía el uno por el otro. Nos hemos considerado como amigos el uno del otro – hago una pausa, tomo aire por la nariz. Sí, me estoy tomando mi tiempo. Quiero que lo asimile todo con suavidad.
– Ella me escribió por un asunto que me preocupó muchísimo, y fue por esa carta que hoy estoy aquí. Fue la razón por la cual decidí tomar mi puesto como la cabeza de la familia. ¿Ya tienes un indicio de quien es ella?
– No, no tengo la menor idea – me responde. Veo una gota de sudor perlando su apergaminada frente. Cierra los ojos y se levanta súbitamente, dándome la espalda. Pero no voy a detener mi relato ahora. Quiero esto, que se sienta incomoda.
– Traté de regresar por mis medios, de la misma manera en que me fui, pero tuve un accidente y perdí la memoria. Lo único que repetía era mi ciudad de origen, así que decidieron traerme aquí. Pero todo el mundo pensaba que era un espía. Nadie me trataba bien, como si fuera un despojo humano. Me dieron la peor habitación del hospital, y  de no ser por ella, me hubiera ido sin recobrar la memoria. Pero ella se opuso incluso al subdirector del hospital. Me dio hospedaje cuando me lo negaron en el hospital, aun sabiendo que eso le traería problemas, y de hecho, se los trajo. Pudo haber perdido su puesto de trabajo porque había decidido vivir con un hombre desconocido, que no era ni su hermano ni su esposo. Me dio techo y cuidados. Tuvo la paciencia y la dedicación para que yo sanara.
Su cara estaba pálida, inexpresiva, congelada en el tiempo.
– Si ella hubiera sabido quién era yo, hubiera estado aquí hace meses. Pero ella no lo sabía, y aun así me cuidó igual que si lo supiese.  Pero no es la razón que me trajo aquí, el contarte donde estuve o lo que hice. El motivo fue el que hizo que ella me buscara desesperadamente,  lo que la trajo a mí y que conociera mi verdadero nombre. ¿Sabes cuál fue la razón, tía?
– De todas maneras me la vas a decir, así que te escucho – vuelve a tomar su aire digno, dándome la espalda.
– Si, te lo diré. Me buscó por todos lados para implorarme que no la obligase a casar con una persona a quien odia con todo su corazón. Me dijo que tú le habías dicho que era orden mía. ¿Es eso cierto, tía?
– Si, así es. Me pareció lo correcto. Tú no te encontrabas y no iba a permitir que en un futuro se casara con un don nadie, y que nuestra fortuna pasara a manos de un perfecto desconocido, a lo mejor un pobre mendigo igual que ella – Su cara no muestra absoluto arrepentimiento ahora. Cree que era su deber.
– ¡Pero sabias que yo no lo permitiría! – Le respondo golpeando sonoramente el escritorio frente a ella – ¡Sabias que estaba mal!
– ¡Yo tengo que velar por el bienestar de la familia, además, tú la dejaste a mi cargo! – me responde en el mismo tono, golpeando también el escritorio. Me contengo. Tomo aire sin dejar de mirarla fijamente.
– Hace mucho que no te ocupas de ella, muy por el contrario, la has desconocido y permitido que hagan con ella lo que quieran. Incluso, dejaste que dieran la orden para que le prohibieran trabajar en la ciudad – le digo, ahora más tranquilo.
– Ella tiene la culpa, ¿sabes que dejó el colegio al que la enviaste, manchando nuestro buen nombre?, y antes de ello, la sorprendieron encontrándose con un joven en un establo. Esto es algo que no podía tolerar.
– ¿Y sabes por qué ocurrió todo ello?, ¿le permitiste a ella explicarse?
– Ella se fue del colegio, y decidió dejar nuestro nombre.
– Porque nuestra familia le ha hecho la vida miserable, y sabes de quienes hablo. Incluso, de no ser por mí, hoy estaría viviendo en México, y todo por una trampa que le pusieron.
– Te recuerdo que yo estuve allí cuando descubrieron las joyas en su maleta.
– ¿Te consta que ella tomó las joyas y las colocó en su maleta?
– ¡Me basta con lo que vi! – su tono es de indignación. No va a ceder en su error.
– A mí me basta con lo que ella ha hecho por mí para juzgarla – bajo nuevamente mi tono – y debería bastarte mi palabra para creerme – me vuelvo a sentar, entrecruzando mis brazos. Se nota cansada. Mira fijamente sus manos, luego las relaja a cada uno de sus costados, en señal de rendición.
– Eso se lo tengo que agradecer – dice finalmente.
– Como comprenderás, como mi hija adoptiva, debo velar por su bienestar, y debo pedirte que te retractes en tu decisión de que se case – le solicito – te lo pido como tu sobrino, no como la cabeza de la familia – su cara está serena, pero no me responde. Puedo escuchar sus pensamientos. No es fácil para ella retractarse de una decisión. No sabe cómo se hace.
– Lo haré. – me responde finalmente.
– Sabría que lo entenderías, gracias – le contesto, sonriéndole levemente.
– ¿Qué harás con ella? – Me pregunta luego de un largo instante. La miro fijamente. No puedo creer que todavía piense en echarla de la familia. No sabiendo que tiene mi total apoyo – no me malentiendas – se aclara inmediatamente – pero  no tiene los modales de una dama y no se comporta como tal. No puedo negar que es una chica de buenos sentimientos, pero su forma de actuar daña nuestra reputación. Además, ella no quiere ser más tu hija adoptiva, ya te lo ha expresado así, según me ha contado ella misma.

– Y yo no deseo que sea mi hija adoptiva por más tiempo, pero esa es una decisión que no te va a agradar.

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