jueves, 12 de julio de 2012

CAPITULO 3: COMO FUE MI MADRE (CUENTO: ¿CÓMO PASÓ?)






Cuando a mi padre le detectaron cáncer hace unos cuantos años atrás, mi madre se dedicó en cuerpo y alma a él, y cuando las cosas empeoraron, era mi madre la que se encargaba de cuidarlo en el hospital, atendiendo su agonizante llanto, por lo dolores provocados por la quimioterapia.
Cuando murió, mi madre estuvo inconsolable, hasta que al final, luego de dos meses de dolor y tristeza, murió también.
Allí estaba yo, hija única que perdió a sus padres en cuestión de meses. Yo heredé la casa donde nací y crecí, pero nunca fui capaz de ni de vivir en esa casa, ni de venderla, a pesar de que Mike me propuso ambas posibilidades, y hubiese sido mejor para todos, es una amplia casa con enormes habitaciones,  como se hacían en antaño, que además poseía terreno en la parte de atrás, para que nuestros hijos jugaran.
Solamente vendimos los caballos, esos que fueron mis compañeros de la niñez y mi adolescencia. No podía quedarme con ellos ya que no soportaba la idea de cuidarlos, no sin recordar a cada instante todas las veces que mi padre y yo nos dedicábamos a cepillarlos, o cabalgar con ellos durante las tardes.
¡Cuánta falta me hicieron aquellos caballos en aquel momento cuando abandoné a Mike!
Justo cuando lo sorprendí con la zorra de la mucama.
¡Yo debí haberlo sospechado desde un principio!
Pero, como siempre, no veo las señales hasta cuando ya es muy tarde. Y si hago una retrospectiva, todavía no las encuentro. De seguro él la trajo a la casa, para seguir con su amorío que quién sabe cuando realmente comenzó.
No, no puedo hacer memoria sobre las señales. Pero el punto en ese momento no era el saber cómo ocurrió, sino saber que iba a pasar de allí en adelante. Puede que mi relación con Mike estaba rota, pero yo no podría jamás abandonar a mis hijos. Sin embargo, y con toda esta carga emocional, no me veía llevando la vida normal de siempre, como si nada hubiera pasado, así que decidí darme unos días para desahogarme, y quien mejor que mi prima Esther, mi compañera de la infancia para hacerlo.
Ella vivía en la casa de mis padres. Mike y yo decidimos que, mientras no tomáramos una decisión definitiva con respecto a la casa, sería un desperdicio que no fuera habitada, así que pensamos que sería una buena idea si Esther y su familia se alojara en ella, y que administrara la tierra lo mejor posible.
Y eso fue lo que hizo, montó un negocio de gallinas ponedoras, en una parte, y en la otra, una lechería y venta de queso. Con estos dos negocios modestos ella nos pasaba una renta anual por el uso de la propiedad, y así no sentirse viviendo de gratis.
Al día siguiente de mi llegada a la casa de mis padres, Mike se plantó en la entrada de la casa, primero exigiendo verme, y luego suplicando hablar conmigo. Y al ver que yo no me presentaba, se fue. Al día siguiente volvió a plantarse en la puerta durante todo el día, hasta que finalmente desistió y se fue.
El siguiente día hizo exactamente lo mismo, y yo comenzaba a preocuparme por mis hijos, es decir, ¿Con quien estarían? Le pedí a mi prima que lo averiguara, y al poco rato me respondió que Mike se negaba a decírselo, que solo me lo respondería a mí. Así que salí a preguntárselo directamente, y en cuanto me vio se lanzó hacia mí, abrazándome y besándome, a pesar de que yo lo rechazaba.
No quería saber de él de ninguna manera, por lo que mi respuesta fie darle un punta pie donde más le dolía, y luego, cuando se separó le propine una cachetada. El me miró dolido, pero no me dijo nada, supongo que entendía que se lo merecía.
Me respondió que mis hijos estaban con su madre, quien estaba en nuestra casa. Yo me sentí mucho mas aliviada, pero de inmediato me repuse, di media vuelta y me marché.
Más días pasaron y Mike no se iba aun del pueblo. Ya no se plantaba en la puerta, pero si rondaba la casa. Hablaba con Esther y  Rick, guardando la esperanza de que ellos intercedieran por el. Rick así lo hizo, pero mi prima jamás mencionó una sola palabra al respecto.
Un buen día, después de darme cuenta que me comportaba como una tonta, decidí darle la oportunidad de escucharlo. Me dijo que lo perdonara, que esa había sido una estupidez, que nunca debió dejar engatusar por la mucama, que jamás lo volvería a hacer, que yo era su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que había tomado como compañera de su vida, que me amaba como nunca.
Yo lo escuché, solamente. Luego di la media vuelta, y le dije que me diera unos días para pensar, y así lo hice. Pero no para plantearme si todavía lo amaba, esa no era la pregunta. Lo que yo me planteaba era si mis hijos merecían que sus padres se separaran por tanto tiempo.
Estaba muy segura de que no era la primera vez que el faltaba a nuestro matrimonio, es más, estoy segura que ya me había faltado cuando éramos novios, pero yo nunca quise averiguarlo. Eso era algo que los hombres hacían, mi padre lo hizo cuando estuvo casado con mi madre y no por eso ellos se separaron. Sin embargo, yo jamás escuché a mi madre decir que mi padre le paseó las queridas por la casa, ni mucho menos que las tuviera dentro de la casa, y eso era algo que yo no iba a permitirle a Mike. Si lo perdonaba tan fácilmente esta vez, el pensaría que yo lo perdonaría todas las veces, por lo que debía sufrir todo lo humanamente posible antes de que yo lo perdonara.
La pregunta era, por cuánto tiempo más.
Por su actitud veía que él pensaba finiquitar el asunto lo más pronto posible, así que tenía que buscar la manera de que no estuviera cerca de mí. Igual que hice tiempo atrás con mis padres, debía volver a escaparme de mi pueblo natal.
Llamé algunos amigos del gimnasio, y ellos me dieron una alternativa, un curso intensivo para ser entrenadora de aeróbicos, que duraba unos dos meses, tiempo perfecto para que Mike pensara bien si volvería a engañarme tan descaradamente.
Y con este plan, fui a comunicarle, no ha preguntarle hago constar, que me iba para la capital. Es mas, le pedí dinero para la inscripción y para mantenerme durante ese tiempo, a lo cual el accedió sin protestar.
Solamente me pidió que le prometiera que lo llamara aunque fuera una vez por semana, a lo cual, por supuesto, me comprometí.
Y fue así como comenzó mi verdadero cambio.

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