martes, 27 de diciembre de 2016

ESTE MUNDO DE MEDIOCRES

“Hoy es el día”, fue el  primer pensamiento de Manuel, después despertar con una sacudida estrepitosa, por la sensación de sentirse en caída libre. Todo lo veía desenfocado, así que se restregó los ojos perezosamente, mientras izaba su cuerpo de entre las sábanas.
Todo estaba igual que el día anterior. Reposó su vista en los pantalones que guindaban de la silla recostada en la pared de aquel cuartucho en el que vivía. Decidió sentarse en el borde de la cama, para hurgar con los pies de entre el montón de bolas de papel, tratando de encontrar sus chancletas y no pisar con sus pies desnudos la mugre que se criaba en el piso desde hacía unos meses.
Se dirigió al baño para lavarse la cara.
La imagen de su rostro en el espejo seguía mostrando aquel odio arraigado en su alma. Después de tanto tiempo, no entendía cómo su talento de periodista no era valorado por las grandes cadenas de comunicación en el país. “Puros mediocres es lo que contratan”, se dijo, “vamos a ver cuáles serán los titulares de mañana”, una sonrisa morbosa se asomaba en sus labios cuando esta idea le pasaba por su mente.
Salió del baño, después de una larga ducha. La necesitaba, por decir lo menos. Su aseo personal había pasado de escaso a nulo en el último tiempo, de hecho, todo vestigio de limpieza lo había abandonado, pues su pequeña habitación en el inquilinato demostraba una decidía sostenida, capaz de retar la nariz de cualquiera a metros de distancia.
Fue directo a sus pantalones colgados en la silla y se los colocó, luego fue a su armario para buscar el resto de la ropa. Debía estar impecable el día de hoy y así pasar desapercibido, tal y como lo había anotado en su lista. El saco y la corbata estaban listos en el ropero, que hacían juego con los únicos pantalones formales que aún le quedaban intactos, sin un solo rasguño por el pasar del tiempo.
Los mismos que lucía cuando lo despidieron hace tres meses.
Dio una última mirada a su imagen en el espejo pegado en la pared de la puerta de salida. Estaba inmaculado, sin aquella barba que había dejado crecer el último mes, cuando tomó la decisión de no humillarse más buscando trabajo.
Todo se lo debía a “aquel maldito canal”, como le llamaba últimamente.
El canal 23.
El sitio donde había perdido tantos años de su carrera. Tantas horas de esfuerzo dando su talento y para qué, para ser tratado peor que bazofia por unos cuantos mediocres que no habían estado ni sufrido la dura vida de Manuel para lograr su preciado título de licenciado en periodismo.
La rabia creciente lo había despertado mejor que el más exquisito de los cafés, enrojeciéndole las orejas. Tomó dos respiros antes de agarrar el bulto que estaba encima de la mesa, aquel que había preparado durante los últimos tres días.
Este no era el momento para descargarse.
Todavía no.
– Buenos días, Sr. Benavides – dijo la voz familiar de la vecina “vida ajena” de Juanita, la que vivía más cerca del zaguán del inquilinato – lo cortés no quita lo valiente – comentó la  indignada vecina, al ver la mirada asesina que le dio el amargado muchacho, quien salió despavorido, ocultando el paquete entre el saco y la camisa, como si se pudiese disimular.
Mientras caminaba hasta la parada, recordó el listado de todas las cosas que debía realizar. Lo había urdido todo meticulosamente por un largo mes.
Y hoy era el día.
En su mente pasaban las imágenes de aquella fatídica tarde, cuando su jefe inmediato, el licenciado Altamira, gerente del noticiero del canal 23, le entregaba su carta de despido.
– Eso es todo, Benavides, tu cheque estará listo en tres días, verás que las cifras son correctas cuando firmes el finiquito – le dijo este.
– Pero licenciado, ¿me puede explicar por qué me despiden? – inquirió él con supuesto asombro.
– Te diría que por tu arrogancia de pasar por encima de mi cabeza y mandar, al gerente general de la emisora, tu solicitud de ser ascendido al programa de debates de los domingos, pero me quedaría corto – le dijo Altamira sin darle la cara – toma – le pasó la polémica carta enviada de su puño y letra al gerente general, la cual se encontraba rayada en rojo – ¿puedes contar todos los errores ortográficos?
Manuel se puso a contar.
No hubo un solo reglón que no tuviera una corrección, al menos. Una gota fría le recorría la espalda, al tiempo que la frente se le perlaba de sudor.
– Si tan solo te hubieras tomado la molestia de escribirlo en un computador, tendrías la quinta parte de los errores – agregó Altamira – pero claro, estás peleado con la tecnología. No entiendo cómo un chico de tu edad tiene problemas en escribir con una máquina de estas.
“Pero, ¡este tipo qué se cree!”, pensó Manuel Benavides.
Si, había pasado por encima de su cabeza, como su jefe había mencionado, pero era lo único que tocaba hacer, después de todos los meses de pedirle un ascenso. Nunca le prestó atención, más bien, lo único que conseguía era que le llegaran más notas de recursos humanos, sobre seminarios de uso de programas de computación.
¡Hasta de redacción y ortografía!
El muy cretino estaba poniendo en duda su capacidad para escribir una buena noticia.
¡Qué importaba un par de comas mal puestas, si la noticia era interesante!
Además, el puesto que ocupaba en ese instante no era tan relevante, como para que se lo tomara tan a pecho.
Redactor del apuntador de las noticias de medianoche.
¡Nadie veía la televisión a esa hora!
Su talento no sería desperdiciado en un puestito de nada.
Es cierto que Altamira le había llamado la atención un par de ocasiones, pero, ¿qué autoridad tenía él para decirle nada?
Era un pobre periodista de pacotilla, que debía su fama en el medio gracias a sus influencias con la esposa del presidente de la empresa.
Su madrina.
Además, en ese departamento solamente estaban interesados en la popularidad de la emisora. Las noticias eran, en su mayoría, notas rojas, de gente muerta o secuestrada, de colegios en mal estado, de la falta de vigilancia en las calles de los barrios bajos, en fin, todo lo que le alimentara el morbo al público. No existía verdadero periodismo, el investigativo, el que develaba aquellas grandes estafas millonarias por parte de funcionarios corruptos o que estaba en pro de buscarle soluciones verdaderas a la población.
“Si yo hubiera tenido su suerte”, se había dicho una y otra vez Manuel, “¡Yo sería su jefe!, pero claro, soy de condición humilde, ¡a mí sí que me costó mi título!, no como a este, que sus papitos lo pagaron por él”.
Y Manuel tenía razón.
Guillermo Altamira era un hombre de la misma edad que Manuel, que no había escrito un solo artículo en su vida y su único mérito era su educación, ya que su título de periodista lo obtuvo en el extranjero, además, hablaba tres idiomas.
Eso era todo.
No se encontraba a la altura de Manuel, quien había terminado su educación en la Universidad Estatal y cuyos profesores eran renombrados periodistas de la localidad, uno de ellos, el gerente general de la emisora.
– Esta es la respuesta que me dio Don Virgilio a tu penosa carta – continuó Altamira, mientras le pasaba otra nota a Manuel. En esta se leía lo siguiente:
“Respetado Lic. Altamira.
Le remito la carta del señor Benavides, en un intento fallido por subir el escalafón de la empresa sin tener mérito alguno. La carta que me envió es prueba de ello.
No puedo concebir que este ‘señor’ se vanaglorie diciendo que fue mi estudiante en la facultad de periodismo y espero usted no vuelva a repetir este hecho en el futuro.
Le agradecería pueda recordarle a este señor, por llamarlo de alguna manera, que el medio correcto de obtener un puesto tan importante como el que solicita es ganándolo.
No hay otra forma.
Sé que en otra ocasión usted me había sugerido tomarlo en cuenta para locutor del noticiero de medianoche, pero, como ya le había indicado, la emisora ha recibido muchos mensajes de texto del público por la mala redacción de ese espacio. En ese momento le dije que, si mejoraban las críticas, lo tomaría en cuenta, pero, con esta iniciativa del Sr. Benavides, no puedo menos que negar su ascenso indefinidamente.
Le dejo a su criterio la acción a tomar en este caso, la cual espero nos libre del problema en la redacción del noticiero.”
El final de la nota llevaba la firma de nada más y nada menos que de Don Virgilio Cifuentes, otro afamado periodista mediocre,  que tenía la suerte de haberse graduado en la misma promoción que el dueño de la empresa.
Manuel tuvo que rebajarse enviándole esa carta alabando todas sus virtudes o, por lo menos, las que se decían de él, pero, como todo buen mediocre, no toleró que un gran periodista como Benavides tuviera un puesto en que pudiese destacar. Por eso le envió esa nota de respuesta a Altamira, no había otra explicación.
– Afuera te espera personal de seguridad, quienes se encargarán de que tomes solo tus pertenencias del cubículo, para luego escoltarte a recursos humanos y a la calle. Creo que, con esta acción, ya habremos resuelto el problema del noticiero de medianoche. Como entenderás, no te daremos una carta de recomendación – dijo finalmente Altamira, viendo por la ventana.
Fue el día más humillante en la vida de Manuel Benavides.
Después de esto, no pudo conseguir otro empleo en una cadena respetable. No podía justificar cinco años de trabajo desde que se graduó en la universidad. Recursos humanos no decía nada bueno referente a sus servicios en canal 23, ya que sus referencias estaban manchadas por culpa de esos dos imbéciles de cuarta categoría.
 Lo habían asesinado como profesional.
Pero lo peor ocurrió cuando una emisora de medio pelo le había ofrecido un trabajo como locutor de las noticias de mediodía, pero no podía creer que recursos humanos de esa emisora de quinta lo había rechazado por una simple prueba de voz.
¡Ellos debían sentirse felices de tenerlo!
Un profesional, que había sacrificado cinco años de su juventud para terminar su carrera y el primero de su familia en graduarse de la universidad.
¿Qué esperaban?
¡Querían que les diera todo su potencial como locutor!
¡Como si se lo merecieran!
Se había cansado de tanta humillación de toda esa gente de poca monta a su alrededor y Manuel Benavides era demasiada pieza para todos ellos. Él había estudiado para destacar, para hacer verdadera noticia a nivel internacional, en cadenas renombradas, donde sí que había verdadero periodismo, no esas noticias sensacionalistas de la localidad.
Estas cadenas locales solo lo empañaban con su insignificancia. No le daría su talento a quien no lo mereciera. No, si lo único que se mostraba al público eran noticias amarillistas y notas rojas.
Fue cuando urdió su fatídico plan.
Antes de bajar del colectivo, tomó aquel bulto y sacó uno de sus implementos, una máscara que se ajustaba como una segunda piel, para ocultar sus facciones.
El bus lo dejó justo enfrente del canal 23.
El enorme letrero rotatorio le daba la bienvenida, abriendo sus puertas automáticas, invitándolo a entrar. Cuando estuvo dentro, se dirigió hacia el ascensor que se abrió de par en par. Tocó la botonera en el número del último piso, aquel en donde se encontraban las oficinas principales.
Su respiración era más intensa con el encendido de cada luz en la botonera. Movía sus manos nerviosamente, al tiempo que el paquete dentro de su saco comenzaba a mancharse, por la humedad de su camisa.
Respiró dos veces para calmar su agitación y no fallar.
No había marcha atrás. Hoy se acabarían definitivamente sus problemas, eliminaría la lacra que tanto daño le había hecho.
Las puertas se abrieron y, enfrente de esta, se encontraba el escritorio de las secretarias.
– Buenos días, en qué le podemos servir… – dijo solícita una de las recepcionistas, cuya voz comenzó a apagarse, al ver que Benavides no respondió y, simplemente, se dirigió a la oficina principal, donde estaba el verdadero causante de todos sus problemas.
El presidente de la compañía.
Aquel que había contratado a esos dos insignificantes desde un principio. El que había creado un nido de puras lacras, quienes se aprovechaban de la fama del canal para hacer de las suyas, dejando que gente con talento se perdiera, matando sus sueños de ser grandes profesionales, mientras hacían carrera.
Su plan era perfecto, no tenía duda.
Todo parecería un suicidio.
Empujó con ambas manos las hojas de la puerta que daba paso a  la gran oficina.
Pero no pudo entrar.
Fue tomado de los hombros por dos agentes de la seguridad del edificio.
Los empujó y dio patadas a diestra y siniestra, mientras se abría el paquete que había traído consigo debajo del saco y un revolver había caído de él. Todo el personal quedó atónito al presenciar aquello. Una de las recepcionistas gritó de horror y uno de los gerentes se había desmayado, quien fue reanimado por otro compañero.
Uno de los agentes se acercó a la terrible arma y la tomó con cuidado de que no detonara alguna de sus balas, pero quedó sorprendido al darse cuenta que no pesaba. Fue cuando cayó en cuenta de que no era de verdad.
– Tranquilos muchachos – dijo con una sonrisa – este tipo nos ha pegado un susto mortal, eso es todo, no es amenaza – todos se miraron los unos a los otros, así que el agente explicó con un ademán que el arma era de juguete.
Todos se burlaron.
El gerente que estaba en el suelo desmayado se puso de pie como si fuera un resorte, arreglándose la corbata. El otro gerente a su lado se apartó lo más que pudo, mirando a su alrededor con las mejillas encendidas.
El zumbido de los comentarios despectivos dio pie a que Manuel se molestara y diera más empujones a los agentes. Fue cuando se le desgarró la máscara y todos se dieron cuenta de quien se trataba.
Él había sido motivo de comentarios por meses en aquel sitio, desde que lo despidieron. Algunos les pareció cruel la manera en que fue sacado del lugar y otros consideraban que fue justo, pues su forma de actuar con su jefe inmediato fue como darle una puñalada en la espalda. Curiosamente y después de cinco años de trabajar en canal 23, solamente el último día que laboró ahí, le había dado fama entre los colaboradores.
El día en que habían matado su carrera.
En ese instante, el presidente resolvió salir de su oficina, contra todas las recomendaciones del personal de seguridad. Su semblante era el de un hombre seguro que, aunque presentaba algunas arrugas en la cara, propias de la edad, mostraba facciones elegantes y atractivas. Una de las secretarias se sonrojó al verlo.
Miró a su alrededor, como solía hacer en aquel sitio, pues siempre fue el centro de atención. No hubo nadie que hiciera el menor ruido. Luego postró sus ojos fijamente a Benavides. La cara no le parecía para nada familiar. No entendía por qué se había vuelto una amenaza para él.
A Benavides se le desorbitaron los ojos. Sus orejas parecían dos volcanes a punto de hacer erupción.
Él era el culpable de todo.
El que aceptaba poco menos que novatos y viejos seniles entre sus filas; a niñitos de mami y papi, que jamás habían ejercido; a amiguitos de facultad, por sus nombres rimbombantes.
Pura basura que nada aportaba al verdadero periodismo.
Por su causa Benavides no destacaba, por darles esos puestos importantes a otros que no servían, él estaba en el fondo de las redacciones, sin poder surgir.
Él era quien recibía a esa lacra. Gente que le llenaba la cabeza al público de pura basura, que no sabían distinguir una buena noticia ni el buen periodismo.
Esa gente por la que le tocó tanto tiempo desperdiciar su talento en el noticiero de media noche, que prefería ver caras bonitas en los noticieros, mientras observaban menos que chismes de quinta por las emisoras.
Eso era lo que hacía este hombre enfrente de él al público.
Les daba lo que querían, no lo que verdaderamente valía la pena.
En ese instante, se volvieron a abrir las puertas del ascensor, esta vez con una cara conocida para todos. El licenciado Altamira.
 – Pero, ¿cómo te atreviste a regresar, Benavides? – gritó con los ojos llenos de furia.
– ¡Suéltenme! – Espetó Benavides – ¡Déjenme que lo mate! – siguió diciendo, al tiempo que una de los gerentes, aquel que se había desmayado, se le acercó al oído al dueño de la empresa.
– ¿Tú eres Manuel Benavides? – habló Máximo Carvajal, dueño de la empresa, con una curiosidad profunda. Manuel quedó extrañado de escuchar su nombre en la voz de aquel que hace unos minutos atrás debió perder la vida.
– Usted ahora sabe mi nombre porque alguien se lo dijo – le reclamó con todo el odio que le tenía.
– Es cierto lo que acabas de decir, pero eso no significa que no conociera tu caso – indicó Don Máximo – pero ven, pasa a mi oficina – le dijo, haciéndole un ademán a los vigilantes que lo tenían aprisionado por los brazos. La incertidumbre de Manuel se acrecentaba con cada latido de su corazón.
“¿Es que no sabía que podía morir si los dejaban a solas?”, se preguntaba este, pero se recordó que su plan estaba descubierto, que no había manera de salir bien librado si intentaba hacerle algo.
Accedió de mala gana a seguirlo hasta las cómodas butacas de la oficina principal.
– ¿Te sirvo una copa? – Inquirió Don Máx, a lo que Manuel asintió con la cabeza – ¿Whisky? – prosiguió con cuestionario, Benavides nuevamente asintió.
El veterano hombre se sentó en la butaca frente a Benavides.
Se hizo una enorme pausa.
Ambos se miraban fijamente. Uno tenía ojos compasivos, el otro solo destilaba odio.
– Y bien, a qué debo el honor de tu visita, Manuel – preguntó el veterano y el muchacho hizo una exhalación fuerte por lo irónico de la pregunta.
– Vine a matarte o es que no te diste cuenta, viejo cretino – respondió con arrogancia.
– Por supuesto que sí, es solo esa no es la respuesta que quiero escuchar realmente – indicó el compasivo señor, lo cual llenó de curiosidad a su interlocutor – me parece que el problema aquí fue mi pregunta, no ha sido muy explícita que digamos – continúo, al tiempo que miraba a todas partes, tratando de encontrar la manera de esclarecerse – creo que lo que debí haberte preguntado es qué querías lograr con mi muerte… a ver, cómo puedo ser más claro, si me muero, ¿qué ganas tú?, acaso lo que buscas es fama, notoriedad, ¿eso es lo que buscas, Manuel?
– No, eso no es lo que busco – le respondió el joven hombre.
– Entonces, ¿qué sería?, porque si me muero hoy, mañana alguien más ocupará esta oficina, puede que mejor que yo, tal vez todo lo contrario, pero, lo que sí es cierto es que no habrías conseguido absolutamente nada, yo solo soy una persona más entre todos.
– ¿Qué me sugiere, que mate a toda la directiva de la emisora?, ¿es eso lo que quiere? – rió Manuel, con una sonrisa amarga.
– Y si llegas a matar a toda la directiva, ¿no crees que la reemplazarían al día siguiente?, ¿piensas que el canal morirá por un puñado de hombres? – exhaló Don Máx con cierta tristeza, pero se recompuso de inmediato y continuó – no, mi querido amigo, eso no pasará, hay más intereses que los particulares aquí, eso te lo aseguro. La directiva y yo solo somos unas piezas en un enorme juego de ajedrez, en el que tú también participaste, aunque no de la mejor manera, por lo que he escuchado – a Manuel se le encendieron las orejas al escuchar estas palabras.
– ¡¿Qué quiere decir con eso?! – se levantó frenéticamente de su asiento y Don Máx hizo lo mismo.
– ¡Anda muchacho, ven y golpéame si es lo que quieres! – Lo retó – te vuelvo a repetir que no vas a lograr nada con eso – el novato lo miró con verdadero odio, aquel que arraigaba en el fondo de su corazón desde que salió de aquel edificio meses atrás, pero no se atrevió a tocarlo. Había algo en el porte de Don Máx que imponía respeto, que lo hacía agachar la cabeza y volverse a sentar – así es, muchacho, calmémonos. No te invité a seguir peleando, te traje hasta aquí para que dialoguemos, para que busquemos una solución a ese problema tuyo – sus palabras fueron más suaves esta vez, mediáticas.
Benavides dio dos respiros fuertes para calmarse, luego, cuando sintió que no le temblaría la voz por la rabia, le dijo.
– Ustedes me mataron como profesional – fue lo que salió de sus labios.
– Nosotros te matamos como profesional – repetía Don Máximo, como en un diálogo personal – vaya, eso sí que es grave.
– Lo es, usted y su maldito departamento de Recursos Humanos, que solo saben dar malas referencias de mi, ¡de mi! – Repitió con agitación – yo, que les entregué mis mejores años como periodista, sacrificándome en ese noticiero de pacotilla, para que ustedes me botaran a la calle como a un perro, ¿cree que eso es justo? – Le espetó con desdén – no debieron haberme tratado así, sacarme como a un ladrón y luego truncarme el camino hacia otros empleos – siguió gritando – son unos miserables.
Don Máx lo escuchaba atentamente.
– Buenas referencias, ¿es eso lo que quieres? – preguntó el veterano.
Benavides lo miró fijamente.
¿Esa sería la solución a sus problemas?
No, esa no era, definitivamente.
¿Qué ganaría realmente con eso?
¿Otro empleo en otra empresa que le diera otro puesto mediocre?
Pues, eso no era lo que Manuel Benavides quería.
Lo que él necesitaba era notoriedad, salir fuera de lo usual, del montón de periodistas mediocres que lo opacaban.
Y solo había una manera de lograrlo.
– No, maldito viejo – dijo al fin – yo vine a algo y lo voy a terminar.
Y, dicho esto, tomó a Máximo Carvajal, gran hombre de negocios, respetable en la comunidad, dueño de la emisora más destacada a nivel nacional, el canal 23.
El forcejeo fue titánico, pero al final lo logró.
Juntos cayeron por la ventana del último piso, de la oficina más ostentosa del último piso.


viernes, 2 de diciembre de 2016

LA GRUTA: Una mirada interior.


¡Por fin!
Hemos logrado publicar de manera independiente nuestra nueva novela, LA GRUTA: Una mirada interior.

Aquí les presento la sinopsis:
Carlos Sábato, un joven heredero de una gran fortuna, ha llegado al punto más conflictivo de su existencia. La presión por cumplir con sus padres y sus relaciones amorosas, aunado a su estilo de vida, lo han convertido en un mar de enredos que explotan en su cabeza constantemente.
Pronto su vida da un vuelco radical, que lo hunde literalmente en un profundo abismo, donde ya nada importa. Debe jugársela a todo o nada, para poder salir a reconstruir todo lo que dejó atrás.

La pueden adquirir en los siguientes links:
En AMAZON:
https://www.amazon.com/gp/aw/s/ref=is_s?k=la+gruta+una+mirada+interior

En Create Space:
https://tsw.createspace.com/title/6748480

Saludos.

miércoles, 6 de enero de 2016

TIEMPO FUERA DE LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 1: ANALIZANDO



– ¡Apresúrate! – me dice Anselmo, mientras corremos por la pequeña pradera que da a la casita del árbol. “¡Auch!”, me caigo en un tumulto de tierra que parece nuevo, se nota que la tierra fue removida hace poco. Me limpio las rodillas, mientras Anselmo se percata que me dejó atrás – ¿te lastimaste? – Inquiere, al momento que se me acerca y me limpia la paja de mi blusa que acabo de hacerme – vamos, te ayudo a subir – continua hablando, cuando llegamos al pie del árbol.
– Yo primero – le digo, cuando voy subiendo la escalera de soga hasta arriba. A medio camino, miro hacia abajo y Anselmo tiene las manos en los bolsillos, silbando, como si quisiera disimular que estaba haciendo algo malo. Anselmo sube y ambos nos sentamos para ver el paisaje. Ha pasado algo de tiempo desde la última vez que estuvimos aquí.
– ¿Qué se supone que haremos? – cuestiona Anselmo, que es más para sí mismo que para mí. Nuestros pies cuelgan del borde en nuestra vieja casa del árbol en Villa Kyar, el hogar de la familia Cerdubeles, mi familia. Aquí él y yo jugábamos de pequeños, lejos de mis hermanas.
Nada de jugar a la fiesta de té o la muñeca, eso es para esas tontas, que siempre han soñado con ser como mi madre, La gran Edelmira.
Nosotros jugábamos a otras cosas. Mientras Anselmo estaba adicionándole nuevas cosas a la casa o, más bien, colocando más cuerdas y palos para hacer sus maromas, yo estaba en mi mesita con mis dibujos o, más bien, mis diseños de ropa. Siempre he soñado con eso, ser una gran diseñadora de modas, tanto en el mundo humano, como en el Qato, pero es difícil serlo, siendo tan tímida y todo eso.
– No sé, Anselmo, no sé – me limito a contestarle, solo para que no siga torturándose con esa pregunta – deberíamos hacer otro intento, pero sin transformarnos, a lo mejor lo que los atrae es la naturaleza Qato – sigo diciendo.
No quiero decir lo que en verdad pienso. No es la naturaleza Qato lo que atrae a los Gardiyan, si no, “mi” naturaleza. Ellos me quieren a mí, no a Anselmo.
Y allí es donde radica el problema. Yo no quiero que Anselmo vaya solo, tengo miedo que le hagan daño y él no quiere ir sin mí, pues teme que me quede sola. Conclusión: debemos hacerlo juntos.
– Podemos intentarlo – responde – pero tendremos que entrenar a la manera humana.
– Sería lo más prudente – le continuo la idea – nadie espera a que un Qato utilice su forma humana para escalar paredes o hacer saltos largos.
– Además, los humanos lo hacen, usan ropas especiales para hacer saltos a grandes alturas – sigue la conversación Anselmo – claro, que si lo hacemos así no tendremos la ventaja da la visión nocturna o los reflejos.
En ese momento, hago un movimiento rápido para pellizcarle el estomago y él me esquiva por reflejo.
– Lo ves, tus reflejos no se pierden tan fácilmente – le contesto a la pregunta implícita. Anselmo me mira y sonríe – puedo intentar comprar lo que necesitemos por internet – le digo – que me manden las cosas a la casa de tus padres, ¿te parece?, no quiero que las fisgonas de mis hermanas vean el paquete y cuestionen.
– ¡Perfecto!, mis padres no se meten con mis cosas, pero no sé de dónde sacarás el dinero, de seguro tus padres se darán cuenta que estás usando las tarjetas y pueden hacer preguntas, ¿no te parece? – cuestiona Anselmo.
– No pueden preguntar si no conocen de donde proviene el dinero – le respondo con una risita.
– ¿De qué hablas, tienes tu propio dinero? – me interroga Anselmo, con las pupilas en una fina línea y yo me echo a reír.
– ¿La curiosidad del Qato? – le respondo con otra pregunta, haciéndome la interesante – si quieres saberlo, tú también tienes una cuenta secreta, gracias a nuestro negocio, Israel Estrada.
– ¿Quieres decirme de una vez o seguirás con tu intriga? – me dice molesto.
– Si, tenemos una empresa en la bolsa – le digo simple y llanamente, ya que no puedo seguir con mi jueguito – ¿Recuerdas la tarea en Comportamiento Humano?
– Sandy, nos han puesto mil tareas en esa materia – me responde con sarcasmo – me quieres decir cuál de todas.
– Okis, okis, es esa en la que debíamos presentar un proyecto de negocio, pues, yo la puse en práctica, pero por internet y, bueno, resultó bien, de hecho, tengo cuentas Suiza y Panamá, claro, con otro nombre, por supuesto – le respondo a Anselmo y él me mira con los ojos como platos – tranquilo amigo, la mitad es tuya, ya que la tarea era de los dos. Tú eres Israel Estrada y yo, Ericka Estrada, dos hermanos que tienen una tienda en internet e invierten en la bolsa. Por cierto, nos está yendo excelentemente, luego de la escuela, podremos vivir sin los fondos de la familia o, inclusive, del mundo Qato – Anselmo se echa a reír con ganas.
– ¿Somos millonarios?... ¡Guau! – se limita a decir con la boca en una amplia sonrisa y los ojos con las pupilas redondas.
– No, todavía no llegamos al millón de ninguna moneda, porque debes saber que cotizamos en Euros, Libras, Francos Suizos, etcétera, etcétera, etcétera – le digo con algo de petulancia – pero dentro de poco llegaremos al millón de dólares.
– No creas que eres la única con fondos – me dice y ahora yo quedo intrigada.
– Bueno, ¿Me torturarás o me dirás de una buena vez? – pregunto directo, no me va a hacer el juego del Qato y el ratón.
– Si, te diré – me responde, haciéndome arrumacos en el cuello – resulta que mi idea de poner una página por internet con videos y tonterías, que tú no creías que funcionaría – me mira con cara suspicaz – tiene más de quince millones visitas por día, así que las ganancias ya las tengo en una cuenta, pero no te preocupes, porque te abrí una cuentas a ti de los videos en donde sales, pero con tu nombre real, no con un seudónimo. Así que, de nada, mi queridísima amiga – yo lo veo y me rio, al momento en que algo me llama la atención. Es Filemón, quien debe venir por la pradera, de seguro, con nuestra vianda de comida.
Pero, cuando lo veo más de cerca, me doy cuenta que no trae nada entre las manos.
– ¿A qué vendrá Filemón? – Le pregunto a Anselmo – no trae nada.
– Si no sabes tú, que lo conoces bien, menos yo – me responde con la misma suspicacia en el rostro y poniéndome la mano en el hombro – de seguro bien con alguna locura de tus padres.
– Señorita, señorito – nos dice Filemón desde el pie de árbol, donde se encuentra la casita – los están esperando para comer.
– ¿Tenemos que comer en la casa? – Le inquiero, algo molesta – pero, ¿Por qué, hice algo malo? – continúo yo y es que mi mamá solo nos obliga a comer en familia cuando tiene algo importante que decir, que por lo general es un regaño público.
Filemón nos escolta hacia la villa familiar y a la casa. No entramos por la entrada principal, si no por cocina, que nos lleva directamente al salón comedor.
– ¡Espera! – me dice alguien a mis espaldas. Es Idelfonsa, la mucama de mamá – debe limpiarte un poco esa cara señorita, venga, tengo una toalla húmeda para pasarle – continua, mientras toma aquel trapo húmedo de cocina embadurnado con jabón de baño.
– Ya, ya, por favor Idelfonsa – le digo avergonzada – así estoy bien.
– No, niña, hay gente importante en la sala – me responde, todavía pasándome el viejo trapo – debes estar presentable. Niño Anselmo, póngase aquel saco.
– Pero… ¿yo? – le pregunta, con  las pupilas en una fina línea – ¿qué, son humanos o algo?
– No, niño, son de los nuestros y pertenecen al Samat, al gobierno Qato.
“¡Uf!”, me digo, ¿qué rayos hace el Samat aquí?
Anselmo entra primero, con el saco prestado encima de su suéter de dibujos, yo lo sigo. Mi madre está a la cabeza de la mesa, pues Pat, no es encuentra en estos momentos. A su derecha, en orden, se encuentran Casilda y Cayetana. Los dos puestos siguientes debemos ocuparlos Anselmo y yo, cosa que hacemos. Frente a nosotros, pasado el banquete de comida, están un señor regordete y calvito, otro señor respingado de lentes y un bigote muy bien cuidado, y otro más joven, quien tiene la cabeza baja.
– Anselmo, Casandra – dice mamá, luego de aclararse la garganta – les presento a los señores Eulogio Abadutiker, Belarmino Ultidikán y Helimenas Eneko, miembros del Gobierno del Samat, quienes nos han venido a visitar – indica mamá, con una sonrisa casi nerviosa.
– Mucho gusto – decimos ambos, yo, levantándome de la mesa e indicándole lo mismo a Anselmo. Este lo hace con la cabeza gacha y se sienta casi de inmediato.
– Me repites tu nombre, hijo – dice el señor respingado, Belarmino.
– No lo dije – dice entre dientes este, pero se corrige de inmediato – me llamo Anselmo… Anselmo Kubilos – responde y se sienta de inmediato.
– Mucho gusto, quisiera conversar contigo más tarde. – le dice, mientras le da una mirada significativa. “¿Qué querrá este tipo con Anselmo?” Este me mira con la misma suspicacia que yo tengo – he escuchado que eres un atleta nato.
– Eh… si… soy bueno en esa materia en el colegio, también en Planeación y otras más – le responde con las pupilas en una fina línea.
– El Samat siempre está interesado en chicos como tú, necesitamos agentes especiales de investigación. Cuando termines la secundaria, podrías unírtenos – continua la conversación el señor Ultidikán.
– Lo tomaré en cuenta, señor, pero Casandra y yo tenemos pensado formar una empresa en el mundo humano – le indica Anselmo, tomándome de la mano debajo de la mesa.
Pero, ¿qué le pasa a este tipo?
Más bien me parecen que no vienen de ningún Samat.
– ¿Y… en qué departamento trabajan dentro del Samat? – Interroga Anselmo a los señores.
Todos se miran entre sí, mientras uno, el más joven, comienza a decir “Defensa”, el calvito intenta decir “Investigación”. Al final, se impone la palabra del bigotón, quien dice “Inteligencia”.
– Qué raro – dice mamá un poco sarcástica – no sabía que tuviéramos un departamento de Inteligencia, digo, a quién tendría que investigar el Samat, ¿Es que acaso tenemos algún enemigo?
– No es esa clase de investigación, señora Cerdubeles, se trata de desarrollo de tecnología, como sabe, la nación Qato está a la vanguardia, de hecho, somos los que hemos realizado la mayoría de los descubrimientos en el mundo humano – contesta Belarmino, el bigotón.
Anselmo me vuelve a mirar fijamente.
¿Es que acaso piensan que somos tontos?

Estos tipos no son del Samat ni nada, de seguro vienen a buscar otra cosa, pero qué, no sabemos.