jueves, 1 de agosto de 2013

El Mal de Candy Candy, IV Parte

No quería terminar la serie El Mal de Candy Candy, sin hacer un pequeño cuento inspirado en la serie, y creo que es algo que pudo haber pasado. Espero que les guste.




– Hola – me dice una conocida voz, y mi corazón se sobresalta. Se suponía que debía ver a alguien por él que mi mente divaga todo el tiempo. Otro hombre con el que quiero compartir el resto de mi existencia, en su lugar me encuentro frente al pasado.
– Hola – le respondo simplemente, al tiempo que le regalo una ligera sonrisa. Después de todo, se supone que seguimos siendo amigos. Nunca nos peleamos, simplemente nuestras vidas se vieron forzadas a tomar rumbos diferentes.
– Estaba dando una vuelta por aquí y te vi, así que decidí pasar a saludarte – me aclara, mientras toma asiento, haciéndole una seña al mesero para que le traiga lo mismo que estoy tomando, un café y tostadas con mermelada – me sorprende verte, creí que seguías trabajando en el hospital.
– No, ya lo dejé – le contesto – me despidieron, así que  decidí tomarme un descanso largo antes de tomar un nuevo empleo. Y tú ¿cómo estás? ¿Sigues con la compañía de teatro?
– No, terminé la temporada con la obra y luego los dejé, preferí regresarme a mi país – me responde, al tiempo que me mira fijamente – tenía muchas cosas en qué reflexionar.
Le doy un sorbo a mi café y muerdo la tostada. No quiero responderle a la pregunta que no ha formulado. Se ve radiante y sigue siendo igual de guapo, incluso más. Su cercanía me hace rememorar aquel tiempo que estuvimos juntos, en el que solo existíamos él y yo. Pero es solo un lindo pasado, parte de mi juventud. Yo no soy ya la misma y el tampoco. No puedo echar el tiempo atrás ni quiero. Sería negarme a mi felicidad presente.
– Sabes – prosigue – mi padre fue un día a verme, quería que regresara, me contó que hablaste con él antes de marcharte. Pensé que se opondría a mi matrimonio con Susana, pero muy por el contrario, me alentó a que lo hiciera. Me dijo que estaba muy orgulloso de mi, y que no cometería el mismo error que sus padres cometieron con él. Eso te lo debo a ti, el que me reconciliara con mi padre, quiero decir.
– Me alegra saber eso – le indico – cuando te fuiste, el intentó retirar su ayuda, así que decidí hablar con él.
– Si, ya me contó como fue el asunto – se ríe – no me extrañó cuando me dio los detalles – eso me hace sonrojar – esas son las cosas que me gustan de ti.
Pone su mano encima de la mía, acariciándola, luego, cuando observa que lo estoy mirando, la retira de inmediato. Da un largo suspiro y desvía la mirada. Es evidente que aún se le olvida como están las cosas.
– Lo siento – me responde, cuando gira nuevamente para verme – el caso es que ahora está tratando de restablecer la línea de sucesión, para que sea el Duke a su muerte. Le está trayendo problemas con su esposa, incluso ella ha movido un par de influencias, pero mi padre ha sido firme en esto. Dice que me lo debe, por todo el tiempo que no pasó a mi lado. Le he dicho que yo ya he encontrado mi camino, pero no le importa. El punto es que Susana y yo nos encontramos aquí. Mi padre quiere que la boda sea con todos los honores de su rango.
– ¿Y qué piensa Susana? – le inquiero.
– Está empecinada en que no quiere obligarme, pero no para de decir que me ama. Quiere que todo sea por amor y no por su condición. Pero todos sabemos que no podemos volver el tiempo atrás, ¿no es verdad?, de ser así yo solamente querría una cosa.
Ahora la que desvía la vista soy yo. No quiero verle a la cara, ni encontrarme con esos ojos azules que otrora me perdían. Ahora ya no. Y ese es el verdadero problema. No quiero sentir sus ilusiones romperse cual cristal.
– Mi vida es muy complicada ahora – se limita a decir – pero no puedo esperar a que nadie espere por mí. Cada quien debe forjarse su felicidad, y yo te deseo la mayor de todas – el roce de su mano me vuelve a sobresaltar – quiero que sepas – me dice, mientras me mira a los ojos – que desde que nos separamos, no ha habido un minuto en que no desee que seas feliz, y no me refiero a Nueva York, estoy hablando del colegio. Lo que hice fue por ti. Siempre tuve la esperanza de que estuviéramos juntos, pero sé que no es posible. Ahora lo sé.
Retira su mano y vuelve a suspirar. Sus ojos están tristes, se ve desconsolado, pero sus labios hablan de todo menos de ese dolor que refleja su mirada.
– Sé con quién estás, y no hay otra persona con la que me gustaría que pases el resto de tus días. No hay nadie que te haría más feliz. Te deseo lo mejor y espero que cuando nos encontremos en el futuro nos podamos reír de todo esto.
Y se levanta para irse corriendo.

– ¡Espera! – le grito, pero ya es muy tarde, se ha alejado de mi.

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