viernes, 20 de julio de 2012

CAPITULO 5: PARAÍSO EN EL INFIERNO (CUENTO: ¿CÓMO PASÓ?)


Era más llevadera la carga. Me resultaba más sencillo pensar en el aquí y el ahora, cuando me encontraba con mis nuevos amigos. Nada parecido a la carga pesada de la culpa y el remordimiento, o de la rabia insipiente cada vez que me acordaba de lo que había hecho Mike.
Pensé que no estaba mal lo que hacía, ir de vez en cuando con mis compañeros a jugar bolos, o ir al cine no le haría mal a nadie.
Pensé que tener un par de amigos, y de tomar un par de tragos con ellos, era la cosa más normal del mundo.
Pensé que si Gabe se me acercaba y yo conversaba con él no tenía nada de malo. El siempre tenía algo que decir, y yo siempre estaba dispuesta a escucharlo.
Pensé... pensé tantas tonterías que me excusaban de tener a Gabe tan cerca de mí. Quería cegarme, y creer que podría cegar a los demás con mis excusas.
Pero la verdad estaba allí. Yo era una mujer con una profunda tristeza, con una gran necesidad de ser consolada, y él era un hombre dispuesto a ser lo que yo necesitara. Era un excelente maestro para enseñarme a jugar billar, gran pareja de karaoke, bien bailarín, y maravilloso como paño de lágrimas.
Se dio cuenta de que estaba casada antes de que se lo dijera. Lo supo por la marca que los anillos habían dejado en mi dedo. También supo que había tenido hijos, por alguna que otra estría que se me notaba en la ropa de ejercicio. Adivinó casi todo de mi, como si me conociera, como si se hubiera dado cuenta de todo lo que me ocurría con solo mirarme.
Me confesó que él era quien... Quien  colocaba las rosas en mi casillero, era el primero en llegar al gimnasio para poder tener acceso al vestidor de damas, incluso me dijo que una vez por poco lo descubro, tuvo que esconderse en las regaderas hasta que yo me fui.
Y un buen día, cuando estábamos un poco tomados, pasó.
Al día siguiente cuando nos levantamos y me di cuenta de lo que había ocurrido, lloré desconsoladamente. El me tomó entre sus brazos y me pidió disculpas, pero me dijo que no se arrepentía por lo sucedido, porque había sido el momento más feliz de su vida.
Yo no podía negar que para mí era exactamente igual, recordaba cada instante que estuvimos juntos, y fui feliz, muy feliz. Por eso me sentía tan mal, porque había disfrutado cada segundo vivido con Gabe.
Eso me convertía en una cualquiera que le estaba faltando a mi familia, e igual a Mike.
Mike. Cada vez que pensaba en que haría si supiera lo que pasó entre Gabe y yo... no, el no debía saberlo nunca.
El hecho de que él me hubiera faltado no me daba derecho a mí a hacer lo mismo. Yo era una mujer respetable, el pilar de mi hogar. Si había alguien que jamás debía tener una sola mancha, esa era yo.
Y el problema radicaba allí, porque a pesar de saber todas las razones por las cual no debía pasar nuevamente, no podía olvidar los besos y abrazos de Gabe. Ardían como fuego en mi memoria.
Lo evité todo lo que pude, no salí mas con mis compañeros, inventándoles toda clase de evasivas. Evitaba la clase de pesas, que era su especialidad. No quería verlo, y mucho menos observarlo haciendo... pesas, que lo único que haría era traerme a la memoria recuerdos que mi ser completo me pedían a gritos que se volvieran a repetir.
Sin embargo, no podía evitar mirarlo, aunque fuera a distancia. De vez en cuando mi mirada se encontraba con la suya llena de dolor y tristeza.
Un día encontré una nota en mi casillero. Solo una nota, no había rosa esta vez. Me decía que necesitaba hablar conmigo, que se estaba muriendo cada vez que me veía y no podía estar conmigo.
Yo miré por todos lados dentro del vestidor, por si se encontraba allí vigilando mi reacción. Pensé en romper la nota, pero sentía que al hacerlo también rompía el corazón de Gabe aun más. No, ninguno de los dos nos merecíamos lo que estaba pesando, pero yo sabía que la vida no era justa y yo tenía a mis hijos,  a los cuales tarde o temprano tendría que volver.
Y Gabe no tenía cabida en mi vida.
No, porque yo era una mujer casada.
No, porque tenía que respetarme a mí como mujer y madre.
No, porque yo debía ser ejemplo para Miky y Andy.
"¡Maldita sea, por qué no!", tenía ganas de gritar.
Tomé la nota y la metí entre mi ropa, justo al lado de mi corazón. No pensaba responderle a Gabe, pero por lo menos, y aunque fuera en secreto, haría lo que mi corazón dictara.
Salí a tomar la clase y luego me largué a casa a llorar sobre mi almohada, lo que no podía en público.
Y fue cuando tocaron a la puerta.
Yo estaba todavía adormilada al ir a atenderla. El estaba allí. Su brazo apoyado en el marco, su mirada tan triste como cuando la vi la última vez. Y en un arranque de locura, lo besé.
No pude evitarlo, lo necesitaba con desesperación, y  él a mí también.
Y al día siguiente cuando despertamos, acordamos que no nos debíamos engañar más. Allí estábamos el y yo, aquello era real y no podíamos ocultar lo que sentíamos. Pero también sabíamos que pronto debía terminar, así que, cuando acabara el curso yo me iría y el no me llamaría jamás.
Así que decidimos, también, que nadie debía darse cuenta, y mientras todos los demás nos veían partir por rumbos diferentes, nadie sabía que cada noche Gabe y yo dormíamos en la misma cama.
Y un buen día llegó  la graduación del curso.
Gabe y yo nos despedimos como siempre y cada quien tomó caminos diferentes para llegar al gimnasio, la misma rutina de todos los días, solo que esta vez Gabe no llegó al gimnasio. Lo busqué por todas partes, en la cafetería, en las salas de aeróbicos, en las de pesas, en los saunas, y nada.
Estaba desesperada, sabía que ese día iba a ser el último juntos y había hecho planes, el día anterior fui a comprar una botella de champagne. Pensaba hacerle la cena. Y al día siguiente pues, sería nuestra triste despedía.
Le envié varios mensajes de texto, esperando a que me diera una excusa porque el también estaba preparando una sorpresa. Pero no me respondió.
A cada quien lo llamaron en la pequeña ceremonia improvisada, pero a él no lo mencionaron, el modulador del curso nos dijo que se había disculpado el día anterior ya que tuvo una urgencia en su casa.
Entendí entonces que ya lo tenía planeado, que no pensaba presentarse, que  o se despediría de mi.
No me quedé a celebrar con mis compañeros, les inventé la primera disculpa que me pasó por la cabeza, y tomé rumbo directo el departamento. La ropa de Gabe había desaparecido. Tampoco estaban sus enseres de uso personal. Era como si jamás hubiera estado allí.
Me derrumbé en la cama llorando. Yo sabía que todo aquello acababa ese día, pero esperaba despedirme de una manera que siempre lo recordaría con todo el amor que podía sentir. Pero no fue así porque lo único que sentía era dolor y desesperación.
Lloré hasta que quedé sin lágrimas, y luego de allí caí dormida hasta el día siguiente. No quería hacer las maletas, todavía no. Esperaba que por alguna razón, Gabe volviera, aunque fuera para venir a buscar algo que se le hubiese quedado.
Me quedé esperando todo el día, y el día siguiente.
Y nada.
Luego, al tercer día alguien tocó a la puerta. Me arreglé lo mejor que pude diciéndole al que fuera que me esperara unos minutos.
Y cuando abrí, me llevé la sorpresa más grande de mi vida.
Allí, plantados enfrente de mí, se encontraban Miky, Andy y Mike.

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