lunes, 21 de diciembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 3: PLANIFICANDO.






De las cuatro torres en el Castillo Qato, la torre Este es la más enigmática.
No tiene entrada por los corredores de la planta baja, de hecho, no tiene ningún tipo de puerta, solo algunas ventanas en la parte superior, pasado las uniones con los techos de las alas de las oficinas administrativas y de los dormitorios de los profesores.
Pero, si quieres verla sin que nadie te observe, puede esconderte en la esquina del cobertizo del ala de varones. Allí es donde me encuentro, esperando el momento justo en el que los guardianes se acerquen a Anselmo, quien va sigilosamente desde el ala de las oficinas principales, las cuales deben estar vacías en estos momentos, así que nadie notará unas cuantas pisadas de un joven Qato como él.
Saco lápiz, papel y un cronómetro de mi vieja maletita. También saco una especie de escala, con la que pretendo medir desde esta distancia, cuántos pasos necesita y en cuanto tiempo debe recorrerlos.
Si sé cómo calcular bien, podré saber a cuánto debemos correr antes de que nos alcancen.
Anselmo va con la mayor desfachatez posible, a ver si se aparecen los guardianes.
Nada.
Ni siquiera se han asomado.
La última vez, cuando estábamos él y yo por aquí, ya se habían aparecido mucho más atrás de lo que está ahora mismo.
Me hace una seña para que me acerque, no sé para qué.
No soy tan fuerte como él, no tengo sus músculos ni su destreza. No tengo sus instintos, su gracia para deslizarse, en fin, él es más Qato de lo que yo jamás seré. Lo único que haría, seria estorbarle.
 Él insiste, poniendo las zarpas como si me estuviera rogando. No tengo más remedio, iré.
Estoy transformándome, volviendo a meter lápiz y papel en mi maletita, pues es difícil tomarlos con las garras y me la pongo de la espalda, luego me dirijo al extremo del techo y salto, utilizando todo lo que he aprendido en las clases de Planeamiento.
– ¿Los ves? – pregunta Anselmo cuando me le acerco. Al principio no veo nada, pero, poco a poco, observo unas formas que se mimetizan con la piedra de las paredes de la torre, aprovechando la oscuridad de las sombras. Los guardianes están allí, justo en el costado opuesto al cobertizo del dormitorio de varones. El punto ciego de mi posición anterior.
– Si, los veo – le respondo – ¿Por qué no se mueven? – pregunto, pasándome la zarpa por mi melena.
Y es en ese momento cuando empiezan a moverse. Anselmo y yo nos ponemos en movimiento, no queremos ser atrapados, solo hacer una prueba y estudiarlos. Corro a todo lo que dan mis músculos y mis pulmones. Mi cuerpo responde bien, creo que está consciente que no es el momento de atormentarme más. Si estos tipos nos agarran, no quisiera saber qué nos harían.
– ¡Apresúrate! – Me urge Anselmo – ¡Vamos, Sandy! – me pide con voz melosa.
Los guardianes nos están pisando los talones, prácticamente, y Anselmo me arrastra del brazo para asegurarse que me atrapen.
Y se detienen, justo cuando llegan a la mitad del ático del edificio administrativo. No solo se detienen, pareciera como si les hubieran dado una orden de “firme”. Segundos después, se dan la media vuelta marchando, cual soldados.
– Espera – le pido a Anselmo, cuando me está tomando del brazo para salir del techo – se me cayó la maleta, debo ir a recogerla – y antes de que me conteste, me suelto de su brazo para recoger la mochila, pero no lo logro, porque los guardianes dejan su andar, se dan la media vuelta e intentan perseguirme.
Yo miro en dirección a Anselmo y echo a correr, dejando mi maletita atrás, pero trastabillo y me resbalo en el techo mohoso. Rápidamente, me levanto y apresuro el paso hacia mi amigo. Vuelvo a pasar el centro del cobertizo y ellos se detienen otra vez. Aparentemente, solo pueden llegar hasta allí.
Misma ceremonia. Se paran en firme, se dan la media vuelta y comienzan a marchar.
– ¡No se te ocurra volver a hacer eso! – Me reclama Anselmo, quien me mira mis codos magullados por la caída y luego, al ver que no es nada grave, me abriga con sus dos brazos – no me vuelvas a preocupar así.
– Mi maleta, Anselmo, mi maleta – le contesto en un sollozo – no la puedo perder.
– Lo sé, lo sé – me responde, acariciándome la espalda, con sus acolchadas zarpas – yo la iré a buscar.
Me suelta por un momento y no lo piensa mucho, simplemente se lanza a buscar la maleta. Esta vez los guardianes no se inmutan en perseguirlo.
Eso me impulsa a hacer una tontería. Camino hacia la torre, pasando el punto donde los guardianes se detuvieron.
Y algo ocurre.
Los guardianes se dirigen hacia a mí, para perseguirme, así que retrocedo de inmediato, no quiero poner en peligro a Anselmo, quien se puso a correr a penas vio a los guardianes en movimiento.
Sé que Anselmo también lo notó. Los guardianes me persiguen a mí, pero que recoge la mochila con cuidado, a pesar de todo.
Ambos nos miramos a los ojos con la misma pregunta en la mente.
¿Por qué los guardianes solo me buscan a mi?
Ambos nos movemos con cuidados, ambos con las orejas levantadas y los bigotes tensos. Nuestras melenas están encrestadas. Anselmo entrelaza su brazo con el mío, medio para protegerse, medio para darse valor, mirando a uno y otro lado, igual que yo. Seguimos de largo el pabellón de los varones, para dirigirnos al siguiente, el pabellón de chicas.
Llegamos a donde empezamos, al alfeizar de mi ventana.
– No lo intentaremos otra vez, no, si esto te causará daño – se limita a decir Anselmo. Abrazándome al pie de mi ventana, mientras ambos nos transformamos a humanos.
– Pero… no, yo quiero hacerlo – le respondo con voz temblorosa – ahora más que nunca, quiero conocer todo lo que ocurre – me separo un momento de él, quien me mira directamente a los ojos.
– No estamos preparados, no todavía, mira, podemos esperar un año, quizás dos, te prometo que lo haremos tú y yo, pero estamos demasiado cachorro para lograrlo – trata de convencerme.
– Bueno, si podemos esperar, pero de que lo vamos a hacer, lo haremos – le contesto muy firme, no quiero que piense que voy a olvidarme de la torre. No, ahora más que antes, estoy súper intrigada por saber por qué estos guardianes me persiguen. Digo, ¿Qué diantres les hice, como para que me persigan?
¿Será que es verdad lo que dijo Quiteria, que pertenezco a una de esas “castas”?
Digo, ¿mi casta está en guerra con esos guardianes?
No es que sea la persona más valiente, pero no me voy a dejar intimidar por estos tipos, por muy guardianes que sean y, si estamos en guerra, quiero saber por qué.
Anselmo no me contesta, solamente me deja de abrazar para ronronearme en el cuello.
– Ok, es hora de que te vayas, no sea que amanezca y nos atrapen a ambos – le indico y él me suelta, para dar la media vuelta e irse.
– Nos vemos mañana – me dice, deteniéndose a medio camino para mirarme de reojo antes de marcharse.
Así que subí el alfeizar para entrar a mi habitación.
Pero hay algo extraño aquí.
Siento una presencia, aunque no puedo ver nada.
De pronto veo unos ojos verde amarillento que se iluminan en la oscuridad, así que me apresuro a encender la luz de mi cuarto.
Y es cuando veo una silueta de terciopelo negro conocida.
– ¿Me vas a contar los detalles sucios de tu encuentro con tu novio? – pregunta la voz entre felino y humano.
– ¡Déjame en paz! – le respondo, mientras me quito la ropa para ponerme mis pijamas.
– Ah, ya veo, la experiencia no fue tan placentera como esperabas – dice, mientras va transformándose. Creo que piensa que Anselmo y yo estuvimos teniendo sexo o algo por el estilo.
Mejor que crea eso, antes que sepa la realidad.
– No te incumbe, lo que pasa entre Anselmo y yo no te incumbe – le contesto a Quiteria, tratando de seguirle la corriente. Al fin y al cabo, si ocurre algo entre Anselmo y yo (¡Diac!), no es su problema.
– O, tal vez, es porque, te metiste donde no debías – se responde, ignorando mi respuesta.
Yo trago grueso.
– ¿Será que te fuiste a donde te dije específicamente que no fueras? – Continúa hablando, moviéndose suavemente por mi habitación, tocando las cosas de mi estante como si fueran piedras traídas de Marte – ¿Cómo les fue con los Gardiyan?
– ¿Los qué? – Le pregunto devuelta – ¿Acaso los conoces?
– Es hora de irme – me dice sin contestar a mi pregunta, creo que se puso nerviosa – pero te lo advierto, la próxima vez no será tan sencillo que los evadas.