viernes, 25 de octubre de 2013

TOMATES EN MI BALCÓN, I PARTE.


Hace más o menos un año, en mi última visita a mi abuela, sostuvimos una conversación, en la cual el tema principal fue el alza de la canasta básica en Panamá. Yo le planteaba que no entendía como en un lugar como Killeen, Texas (en la mitad de la nada), la docena de huevos estaba a $1.50, mientras que en Panamá está (e incluso más cara) a $2.40.
Mi abuela me mató cualquier argumento que pudiera decirle, al responderme que el problema era que nosotros los panameños éramos muy flojos. Le pregunté “Pero abuela, ¿Cómo usted va a decir eso de nosotros?”, y ella me respondió “lo que pasa es que no quieren sembrar”. Mi reacción ante tal respuesta fue preguntarle que cómo hacia una persona como yo, que vive en un departamento y no tiene manera de hacer un huerto en su casa, a lo cual me respondió “mi mamá sembraba ñames en macetas, así que no tienen excusas”.
Vámonos a los hechos.
Panamá es una tierra bendecida, en donde la semilla que toca el suelo germina. A menudo vemos en plantas de maíz en las cunetas de las carreteras, y hay árboles que crecen en simples grietas de edificios. Tenemos demasiada agua y sol durante gran parte del año y mucha tierra ociosa. Ahora la pregunta que yo me haría es ¿Por qué lo más caro de la canasta básica son los vegetales?
Además de esto, mi abuela, cuando nos visitaba en la casa de mi madre, solía tener un huerto de un metro cuadrado, en donde podías encontrar yuca, ajíes, etc., además de que el clásico culantro, elemento indispensable del sancocho y otras sopas, había que desherbarlo porque se regaba por todo el patio. Si yo crecí con esto, ¿por qué no tener mi propio huerto de macetas en casa?
Es increíble lo cara que se encuentra la fruta. En un país donde encuentras un árbol de papaya en cada acera, resulta que media papaya te cuesta hasta $1.25; además de  que, cuando mi familia y yo hacíamos visita a nuestros parientes en el interior del país, lo primero que nos daban era una bolsa para que cosecháramos todas clase de frutas de estación: ciruelas, marañones, mangos de varias clases, nance, grosella, cerezas, etc, etc, etc., asi que, cada vez que veo un precio como el de las papayas, me quiere dar un ataque al corazón.
Tristemente, en un país tan bendecido como este, resulta que lo que menos come la población son las hortalizas, y la razón principal de esto es el alto costo de los mismos; por lo general se ponen como adorno en el plato, cuyo rey principal es el arroz. Hago constar, yo como mucho arroz, pero es caro y engorda increíblemente, y podemos tener una alimentación mas nutritiva si una buena ensalada con al menos cinco tipos de hortalizas fuera lo principal.
Así que decidí probar.


Comencé buscando información en la red de cómo se puede hacer un pequeño vivero. Escogí tomates, porque me parecieron los más caros y en general porque se utiliza en muchas comidas: salsas, ensaladas,  tortas de huevo, sopas, etc., en general, viene con mi trío favorito, que también lo componen la cebolla y el pimentón.
Resulta que es algo sencillo, sacas las semillas del tomate con todo y su jugo, las dejas fermentando por alrededor de tres días, y luego las lavas en un colador, eliminando todo resto de jugo, para luego dejarlas secar por un día. Las semillas se harán grumos entre ellas, así que debes apartarlas con la mano.
Cuando ya están secas, puedes sembrarlas en el vivero, donde debes regarlas una vez al día, sin llegar a ahogarlas. A la semana vez el  milagro, y lo digo así, porque el primer brote de las semillas lo vi a las siete de la mañana de un domingo, y luego de hacer mis diligencias, regresé en la tarde y ya estaban todas brotadas.


Luego de esto, hay que esperar unas dos semanas para trasplantarlas, siempre regándolas una vez al día cuando no llueve. Cuando colocas cada matita individualmente, debes procurar separarle las raíces lo más delicadamente posible, pues deben ir con la mayor cantidad para que el trasplante tenga éxito. Esto lo aprendí por ensayo y error, porque yo, hasta esta experiencia no había podido sembrar absolutamente nada en mi casa, todo lo que sembrara, aunque fuera una flor ya germinada, se moría.
Hasta el momento, de sesenta y un plantas germinadas, tengo vivas unas cincuenta y ocho, pues se me han muerto unas tres. Que ¿Qué pretendo hacer con todas esas plantas?, pues regalarlas.
Hasta el momento he hablado con un par de amigas, con mis padres y hermanas, en una campaña de “adopta tu planta de tomate”.

Esto ha sido en broma y en serio, pero les he explicado mis razones y creo que ya la idea de que estoy loca se les ha ido un poco, pero pienso que tener aunque sea una planta alimenticia en nuestros hogares es una buena idea porque no solamente ahorramos “algo” en nuestra alimentación, también le enseñamos a nuestros hijos el valor de sembrar.
Alguno me dirá que no tiene tiempo, yo les digo que no se necesita mucho, en mi caso, en vez de echar las semillas del tomate a la basura, las coloqué en un recipiente (el tomate si se fue para la olla), lavar las semillas no me tomó ni cinco minutos, y sembrarlas, ni media hora. Regar las matas tomará alrededor de quince minutos diarios. Si posees al menos quince minutos diarios, creo que puedes hacerlo. Además, entretiene. Después de pasarte trabajando más de diez horas diarias entre el lunes y sábado, luego de todo el estrés de, en mi caso, estar dirigiendo personal labores diarias, hacer cuentas, llevar controles de obra, etc., etc., etc., te encuentras con una labor sencilla, que no tiene absolutamente nada que ver con tu trabajo, te distrae muchísimo.


No quiero ir en contra del productor ni mucho menos que el vendedor de frutas del mercado se vea afectado. Mi intensión es hacer conciencia de todo lo que podemos hacer en un pequeño espacio de nuestra casa, en donde haya mucho sol y agua, con un poco de tiempo al día.