martes, 27 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA, CAPÍTULO 3: NATURALEZA


– ¡Por favor! – Se le escapa decir a Anselmo en una risotada, mientras sus pies desnudos cuelgan por el alfeizar de su ventana, justo por donde me dijo que se veían las famosas luces – ¿me vas a decir que no es tonto?
– ¿Te estás burlando de nuestros ancestros? – Lo ataco, es un grosero y un irrespetuoso – ellos sabían lo que hacían, después de todo, nuestros eruditos conocían de la ciencia antes que el hombre – le riposto. Anselmo es el tonto.
– Casandra, si el caso hubiera sido al revés, que fueran los humanos quienes tendrían que ocultarse y hacer una Academia, ¿crees que le llamarían "ACADEMIA HUMANO"? – continúa con su ironía.
Miro al cielo estrellado con los ojos en blanco. Una ligera brisa hace que mis brazos y piernas desnudas se ericen, desconcertándome, haciendo que mire todo mi en rededor por instinto. Nunca he entendido por qué el cielo se ve mejor desde el alfeizar de la ventana de Anselmo. Sonrío, mientras agacho la cabeza para ver mis pantalones cortos.
Si, lo reconozco, llamar a la Academia “Qato” es tonto.
– Pero no son los mismos tiempos, de seguro llamarle "QATO" a la Academia era decir "aquí estamos" o, quién sabe, la palabra "QATO" debía tener otro significado – le respondo, no quiero darle la razón todavía.
– Claro, y cinco mil años después no han sido suficientes para cambiarle el nombre, ¿cierto? – Sigue diciendo, con ese sentido del humor socarrón que trae – los tiempos han cambiado, pueden ponerle otro nombre, en estos tiempos, llamarle “Qato”, es ridículo.
– ¿En serio, voy a tener que aguantar tus malos chistes hasta ver tus famosas "luces brillantes"? – Lo inquiero, a ver si se le quita la cara burlona – dime si va a ser así, para irme. No me la pasé toda una hora esperando a ver cómo me escapaba de mi dormitorio, pidiéndole a Amina que se quede vigilando, para venir aquí a escucharte profanar el nombre del colegio.
– ¡Vamos, Cas!, no te ponga así – trata de disculparse, lo cual me irrita aun más.
– ¡Detesto que me llames así y lo sabes! – Le replico, fastidiada – suena a Casilda y yo no soy ella. O me dices Casandra o no me dirijas la palabra – le reclamo, mientras cruzo los brazos.
– ¡Perdón, perdón! – me suplica, levantando las dos manos. Sabe que no me gusta que me comparen con mi hermana mayor – listo, no te llamo más así – insiste, mientras me ronronea al oído.
– Ya, ya – le contesto – si sigues de zalamero, también, me voy a ir – me aparto de él. Está utilizando la artimaña Qato que sabe que funcionará perfectamente bien.
– Y... si te llamo Sandy, ¿te molestaría? – me pregunta. Sandy se escucha mejor que Cas.
Es difícil ser la hermana del centro, todo el mundo tratando de compararte con tu hermana mayor y tener que superar aquello de que ya no eres la bebé de la casa y tal. Aunque, si me preguntan, prefiero seguir siendo la invisible.
Pero, una cosa es ser invisible para el resto del mundo y otra, que tu mejor amigo te confunda también. Se supone que yo soy tan especial para él, como él lo es para mí. Antes, cuando estábamos en primaria, no me molestaba que me dijera como quisiera, incluyendo Cas, puesto que Casilda no estaba en nuestro colegio, así que no existía confusión, pero aquí, en el reino de Casilda, no quiero ser comparada, porque significa que siempre me medirán de acuerdo a sus estándares, lo cual no es justo.
¡Yo soy yo!
Por lo menos Cayetana no tiene el mismo problema que yo. Jamás la llamarán Cas.
 – No, no me molestaría – le respondo, aun disgustada.
– Gracias – me responde, en el momento que pasa su mano por mi nuca y mi oreja – bueno, por lo menos se te olvidó lo del nombre de la Academia.
– No volvamos a lo mismo, ¿quieres? – le pido, dándole un ligero codazo en su costado.
– Mira – me dice, señalando la Torre Este – ya se ven las luces.
– Si, son lindas – le respondo maravillada. Tienen muchos colores. Una de las ventajas de ser un Qato es que tienes lo mejor de ambos mundo, el humano y el felino; la visión, por ejemplo, es excelente durante la noche, pero, además, puedes ver los colores nítidamente. El espectáculo es fascinante.
– ¡Vamos! – Me apresura Anselmo – tienes que cambiar si quieres que no nos descubran, creo que podemos entrar por aquella ventana, por la que salen las luces, no parece estar vigilada, podemos ir cruzando por todo el techo – continúa, al tiempo que va cambiando la apariencia humana a lo de un Qato. Su voz comienza a cambiar, también, a una voz gutural, entre una voz humana y un gruñido Qato. Yo dejo de admirarlo y comienzo a hacer lo propio, tal como lo practiqué hace un rato con Quiteria, aunque no me puedo imaginar a Casiano estando al lado de Anselmo.
Mis manos y piernas se van convirtiendo en acolchadas zarpas, mis orejas se tornan puntiagudas con algo de vello más largo en su interior para el equilibro, mi nariz se vuelve más sensible, si eso es posible. En fin, todas aquellas cosas que nos hacen diferentes al hombre, sin perder nuestra erección en dos patas. No somos animales, pero tampoco somos humanos, solo tenemos lo mejor de ambos mundos.
Caminamos con sigilo por el techo, ya que nuestras zarpas hacen el mínimo ruido, recordando que, si bien nuestra fisionomía nos permite andar con todo el cuidado, también es verdad que estamos rodeados con otros iguales a nosotros.
- ¡Cuidado allí! – me dice Anselmo, al tiempo que toma mi muñeca para evitar que me resbale. Estas tejas están lisas por el moho.
¡Uf, por casi no la veo!
Anselmo detiene su paso para vigilar que esté bien.
- Solo ten cuidado, ¿está bien? – me dice con su tono acaramelado, mi querido amigo Anselmo y yo asiento con la cabeza – ahora, vamos, que nos falta un gran techo. Las luces se ven más cerca a medida que avanzamos, pero, aparentemente, no somos los únicos. Existen otras dos siluetas al pie de la ventana de la torre.
Son dos Centinelas enormes que cuidan la ventana por donde pensábamos entrar, los cuales se han materializado de la nada.
Se me erizan todos los vellos por instinto. Siento miedo, uno profundo y aterrador.
Estos tipos parecieran que pueden hacer mucho más que expulsarnos del colegio por querer entrar a la torre prohibida, la única de las cuatro torres a la que no debemos entrar. Tienen una especie de uniforme negro, con unos cascos por donde sobresale una protección para sus orejas. Claramente se encuentran transformados.
– ¡Alto ahí! – Nos ordenan ambos, hablando al unísono, con voz felina – la curiosidad los llama, pero solo su habilidad les permitirá entrar.
– Suena a reto – le digo a Anselmo lo más cerca de su oído.
– No queremos pelear – les dice este, aunque tiene todo los vellos de la nuca erizados y las zarpas en garras. Los dos guardias no se inmutan, solo nos miran a través de los cascos.
– No pretendemos siquiera tocarlos, no son rivales – vuelven a responder como si fueran un solo individuo. Ambos, con las mismas expresiones corporales, el mismo tono, los mismos gestos – regresen por donde vinieron y no vuelvan, a menos que sepan cómo.
¿Qué están haciendo, deteniéndonos o retándonos?
¿No saben de la naturaleza Qato?
– Vámonos, Casandra –  me dice un Anselmo resignado, que da la media vuelta, mientras me pone la mano en la espalda para que yo haga lo mismo.
Esto verdaderamente me impresiona.
¿Que no quería ver las luces?
No le digo nada, solo lo sigo. Este repentino lapsus de sensatez por parte de Anselmo me tiene intrigada, porque él es todo, menos sensato.
Nos vamos por donde vinimos sin decir nada más, recorriendo por el techo de tejas rojas, cuidando que no se caiga ninguno. Anselmo sigue callado, solo mirando al frente. Yo lo sigo, pero, antes de llegar al dormitorio de varones, se desvía, dirigiéndose hacia mi ventana, en el ala de las chicas.
Pasa varios tejados y voladizos, hasta que se detiene en mi ventana y gira para mirarme a los ojos.
– ¿Qué pudiste observar? – me pregunta sin darme mayor detalle.
En mi mente, observé la posición de los guardias, el viento soplando de norte a sur y cómo lo podía utilizar a mi favor para que no nos detectaran. Vi los voladizos y alfeizares, las distancias para saltar entre una y otra, los desniveles entre los techos, y cómo colocaba mis zarpas para evitar caerme y llegar hasta las luces. También me vi planeando para salir desde la ventana, utilizando mis orejas para orientarme y mis pliegues para amortiguar el descenso.
Sabía cómo hacerlo.
– Que es difícil entrar, pero no imposible. El único problema que tendrás es que no podré acompañarte, pero te puedo dar sugerencias de cómo – le respondo sin más, en automático, como si fuera una necesidad, un instinto desde lo más profundo de mi ser. Pero sé que, con mi suerte, no nos saldrán dos guardianes otra vez, si no, el escuadrón completo.
– Muy bien, pero estas equivocada en una sola cosa, tú me acompañarás – comenta Anselmo con una ligera sonrisa en los labios – desde mañana nos prepararemos. Esos vigilantes han despertado la curiosidad del Qato y el Qato va por a ir a averiguar.

Sus ojos brillan, igual que deben hacer los míos. Es claro que estamos sintonizados, debemos entrar.

jueves, 15 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA QATO - CAPITULO 2 - PLANEAMIENTO.



– Aquí está, señorita – me dice Filemón entregándome mi paquete de provisiones diarias, justo a la salida de la clase de historia con “El Chivito” – como está, señorito Anselmo – saluda a este cuando gira a mirarlo.
– Muy bien, señorito Filemón – le responde este en tono sarcástico. Filemón, como siempre, lo ignora, haciéndole un ademán de reverencia.
– Debo ir a buscar a la señorita Casilda a entregarle sus provisiones de hoy, los veré mañana. Saludos – se despide con la amabilidad que siempre lo acompaña, dando media vuelta, para dirigirse hacia el ala donde da clases mi hermana.
– Hoy lo almidonaron más de la cuenta, ¿no crees? – se burla Anselmo, justo a las espaldas de Filemón. Yo solo me limito a poner los ojos en blanco. Debería dejar de molestar ya al pobre. Él no tiene la culpa, mi madre obliga a todos sus empleados a actuar así.
– En vez de molestar, ¿podrías hacerme un favor? – le pregunto, con los brazos cruzados – llévame esto a mi casillero, bueno, esto no – le pido, al momento que saco dos termos del paquete, para ponerlos en mi maleta. Anselmo me responde con una sonrisa y un ademán con dos dedos en su frente, tomando el bulto de mis manos.
– No olvides nuestra cita, Cas – me dice Anselmo, dando la media vuelta antes de que le reclame.
¡Odio ese apodo y lo sabe!
Pero no me da tiempo de reclamarle. El muy estúpido se da la vuelta y se dirige hacia su siguiente clase y yo, a la mía. Afortunadamente, este año solo tomamos tres clases juntos, no como el año anterior, cuando lo veía hasta en la sopa, literalmente.
No me malentiendan, adoro a Anselmo, ha sido mi mejor amigo desde cachorros, pero a veces me asfixia su amistad, sobre todo cuando está Casiano cerca.
Lo odia.
No puedo creer que sea tan rencoroso. No olvida esa vieja rivalidad de niños, cuando ambos estaban en el equipo de futbol. Casiano era el capitán del equipo y Anselmo, su suplente.
Ya es hora de que lo supere.
– Vamos, Casandra – me indica Quiteria, mientras me arrastra a la siguiente clase por los pasillos de la escuela. La luz del día todavía se cuela por los ventanales en lo alto de los arcos que van a lo largo del extenso corredor, lastimándonos los ojos. “Tonto”, me digo. Es una necedad que nos fuercen a que nuestras clases sean parte en el día.
¿Es que no saben que nuestra visión es mejor de noche?
Por suerte, a alguien se le ocurrió que no era justo, considerando que nuestra naturaleza nos impide levantarnos antes del mediodía y una parte de nuestros estudios se realiza en la noche, las más importantes, las que tienen que ver con nuestra parte felina.
Si fuera por mí, las clases iniciaran justo al anochecer, pero claro, eso no ayudaría para integrarnos al mundo humano, que es el propósito de este lugar. Tampoco nos ayuda en nada las clases de “Planeamiento” que, aunque se ve muy bien en nuestros créditos, no tiene nada que ver con hacer un “plan”, más bien con “planear”, que es lo que hacemos los Qatos cuando saltamos de un árbol.
Ese es precisamente el lugar a donde voy ahora, al bosque.
– Recuerda nuestro trato – me indica Quiteria.
– Claro, como olvidarlo – le respondo, al momento que le hago un gesto para que me suelte.
– Lo siento, es que no quiero que te distraigas con tu “novio” – me dice y yo saco un gruñido detrás de mi garganta.
¡Qué le pasa, Anselmo es mi amigo!
– No sé de qué me hablas, no tengo novio – le contesto, reprimiendo mi enojo.
– ¡Hay por favor! – Me dice Quiteria con ironía – siempre están juntos, ¿crees que no se nota?
– Siempre hemos estado juntos, tienes razón, desde que éramos críos – le respondo y ella me lanza una risita sarcástica.
– Bueno, si no son novios, no te importará si ronroneo en su cuello, ¿verdad? – inquiere ella.
– No, para nada – le contesto. Que haga lo que quiera con Anselmo, después de todo, es raro que un chico de catorce como él, todavía no tenga novia. Será incomodo para ella, pues nuestra amistad será lo más importante, así que, si lo quiere a él, tendrá que soportarme.
– Listo, está dicho – finaliza, levantando una ceja – bueno, tenemos poco tiempo para tomar un refrigerio antes de la clase, ¿trajiste algo bueno para ambas?, muero de hambre – me dice, como si nunca hubiésemos hablado de Anselmo.
– Estofado de ternera, traído desde la cocina de mi casa esta misma tarde, ¿te parece bien? – le respondo.
– ¡Excelente!, muchas gracias – me dice, con una sonrisa ávida – después que comamos, será mi momento de cumplir con mi parte.
– Listo – le respondo, al tiempo que le paso su termo con la comida caliente y nos sentamos cerca del primer arbusto que encontramos. Todos los demás estudiantes se encuentran en el sitio, consumiendo de lo que hay en la cafetería; esa comida rancia de la que mis padres se niegan a que coma y prefieren enviar a Filemón a diario desde mi casa, que se encuentra a una hora de distancia.
– Solo recuerda relajarte antes de la transformación, es más fácil si te dejas llevar por tus instintos – me aconseja Quiteria entre bocado y bocado.
– Si, para ti es sencillo, tú eres natural, en cambio yo, creo que estoy perdiendo mis instintos – le digo, mientras tomo otro trozo de carne.
– Dime, ¿has dejado de ronronear o de gruñir? – me cuestiona.
– No, eso no – le respondo con desgano.
– Entonces, sigues siendo Qato. Tu naturaleza está ahí, solo que te es más sencillo hacer ruidos. La transformación es menos común y es por lo que tarda más, por eso es que los cachorros no pueden y es sencillo que pasen por humanos en la primaria; pero, una vez pasamos a la pubertad, debemos venir aquí para terminar nuestra educación, El Concejo no quiere una transformación involuntaria delante de los humanos, incluyéndome. Todos somos admitidos aquí, no importa nuestro status social, por el bien del secreto – me comenta, con voz serena – ahora, te aconsejo que te apoyes en el gruñido, es algo natural. Cierra los ojos y gruñe un poco en cada exhalación.
Respiro profundo y luego exhalo en un gruñido, pero me pongo nerviosa.
Una de las razones por las cuales tomé esta clase me está mirando justo en este momento. Bajo la vista para ocultar mis cachetes sonrosados. Quiteria me mira y hace ruidos con la lengua.
– Te dije que cerraras los ojos, ¿no es así? – me reclama.
– Si, lo siento – le respondo.
– No te disculpes, esto es serio, acordamos que te ayudaría a pasar la materia a cambio de tus fabulosas meriendas y te juro que vas a pasar, aunque tenga que ponerte unas alas delta para que planees bien – me dice molesta – Ahora, Casiano es buenísimo en esto, como en todo lo que hace, él no tiene problemas, tú, si, ¿quieres cerrar los ojos y hacer lo que te pido?
Asiento con la cabeza y cierro los ojos.
– Bien, bien, ahora pon la mente en blanco – su voz es tranquila, no como hace unos segundos – vamos, has que tus gruñidos sean más fuertes cada vez – y así hago, aunque es un poco difícil. La gente está equivocada, es sencillo poner la mente en color negro, no en blanco, pero supongo que a ella no le importará el color de mi mente en estos momentos, así que dejaré mi mente en negro, no en blanco – esto no está funcionando – continua hablando, mientras se pasa una mano por la cara – ya deberías haber cambiado. Intentaremos con otra cosa, ¿qué me dices del sexo opuesto?, eso es parte de nuestra naturaleza, también.
– ¿Sexo opuesto? – hago eco de su pregunta, mientras un escalofrió me recorre por la nuca, erizando mi piel, cual Qato.
– Si, boba, los machos, esos que se la pasan ronroneando en nuestros cuellos, marcándonos como su propiedad – me responde, poniendo los ojos en blanco.
Eso le pasará a ella, a mí nadie me hace nada como ronronear en mi cuello. Bueno, solo Anselmo, pero eso lo hace desde que era un cachorro. Yo también se lo hago y no tiene nada que ver con que me guste; es solo familiar, es todo.
– Me imagino que, como no quieres admitir que Anselmo es tu novio, deberás concentrarte en Casiano, ¿te parece? – me dice, mientras me mira con una ceja levantada.
– Entonces, ¿tengo permiso para concentrarme en Casiano? – le pregunto emocionada.
– Si amiga, claro que sí, todo lo que quieras.

viernes, 2 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA QATO - CAPITULO 1 - LUCES BRILLANTES.




– ¡Por favor, Anselmo, suéltame! – le digo a este, cuando trata de detenerme a la entrada del salón de clases.
– ¡Te prometo que esta vez será diferente! – me suplica, pero yo sigo mi camino hacia mi puesto habitual. Anselmo también se sienta en su puesto de costumbre, justo detrás de mí.
– Te lo digo, eran luces brillantes y se movían de un lado para el otro, justo en la torre del este – trata de tentar mi curiosidad, pero me mantengo firme. La última vez, cuando seguí esas disparatadas expediciones suyas, por casi me pescan y a él, también.
– Abran sus libros en la página veinticinco – nos dice a todos el "Chivito Loco", como todo el mundo conoce al Profesor Aramis, un viejo que de seguro asistió a la escuela con Matusalén. Sus barbas le llegan casi a la cintura y muchas veces puedes observar cosas que se le quedan justo ahí; hoy, por ejemplo, tiene incrustada entre las hebras de pelo, dos clips de papel.
¿Que cómo lo sé?
Pues, porque brillan cada vez que la luz los toca. Es el único profesor en toda la ACADEMIA que le pasa esto, ni siquiera la profesora Matilda descuida tanto su apariencia. En lo personal, pienso que debería acicalarse un poco más. Esas excentricidades son para gente de poco juicio, precisamente, como el Chivito Loco.
– Shhhh... – se escucha desde atrás. Es Casiano, que me mira y me hace sonrojar. Creo que sabe lo que siento por él, pero se hace el interesante.
¡Es tan lindo!
Si tan solo dejara de tener tantas "amigas".
– Como siempre, sin poner mucha atención, señorita Casandra – me reprende el profe, cuando ve que ni siquiera he sacado el libro. Yo me pongo helada, no me gusta que me llamen la atención delante de todos. No, mis compañeros no son mis amigos, pero son gente y prefiero pasar sin pena ni gloria, y este preciso momento es de los que considero como penoso. Levanto la mirada con cierto horror al verlo. El Chivito me mira con una ceja levantada. Claramente, está esperando que haga lo propio, así que pongo de mi parte para descongelar mi cuerpo ante la vergüenza y tomo mi vieja maletita para sacar el libro y, rápidamente, procedo buscar aquella página.
"Culturas en la Edad Antigua", dice.
– Te lo digo, se ven desde mi habitación que no está lejos de la torre. Será sencillo – vuelve a insistir Anselmo, susurrando detrás de mi cuello, justo en el momento en que el Chivito da la media vuelta para colocarse delante de la pizarra, sin darse cuenta que Anselmo sigue hablando. Nunca he entendido como soy yo quien sale regañada, mientras él hace más barullo que yo y nadie lo nota.
Definitivamente, debe haber algo mal en mí.
– ¡No, no y mil veces no! – le insisto en un susurro. No quiero problemas – además, ¿cómo pretendes que me escurras al ala de los varones?, ¡estás loco!
– Solo habla con Amina, sé que, si le dices que es un favor para mí, lo hará – me responde, casi poniendo su boca en mí oído, lo que me provoca cierto escalofrío y me hace ronronear, llamando la atención de algunos.
– ¿Y ahora qué hizo, que te debe un favor? – le pregunto intrigada.
– Digamos que un internado no la va a detener, como mis padres creen – me contesta, guiñándome. Debo sacar de mi sistema la imagen que se me forma en la mente, aquella en la que veo a Amina saliendo a hurtadillas del dormitorio de varones. Definitivamente, hay cosas que no cambiarán y hay personas que no pueden reprimir su naturaleza.
– A ver jóvenes, ¿cómo quieren que sea la lección, aburrida o amena?, de hecho, hoy yo quiero aprender de ustedes – empieza a hablar el Chivito, mientras pasea de un lado a otro por el pasillo entre las bancas. En este momento, todo el mundo comienza a murmurar. Por supuesto, escucho voces aquí y allá mencionando la frase "¡obvio, amena!" – alguien que me diga, por favor – solicita el profe, al tiempo que detiene la vista en cada uno – a ver, a ver – continúa al tiempo que saca ese huesudo dedo índice de su mano derecha – ¡usted! – exclama con entusiasmo, señalando a, nada más y nada menos, que a mí.
El color se me sube, como si fuera un termómetro en agua caliente. Las piernas me tiemblan cual gelatina, al momento de levantarme. Miro a todo mi en rededor y observo varias expresiones de mis compañeros, unos, con cara de "ya va a meter la pata" y otros con la expresión de un niño rezándole a sus padres para que los dejen ver tele.
– Díganos Cassandra, qué le gustaría – indica el Profe Aramis, al momento que Anselmo me hace una caricia en la mano para darme ánimo.
– Eh... amena... ¿profesor?
¡Qué bochorno!
Me siento de inmediato.
Mis compañeros comienzan a cuchichear y hacer burlas detrás de mí y yo, simplemente, espero que me trague la tierra. Anselmo me palmea el hombro.
– ¡Perfecto!, muchas gracias Señorita Cassandra – responde el Señor Aramis, ignorando que casi me desmayo – bien, ahora que hemos establecido cómo será esto, quisiera que leyeran el título y luego – nos mira a todos en dos recorridos rápidos, verificando que estemos obedeciendo sus instrucciones, para luego decir – tomen su libro y guárdenlo en su maleta – todos nos quedamos mirando los unos a los otros, pero, como todos sabemos que a este profe no le pusieron ese apodo por nada, de inmediato hacemos lo propio.
– Bien, ahora les pregunto yo, ¿por qué nosotros debemos conocer las culturas de la Edad Antigua?
– Si no me ayudas, tendré que hacer esto solo y tú no querrás que me atrapen, ¿verdad? – Continúa diciéndome Anselmo, poniendo esa cara de gato apaleado, sacando mi mirada de lo que hace el profesor – por fa, por fa, por fa – me suplica.
– Está bien, pero si algo sale mal, tú te harás responsable, ¿ok? – ¡rayos!, ¿por qué siempre me dejo convencer?
– Ok – me responde, dándome un pequeño golpe en mi hombro con su puño.

– Fue en la época donde nuestra raza interactuaba con la raza humana – responde Minerva, por supuesto. Si había alguien feliz en contestar, tendría que haber sido precisamente ella.
– ¡Exacto! – le responde el profesor, al tiempo que algunos comienzan a cuchichear – bien, ¿alguien más me puede decir desde cuanto tenemos contactos con los humanos?, veamos – dice, al tiempo que vuelve a sacar ese miserable dedo suyo, el cual pasa de un lado al otro y me siento bendecida cada vez que pasa de largo.
– Yo profesor – responde Casiano, quien se levanta, haciendo suspirar a más de cuatro chicas y saca un pequeño rugido de la garganta de Anselmo, entre otros chicos.
Los qatos machos deberían ser menos territoriales, no todas las chicas son su propiedad.
– Desde hace unos veinte mil años, pero fue hasta hace unos nueve mil, cuando les enseñamos la escritura, que comenzaron a haber evidencia de nuestra relación con los humanos – responde Casiano.
– Eso todo el mundo lo sabe – murmura Anselmo detrás de mí.
– ¿Quieres callarte?, me desconcentras – le respondo molesta.
– Sí, sí, claro, tu precioso Casiano – contesta Anselmo, haciéndole burlas.
– Si sigues molestando, me retracto de acompañarte, ¿de acuerdo? – lo amenazo, mientras lo fulmino con la mirada y el agacha la cara.
–  Ahora, ¿Por qué nuestra relación con los humanos fue tan buena durante tanto tiempo? – inquiere nuevamente el Chivito, al tiempo que Minerva vuelve a levantar la mano – no, ya usted participó, señorita Minerva, requerimos a otra persona para que gane su nota – indica, al tiempo que todos comienzan a mirarse entre sí.
¿Nota?, nadie dijo que estas preguntas eran parte de una calificación.
– Sabia que tendría su atención si les decía para qué tanta pregunta – vuelve a hablar el Chivito.
Esto no me conviene para nada. Mis padres no se sentirán muy complacidos si traigo malas calificaciones. De inmediato, me levanto.
– Debido a que nos veían como sus iguales, pero, al demostrarles que éramos una cultura más avanzada, empezaron a temernos, así que tuvimos que ocultar nuestra naturaleza – respondo de inmediato.
– ¡Correcto Casandra! – Me indica el profe, entusiasmado – esta es la razón por la cual se creó esta ACADEMIA, para que pudiésemos coexistir con los humanos sin que nos teman, hasta que podamos revelar nuestra naturaleza con confianza.
– Bien, Casandra – me felicita Anselmo.
– Espero que no lo digas para que no me eche para atrás – le contesto.

– Eso nunca lo harías, ya me diste tu palabra y si sé algo de ti es que tu palabra es un hecho – me dice con un guiño.