Era más llevadera la carga. Me resultaba
más sencillo pensar en el aquí y el ahora, cuando me encontraba con mis nuevos
amigos. Nada parecido a la carga pesada de la culpa y el remordimiento, o de la
rabia insipiente cada vez que me acordaba de lo que había hecho Mike.
Pensé que no estaba mal lo que hacía, ir de
vez en cuando con mis compañeros a jugar bolos, o ir al cine no le haría mal a
nadie.
Pensé que tener un par de amigos, y de
tomar un par de tragos con ellos, era la cosa más normal del mundo.
Pensé que si Gabe se me acercaba y yo
conversaba con él no tenía nada de malo. El siempre tenía algo que decir, y yo
siempre estaba dispuesta a escucharlo.
Pensé... pensé tantas tonterías que me
excusaban de tener a Gabe tan cerca de mí. Quería cegarme, y creer que podría
cegar a los demás con mis excusas.
Pero la verdad estaba allí. Yo era una
mujer con una profunda tristeza, con una gran necesidad de ser consolada, y él
era un hombre dispuesto a ser lo que yo necesitara. Era un excelente maestro
para enseñarme a jugar billar, gran pareja de karaoke, bien bailarín, y maravilloso
como paño de lágrimas.
Se dio cuenta de que estaba casada antes de
que se lo dijera. Lo supo por la marca que los anillos habían dejado en mi
dedo. También supo que había tenido hijos, por alguna que otra estría que se me
notaba en la ropa de ejercicio. Adivinó casi todo de mi, como si me conociera,
como si se hubiera dado cuenta de todo lo que me ocurría con solo mirarme.
Me confesó que él era quien... Quien colocaba las rosas en mi casillero, era el
primero en llegar al gimnasio para poder tener acceso al vestidor de damas,
incluso me dijo que una vez por poco lo descubro, tuvo que esconderse en las
regaderas hasta que yo me fui.
Y un buen día, cuando estábamos un poco
tomados, pasó.
Al día siguiente cuando nos levantamos y me
di cuenta de lo que había ocurrido, lloré desconsoladamente. El me tomó entre
sus brazos y me pidió disculpas, pero me dijo que no se arrepentía por lo
sucedido, porque había sido el momento más feliz de su vida.
Yo no podía negar que para mí era
exactamente igual, recordaba cada instante que estuvimos juntos, y fui feliz,
muy feliz. Por eso me sentía tan mal, porque había disfrutado cada segundo
vivido con Gabe.
Eso me convertía en una cualquiera que le
estaba faltando a mi familia, e igual a Mike.
Mike. Cada vez que pensaba en que haría si
supiera lo que pasó entre Gabe y yo... no, el no debía saberlo nunca.
El hecho de que él me hubiera faltado no me
daba derecho a mí a hacer lo mismo. Yo era una mujer respetable, el pilar de mi
hogar. Si había alguien que jamás debía tener una sola mancha, esa era yo.
Y el problema radicaba allí, porque a pesar
de saber todas las razones por las cual no debía pasar nuevamente, no podía
olvidar los besos y abrazos de Gabe. Ardían como fuego en mi memoria.
Lo evité todo lo que pude, no salí mas con
mis compañeros, inventándoles toda clase de evasivas. Evitaba la clase de
pesas, que era su especialidad. No quería verlo, y mucho menos observarlo
haciendo... pesas, que lo único que haría era traerme a la memoria recuerdos
que mi ser completo me pedían a gritos que se volvieran a repetir.
Sin embargo, no podía evitar mirarlo,
aunque fuera a distancia. De vez en cuando mi mirada se encontraba con la suya
llena de dolor y tristeza.
Un día encontré una nota en mi casillero.
Solo una nota, no había rosa esta vez. Me decía que necesitaba hablar conmigo,
que se estaba muriendo cada vez que me veía y no podía estar conmigo.
Yo miré por todos lados dentro del vestidor,
por si se encontraba allí vigilando mi reacción. Pensé en romper la nota, pero sentía
que al hacerlo también rompía el corazón de Gabe aun más. No, ninguno de los
dos nos merecíamos lo que estaba pesando, pero yo sabía que la vida no era
justa y yo tenía a mis hijos, a los
cuales tarde o temprano tendría que volver.
Y Gabe no tenía cabida en mi vida.
No, porque yo era una mujer casada.
No, porque tenía que respetarme a mí como
mujer y madre.
No, porque yo debía ser ejemplo para Miky y
Andy.
"¡Maldita sea, por qué no!", tenía
ganas de gritar.
Tomé la nota y la metí entre mi ropa, justo
al lado de mi corazón. No pensaba responderle a Gabe, pero por lo menos, y
aunque fuera en secreto, haría lo que mi corazón dictara.
Salí a tomar la clase y luego me largué a
casa a llorar sobre mi almohada, lo que no podía en público.
Y fue cuando tocaron a la puerta.
Yo estaba todavía adormilada al ir a
atenderla. El estaba allí. Su brazo apoyado en el marco, su mirada tan triste
como cuando la vi la última vez. Y en un arranque de locura, lo besé.
No pude evitarlo, lo necesitaba con desesperación,
y él a mí también.
Y al día siguiente cuando despertamos,
acordamos que no nos debíamos engañar más. Allí estábamos el y yo, aquello era
real y no podíamos ocultar lo que sentíamos. Pero también sabíamos que pronto
debía terminar, así que, cuando acabara el curso yo me iría y el no me llamaría
jamás.
Así que decidimos, también, que nadie debía
darse cuenta, y mientras todos los demás nos veían partir por rumbos
diferentes, nadie sabía que cada noche Gabe y yo dormíamos en la misma cama.
Y un buen día llegó la graduación del curso.
Gabe y yo nos despedimos como siempre y
cada quien tomó caminos diferentes para llegar al gimnasio, la misma rutina de
todos los días, solo que esta vez Gabe no llegó al gimnasio. Lo busqué por
todas partes, en la cafetería, en las salas de aeróbicos, en las de pesas, en
los saunas, y nada.
Estaba desesperada, sabía que ese día iba a
ser el último juntos y había hecho planes, el día anterior fui a comprar una
botella de champagne. Pensaba hacerle la cena. Y al día siguiente pues, sería
nuestra triste despedía.
Le envié varios mensajes de texto,
esperando a que me diera una excusa porque el también estaba preparando una
sorpresa. Pero no me respondió.
A cada quien lo llamaron en la pequeña
ceremonia improvisada, pero a él no lo mencionaron, el modulador del curso nos
dijo que se había disculpado el día anterior ya que tuvo una urgencia en su
casa.
Entendí entonces que ya lo tenía planeado, que
no pensaba presentarse, que o se
despediría de mi.
No me quedé a celebrar con mis compañeros,
les inventé la primera disculpa que me pasó por la cabeza, y tomé rumbo directo
el departamento. La ropa de Gabe había desaparecido. Tampoco estaban sus
enseres de uso personal. Era como si jamás hubiera estado allí.
Me derrumbé en la cama llorando. Yo sabía
que todo aquello acababa ese día, pero esperaba despedirme de una manera que
siempre lo recordaría con todo el amor que podía sentir. Pero no fue así porque
lo único que sentía era dolor y desesperación.
Lloré hasta que quedé sin lágrimas, y luego
de allí caí dormida hasta el día siguiente. No quería hacer las maletas,
todavía no. Esperaba que por alguna razón, Gabe volviera, aunque fuera para
venir a buscar algo que se le hubiese quedado.
Me quedé esperando todo el día, y el día
siguiente.
Y nada.
Luego, al tercer día alguien tocó a la
puerta. Me arreglé lo mejor que pude diciéndole al que fuera que me esperara
unos minutos.
Y cuando abrí, me llevé la sorpresa más
grande de mi vida.
Allí, plantados enfrente de mí, se
encontraban Miky, Andy y Mike.
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