martes, 16 de julio de 2013

CUESTA ABAJO: Capitulo Dos.



Don Migo solo tenía un objetivo, pasar el resto de su vida compartiendo con su familia. No se le podía culpar, se la pasó la mayor parte de su existencia trabajando. Ahora solamente quería pasarla al lado de su mujer, sus hijos y sus nietos. Pero tenía un gran inconveniente, sus hijos y nietos se encontraban muy lejos, en otro país.
Es por ello que Don Migo, a pesar de estar gozando de las mieles de su jubilación aún trabajaba, bueno, se decía constantemente, si a eso se le podía llamar mieles,  pues a veces resultaba un poco amarga. Su pensión a penas cubría la tercera parte de lo que otrora fuera su salario. Y es que lo largo de su carrera, Don Migo ocupó varios cargos ejecutivos, subió la gran escalera laboral hasta la cúspide, incluso llegó a ocupar algunos cargos gubernamentales. Su hoja de vida era uno de las más laureadas dentro de la empresa donde laboraba, y, a pesar de todo, era querido y apreciado; y todo eso trajo como consecuencia grandes dividendos salariales.
Con ello logró cosas importantes, su casa estaba ubicada en el centro de la ciudad, con los más finos acabados. Sus hijos habían estudiado en los mejores colegios, y ambos lograron estudiar en el extranjero, donde consiguieron plazas de trabajo y se pudieron establecer.
Ahora Don Migo y su esposa tenían el nido vacío, y solamente ansiaban aquel viaje anual, donde toda la familia se reunía para realizar un paseo por varios lugares. Este viaje se planificaba casi desde que acababa el último y participaban todos los miembros del clan, su clan, desde la manera de transportarse, las paradas que harían, los lugares que visitarían, e incluso, las nietas más coquetas se encargaban de escoger el vestuario que llevarían. Era todo un acontecimiento. Don Migo vivía para este paseo.
– ¡Pero cómo se atrevió! – se escuchaba una voz en el cubículo de al lado.
– ¡Shhh!, ¡Te está escuchando! – decía otra voz entre susurros.
– Ok, Ok – respondía mas queda la primera voz – mejor vamos al comedor.
Las voces se acallaron, pero las siguieron ruidos de unos pasos que se acercaban a la puerta del gran salón, donde estaban los innumerables cubículos.
– Ehhh… hola Don Migo – decía Linda, la secretaria, o mejor dicho, la asistente administrativa. A su lado Marcia solamente levantó la vista para dedicarle una sonrisa tímida a Don Migo, a manera de saludo. Ambas se escabulleron rápidamente por la puerta, y por el gran ventanal se veía hacia donde se dirigían, hacia el lugar donde se cocinaban todo el cotilleo, el comedor.
Don Migo ignoró el episodio. Tenía cosas más importantes que hacer, sacar las pertenencias de su vieja cajeta y colocarlas en orden para organizar su nuevo cubículo.
Hace un par de meses gozaba de una oficina propia dentro da la división, una contigua al jefe del departamento. Ahora, al regresar de restablecer el orden en una de las sucursales más cercanas a la casa matriz, resultaba que su oficina se encontraba ocupada por quien ocupaba su antiguo puesto. “Hay que darle paso a los jóvenes”, se decía constantemente por toda respuesta a los constantes cuestionamientos de sus compañeros más cercanos.
Hubo un tiempo que esas cosas importaban, pero ya no.
No era la primera vez que esto le ocurría, hace siete años había pasado algo similar, justamente en la sucursal de la que ahora regresaba. Una persona, la misma que ahora ocupaba su oficina, intentaba despojarlo de su puesto como gerente.
Y lo logró.
Y ahora hacia lo mismo. Exactamente lo mismo.
Era del tipo de personas que no le importaba lo que hubiera que hacer con tal de lograr sus objetivos.
Y eso fue lo que hizo la primera vez. Buscó los secretos más escondidos dentro de la sucursal para dejar a Don Migo en evidencia. Poco a poco le fue restando autoridad delante del dueño de la empresa, quitándole poderes como la firma de contratos, los clientes más importantes, sus colabores más valiosos. Todas y cada una de sus funciones fueron eliminadas de su poder, hasta relegarlo al peor de los proyectos que en ese momento se desarrollaban. Al final aquella persona se quedó con su oficina y su puesto de trabajo.
Lo único que lo salvó aquella vez de ser despedido de la organización, fueron los lazos de amistad con la familia del dueño de la empresa, con su madre y su difunto padre, y el recordarle de vez en cuando a su superior, que Don Migo lo había cargado en sus rodillas cuando era un bebé.
Y eso era lo que lo mantenía aún en la compañía.
Solo los años de amistad y el recuerdo. El cariño inapreciable que se había ganado durante tanto tiempo, no solo con las grandes cabezas, sino por todo el mundo. Las glorias pasadas de cuando se erigía la compañía. Él, Don Migo, quien ahora ocupaba un pequeño cubículo dentro de un departamento de la empresa, había ganado mercados y hecho el nombre de la compañía, hasta convertirla, junto con unos pocos que ahora sobrevivían, en el gran estandarte que era ahora.
Resultaba que eso no era suficiente para algunos.
“¡Ahhh!”, se decía para sí de vez en cuando, “si me pagan lo mismo, qué tanto me importa dónde me siente, o cuáles sean mis funciones ahora”.
En el fondo no se sentía mal. “Le enseñé bien” pensaba, con un orgullo amargado. Después de todo, quien ocupaba su puesto ahora fue su aprendiz. Mucho de los conocimientos que ahora tenía en su experiencia laboral, Don Migo se los había traspasado. Pero no fue eso lo que le hizo subir, más bien fue lo que no le enseñó. La ambición desmedida combinada con un ligero deseo de venganza.
Sonó el timbre de su teléfono celular y lo contestó.
– Si mi amor, voy a llegar a casa antes de las doce, como me pediste – respondió antes de escuchar la voz al otro lado del auricular.
– Pero no es eso lo que te voy a decir – le indicó su mujer.
– No, bueno a ver, dime – le dijo, poniendo los ojos en blanco, mientras se le dibujaba una ligera sonrisa.
– Era para decirte que no trajeras nada del mandado, hoy vamos a comer fuera – fue su respuesta – luego me dejas en el centro comercial.
– Ok, ok cariño, a ver si esta vez te acuerdas de mí, y me compras aunque sea una gorra – contestó con una ligera carcajada.
– Ah, perfecto, así me ahorras el comprarte aquella camisa que pensaba buscarte – le dijo, también riéndose – es broma – aclaró – por favor, no tardes.
– Esta bien cielo – le dijo y luego colgó.
Ya llevaba la mitad de la caja vacía. “¿Y qué más da si termino esto ahora o más tarde?”, se preguntó, y era cierto, después de todo, tampoco es que sus nuevas funciones requirieran todo el día.
Tomó la caja, la colocó encima del escritorio de su pequeño cubículo, y la dejó allí entre abierta.
– Linda, debo salir un poco más temprano, dile a Salvador que demoro un poco – le dijo a la asistente.
– Sí, claro – le respondió, y acto seguido, tomó por la misma puerta por la que un instante atrás habrían regresado esta y Marcia.


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