Érase una vez, en un reino
lejano, había una familia conformada por un respetable varón y su esposa, los
cuales vivían muy felices en su castillo. Su dicha se acrecentó más cuando un
día, la varonesa dio a luz a un hijo, al cual le pusieron por nombre Ricardo, que
resultó demostrar con el tiempo, su amabilidad y sinceridad, además de ser un
niño muy simpático. Unos años más tarde, cuando el primogénito tenía unos ocho
años, nació una linda niña de nombre María, cuya sencillez y belleza eran sin
par.
Un día los padres de Ricardo y
María murieron en un trágico accidente, dejando a los dos jóvenes en la
orfandad. Pero no por ello se dejaron abatir por la tristeza, sino todo lo
contrario, supieron afrontar aquella vicisitud, sobre todo Ricardo, quien se
encargó de cuidar los bienes familiares, así como de su hermana menor. Cuando
ella estaba triste, la hacia reír, cuando se sentía sola, la acompañaba hasta
que se durmiera. La llenó de regalos y de todo el amor que hubiera recibido de
sus padres.
Sus tierras eran las más ricas
de la región, y eran bondadosos con todos sus súbditos, ayudaban al más
necesitado, y mucho más María, quien se encargaba de atender al enfermo y de
darle pan a quien no lo tenía.
Un buen día estalló la guerra y
Ricardo fue llamado al frente de batalla. Su hermana estaba muy preocupada por
él.
- ¡Oh Ricardo! – le dijo un día
– ¿qué será de mi y de tu pueblo una vez te vayas a la guerra?, y si no
regresas, ¿Quién gobernará nuestras tierras, pues es conocido que por ley yo no
podré hacerlo?
- ¡Mi queridísima María! – le
dijo a la afligida – te prometo que yo regresaré con bien para cuidarte a ti y
al pueblo. Mientras tanto, no te preocupes, cuida de todos y encárgate de
cuidar el territorio.
Dicho esto, Ricardo emprendió
el viaje, no sin antes regalarle a su hermana, un pequeño jardín lleno de rosas
rosadas, indicándole que lo dejaba como ofrenda a su palabra. Ella se
comprometió con él a cuidarlo, como el mayor de sus tesoros, pues era el
símbolo de la confianza que depositaba en su hermano.
Quedó pues María, encargada de
administrar los negocios de su hermano. Era una tarea difícil, agobiante y muy
ocupada, pero ella lo hacía con el mayor de los agrados, pues se trataba del patrimonio de su hermano,
quien siempre había sido bueno y honesto, un gran hombre. También lo hacía por
el pueblo, todas aquellas personas a quienes amaba y cuyo amor era
correspondido, pues todos los súbditos la tenían en alta estima.
Un día el rey, un anciano
viudo, ambicioso y cruel, pasaba por aquella región y vio que eran las tierras
las más fértiles de todo el reino. Sus frutos eran los más grandes y
apetitosos, como jamás los había visto. Los jardines eran exuberantes y sus
casas, las más bonitas que hubiese visto en poblado alguno.
Al preguntar quién era el amo
de la región, le contaron que era un varón de nombre Ricardo, pero que no se
encontraba, pues estaba defendiendo la nación que su majestad, el rey, llevaba
muy atinadamente. Al oír la respuesta, el rey se sorprendió al ver la manera
tan desenvuelta en la que hablaba el paje, y le causó admiración que una región
estuviera tan bien cuidada, sin que el gobernante estuviese a la cabeza.
Preguntó entonces, por el administrador, a lo cual le respondió que esa posición
la ejercía la hermana del varón, la joven María, quien era muy amada por el
pueblo.
Fue entonces cuando se llenó de
codicia, pues pensaba poseer el lugar para sí, como su propiedad personal. Ideó
un plan, casarse con María y así obtendría las tierras. Pero no le serviría de
nada si el dueño del lugar regresaba, por lo que le pidió a uno de sus súbditos
la tarea de matar a Ricardo. Una vez la joven se viera desamparada buscaría el
apoyo de un hombre, y quien mejor que el rey para proporcionar dicho consuelo,
en la forma de una propuesta de matrimonio.
Se presentó pues, el rey en el
castillo donde moraba María, para extenderle sus respetos. Como era la
costumbre en el país, la joven doncella ofreció al rey que se quedara por un
mes en el castillo, a lo cual él aceptó.
Un día, estando en el castillo
de María, el rey le preguntó a la damisela por la posibilidad de que su hermano
muriera durante una batalla. Ella le respondió que confiaba en su hermano, pues
le había prometido regresar. Fue entonces, cuando el rey le contó de las
innumerables bajas en el frente, al igual de su temor de que perdieran la
guerra.
María le expresó su aflicción
por las perdidas, pero que se alegraba de que el buen rey tuviera a su hermano
como miembro del ejército, pues él regresaría, así se lo había prometido, y que
de seguro traería con él la victoria sobre el enemigo.
Al ver la fe que la doncella
depositaba en su hermano, decidió intrigar en contra del joven Ricardo. Hizo
circular el rumor, que el chico había sido atrapado por el enemigo. Cuando la
información llegó a los oídos de María, ella se rio, ya que estaba segura que
su hermano escaparía. Entonces el rey inventó una historia más cruel, le dijo a
todos que le había llegado la noticia de que el joven fue torturado y que agonizaba.
María se entristeció al saber de esto, pero no perdió la fe en que su hermano, de
alguna manera escaparía y regresaría a su lado.
Al ver tal optimismo en la
joven doncella, el rey enfureció, y confiando en la tarea impuesta en su
vasallo de matar a Ricardo, decidió decirle a María que su hermano había
muerto. La chica no lo creyó de ninguna manera posible, y le dijo que la única
manera de creerlo sería si veía su cadáver. De inmediato, el rey envió a otro
emisario para que le mandara un mensaje al primero, de que debía traer el
cuerpo sin vida del joven Ricardo.
Unos días más tarde, el pueblo
se encontraba lleno de alegría, ya que a las puertas de este, se veía la figura
de su noble amo, acompañado por tres acompañantes. Todos se encaminaron hacia
el castillo, custodiado de todo sus súbditos, quienes vitoreaban jubilosos.
María, al ver a Ricardo, comenzó a llorar de felicidad, pues su hermano estaba
vivo y a salvo, seguido por tres hombres, uno de los cuales era un muchacho muy
distinguido y guapo.
La joven preguntó a su hermano
por sus aventuras, y este le presentó a sus compañeros de viaje. Los dos
primeros, eran pajes del rey, el último era el príncipe Alberto, hijo mayor del
rey y heredero al trono. Fue entonces cuando llegaron a la sala principal del
castillo y vieron al monarca del país. El príncipe saludó a su padre muy
cariñosamente.
Fue él quien contó a todos
acerca de las proezas del joven Ricardo. Les relató a todos como le salvó la
vida en tres ocasiones
- Un día – comentaba – estaba
en el campo de batalla, a merced de nuestro enemigo, y hubo uno que intentó
atacarme por la espalda, pero Ricardo se enfrentó a él, despachándole con una estocada
de su espada. Otro día, mientras cenábamos – seguía contando – alguien había
intentado envenenar mi comida, pero Ricardo notó un color extraño en mi plato,
por lo que se lo dio a los perros. A la mañana siguiente los encontraron
muertos. Otra vez – continuó relatando – la montura de mi caballo estaba floja,
y me di cuenta de esto mientras estaba cabalgando, y de no ser por las
maniobras de mi gran amigo, hoy estaría muerto.
El padre de Alberto se alegró
por tener a su hijo con vida, y se avergonzó por haber ordenado la muerte de
Ricardo. Su hijo, que se había enterado de sus planes, aprovechó un momento a
solas con este, para reclamarle por sus acciones, y el rey se disculpó por el
error cometido.
Ricardo se reunió con María en
el jardín que le había regalado y se alegró al ver lo maravilloso que se
encontraba. La rosas rosadas eran las más bellas de todas.
- ¡Mi querido Ricardo! – Le
platicaba – lo he cuidado como me lo pediste. Cada vez que lo regaba y le
quitaba las hojas muertas, me acordaba de ti y de tu promesa. Estaba segura que
regresarías, pues jamás me has defraudado. Estoy muy contenta también, por todo
lo que hiciste por el príncipe, has demostrado ser un verdadero amigo.
- Lo hice porque Alberto ha
resultado ser un buen amigo también – le
respondió su hermano – me ha ayudado con mi carrera dentro del ejercito, y me ha
enseñado técnicas con las armas, como no he visto a nadie hacerlo. Es el más
leal de todos. Una vez, después del
accidente de caballo, me ayudó cuando alguien intentó matarme. Resultó
ser uno de los pajes del rey, que se confundió al atacarme, según dijo después.
María quedó tan maravillada con
aquella noticia, que se sintió agradecida con el príncipe Alberto. Lo que no
sabía era que este también se encontraba admirado por la manera en que llevaba
la labor de su hermano y como el pueblo la quería. Consideró que esas
cualidades, sumadas a su belleza y dulzura de carácter, la hacían perfecta como
su compañera, así que un día, en medio del rosal plantado por su hermano, María
recibió una propuesta de matrimonio por parte de Alberto, a la cual contestó
que si de inmediato.
Ambos se casaron, con la
bendición del rey, así como las bienaventuranzas de Ricardo.