– ¡Apresúrate! – me
dice Anselmo, mientras corremos por la pequeña pradera que da a la casita del
árbol. “¡Auch!”, me caigo en un tumulto de tierra que parece nuevo, se nota que
la tierra fue removida hace poco. Me limpio las rodillas, mientras Anselmo se
percata que me dejó atrás – ¿te lastimaste? – Inquiere, al momento que se me acerca
y me limpia la paja de mi blusa que acabo de hacerme – vamos, te ayudo a subir
– continua hablando, cuando llegamos al pie del árbol.
– Yo primero – le
digo, cuando voy subiendo la escalera de soga hasta arriba. A medio camino,
miro hacia abajo y Anselmo tiene las manos en los bolsillos, silbando, como si
quisiera disimular que estaba haciendo algo malo. Anselmo sube y ambos nos
sentamos para ver el paisaje. Ha pasado algo de tiempo desde la última vez que
estuvimos aquí.
– ¿Qué se supone que
haremos? – cuestiona Anselmo, que es más para sí mismo que para mí. Nuestros
pies cuelgan del borde en nuestra vieja casa del árbol en Villa Kyar, el hogar
de la familia Cerdubeles, mi familia. Aquí él y yo jugábamos de pequeños, lejos
de mis hermanas.
Nada de jugar a la
fiesta de té o la muñeca, eso es para esas tontas, que siempre han soñado con
ser como mi madre, La gran Edelmira.
Nosotros jugábamos a
otras cosas. Mientras Anselmo estaba adicionándole nuevas cosas a la casa o,
más bien, colocando más cuerdas y palos para hacer sus maromas, yo estaba en mi
mesita con mis dibujos o, más bien, mis diseños de ropa. Siempre he soñado con
eso, ser una gran diseñadora de modas, tanto en el mundo humano, como en el
Qato, pero es difícil serlo, siendo tan tímida y todo eso.
– No sé, Anselmo, no
sé – me limito a contestarle, solo para que no siga torturándose con esa
pregunta – deberíamos hacer otro intento, pero sin transformarnos, a lo mejor
lo que los atrae es la naturaleza Qato – sigo diciendo.
No quiero decir lo
que en verdad pienso. No es la naturaleza Qato lo que atrae a los Gardiyan, si
no, “mi” naturaleza. Ellos me quieren a mí, no a Anselmo.
Y allí es donde
radica el problema. Yo no quiero que Anselmo vaya solo, tengo miedo que le
hagan daño y él no quiere ir sin mí, pues teme que me quede sola. Conclusión:
debemos hacerlo juntos.
– Podemos intentarlo
– responde – pero tendremos que entrenar a la manera humana.
– Sería lo más
prudente – le continuo la idea – nadie espera a que un Qato utilice su forma
humana para escalar paredes o hacer saltos largos.
– Además, los
humanos lo hacen, usan ropas especiales para hacer saltos a grandes alturas –
sigue la conversación Anselmo – claro, que si lo hacemos así no tendremos la
ventaja da la visión nocturna o los reflejos.
En ese momento, hago
un movimiento rápido para pellizcarle el estomago y él me esquiva por reflejo.
– Lo ves, tus
reflejos no se pierden tan fácilmente – le contesto a la pregunta implícita.
Anselmo me mira y sonríe – puedo intentar comprar lo que necesitemos por
internet – le digo – que me manden las cosas a la casa de tus padres, ¿te
parece?, no quiero que las fisgonas de mis hermanas vean el paquete y
cuestionen.
– ¡Perfecto!, mis
padres no se meten con mis cosas, pero no sé de dónde sacarás el dinero, de
seguro tus padres se darán cuenta que estás usando las tarjetas y pueden hacer
preguntas, ¿no te parece? – cuestiona Anselmo.
– No pueden
preguntar si no conocen de donde proviene el dinero – le respondo con una
risita.
– ¿De qué hablas,
tienes tu propio dinero? – me interroga Anselmo, con las pupilas en una fina
línea y yo me echo a reír.
– ¿La curiosidad del
Qato? – le respondo con otra pregunta, haciéndome la interesante – si quieres
saberlo, tú también tienes una cuenta secreta, gracias a nuestro negocio,
Israel Estrada.
– ¿Quieres decirme
de una vez o seguirás con tu intriga? – me dice molesto.
– Si, tenemos una
empresa en la bolsa – le digo simple y llanamente, ya que no puedo seguir con
mi jueguito – ¿Recuerdas la tarea en Comportamiento Humano?
– Sandy, nos han
puesto mil tareas en esa materia – me responde con sarcasmo – me quieres decir
cuál de todas.
– Okis, okis, es esa
en la que debíamos presentar un proyecto de negocio, pues, yo la puse en
práctica, pero por internet y, bueno, resultó bien, de hecho, tengo cuentas Suiza
y Panamá, claro, con otro nombre, por supuesto – le respondo a Anselmo y él me
mira con los ojos como platos – tranquilo amigo, la mitad es tuya, ya que la
tarea era de los dos. Tú eres Israel Estrada y yo, Ericka Estrada, dos hermanos
que tienen una tienda en internet e invierten en la bolsa. Por cierto, nos está
yendo excelentemente, luego de la escuela, podremos vivir sin los fondos de la
familia o, inclusive, del mundo Qato – Anselmo se echa a reír con ganas.
– ¿Somos
millonarios?... ¡Guau! – se limita a decir con la boca en una amplia sonrisa y
los ojos con las pupilas redondas.
– No, todavía no
llegamos al millón de ninguna moneda, porque debes saber que cotizamos en
Euros, Libras, Francos Suizos, etcétera, etcétera, etcétera – le digo con algo
de petulancia – pero dentro de poco llegaremos al millón de dólares.
– No creas que eres
la única con fondos – me dice y ahora yo quedo intrigada.
– Bueno, ¿Me
torturarás o me dirás de una buena vez? – pregunto directo, no me va a hacer el
juego del Qato y el ratón.
– Si, te diré – me
responde, haciéndome arrumacos en el cuello – resulta que mi idea de poner una
página por internet con videos y tonterías, que tú no creías que funcionaría –
me mira con cara suspicaz – tiene más de quince millones visitas por día, así
que las ganancias ya las tengo en una cuenta, pero no te preocupes, porque te
abrí una cuentas a ti de los videos en donde sales, pero con tu nombre real, no
con un seudónimo. Así que, de nada, mi queridísima amiga – yo lo veo y me rio,
al momento en que algo me llama la atención. Es Filemón, quien debe venir por
la pradera, de seguro, con nuestra vianda de comida.
Pero, cuando lo veo
más de cerca, me doy cuenta que no trae nada entre las manos.
– ¿A qué vendrá Filemón?
– Le pregunto a Anselmo – no trae nada.
– Si no sabes tú,
que lo conoces bien, menos yo – me responde con la misma suspicacia en el
rostro y poniéndome la mano en el hombro – de seguro bien con alguna locura de
tus padres.
– Señorita, señorito
– nos dice Filemón desde el pie de árbol, donde se encuentra la casita – los
están esperando para comer.
– ¿Tenemos que comer
en la casa? – Le inquiero, algo molesta – pero, ¿Por qué, hice algo malo? –
continúo yo y es que mi mamá solo nos obliga a comer en familia cuando tiene
algo importante que decir, que por lo general es un regaño público.
Filemón nos escolta
hacia la villa familiar y a la casa. No entramos por la entrada principal, si
no por cocina, que nos lleva directamente al salón comedor.
– ¡Espera! – me dice
alguien a mis espaldas. Es Idelfonsa, la mucama de mamá – debe limpiarte un
poco esa cara señorita, venga, tengo una toalla húmeda para pasarle – continua,
mientras toma aquel trapo húmedo de cocina embadurnado con jabón de baño.
– Ya, ya, por favor
Idelfonsa – le digo avergonzada – así estoy bien.
– No, niña, hay
gente importante en la sala – me responde, todavía pasándome el viejo trapo – debes
estar presentable. Niño Anselmo, póngase aquel saco.
– Pero… ¿yo? – le pregunta,
con las pupilas en una fina línea – ¿qué,
son humanos o algo?
– No, niño, son de
los nuestros y pertenecen al Samat, al gobierno Qato.
“¡Uf!”, me digo,
¿qué rayos hace el Samat aquí?
Anselmo entra
primero, con el saco prestado encima de su suéter de dibujos, yo lo sigo. Mi
madre está a la cabeza de la mesa, pues Pat, no es encuentra en estos momentos.
A su derecha, en orden, se encuentran Casilda y Cayetana. Los dos puestos
siguientes debemos ocuparlos Anselmo y yo, cosa que hacemos. Frente a nosotros,
pasado el banquete de comida, están un señor regordete y calvito, otro señor
respingado de lentes y un bigote muy bien cuidado, y otro más joven, quien
tiene la cabeza baja.
– Anselmo, Casandra –
dice mamá, luego de aclararse la garganta – les presento a los señores Eulogio
Abadutiker, Belarmino Ultidikán y Helimenas Eneko, miembros del Gobierno del
Samat, quienes nos han venido a visitar – indica mamá, con una sonrisa casi
nerviosa.
– Mucho gusto –
decimos ambos, yo, levantándome de la mesa e indicándole lo mismo a Anselmo. Este
lo hace con la cabeza gacha y se sienta casi de inmediato.
– Me repites tu
nombre, hijo – dice el señor respingado, Belarmino.
– No lo dije – dice entre
dientes este, pero se corrige de inmediato – me llamo Anselmo… Anselmo Kubilos
– responde y se sienta de inmediato.
– Mucho gusto,
quisiera conversar contigo más tarde. – le dice, mientras le da una mirada
significativa. “¿Qué querrá este tipo con Anselmo?” Este me mira con la misma
suspicacia que yo tengo – he escuchado que eres un atleta nato.
– Eh… si… soy bueno
en esa materia en el colegio, también en Planeación y otras más – le responde
con las pupilas en una fina línea.
– El Samat siempre
está interesado en chicos como tú, necesitamos agentes especiales de
investigación. Cuando termines la secundaria, podrías unírtenos – continua la
conversación el señor Ultidikán.
– Lo tomaré en
cuenta, señor, pero Casandra y yo tenemos pensado formar una empresa en el
mundo humano – le indica Anselmo, tomándome de la mano debajo de la mesa.
Pero, ¿qué le pasa a
este tipo?
Más bien me parecen
que no vienen de ningún Samat.
– ¿Y… en qué
departamento trabajan dentro del Samat? – Interroga Anselmo a los señores.
Todos se miran entre
sí, mientras uno, el más joven, comienza a decir “Defensa”, el calvito intenta
decir “Investigación”. Al final, se impone la palabra del bigotón, quien dice “Inteligencia”.
– Qué raro – dice mamá
un poco sarcástica – no sabía que tuviéramos un departamento de Inteligencia,
digo, a quién tendría que investigar el Samat, ¿Es que acaso tenemos algún
enemigo?
– No es esa clase de
investigación, señora Cerdubeles, se trata de desarrollo de tecnología, como
sabe, la nación Qato está a la vanguardia, de hecho, somos los que hemos
realizado la mayoría de los descubrimientos en el mundo humano – contesta Belarmino,
el bigotón.
Anselmo me vuelve a
mirar fijamente.
¿Es que acaso
piensan que somos tontos?
Estos tipos no son
del Samat ni nada, de seguro vienen a buscar otra cosa, pero qué, no sabemos.