domingo, 19 de mayo de 2013

EL JARDÍN DE LAS ROSAS ROSADAS




 


 Érase una vez, en un reino lejano, había una familia conformada por un respetable varón y su esposa, los cuales vivían muy felices en su castillo. Su dicha se acrecentó más cuando un día, la varonesa dio a luz a un hijo, al cual le pusieron por nombre Ricardo, que resultó demostrar con el tiempo, su amabilidad y sinceridad, además de ser un niño muy simpático. Unos años más tarde, cuando el primogénito tenía unos ocho años, nació una linda niña de nombre María, cuya sencillez y belleza eran sin par.
Un día los padres de Ricardo y María murieron en un trágico accidente, dejando a los dos jóvenes en la orfandad. Pero no por ello se dejaron abatir por la tristeza, sino todo lo contrario, supieron afrontar aquella vicisitud, sobre todo Ricardo, quien se encargó de cuidar los bienes familiares, así como de su hermana menor. Cuando ella estaba triste, la hacia reír, cuando se sentía sola, la acompañaba hasta que se durmiera. La llenó de regalos y de todo el amor que hubiera recibido de sus padres.
Sus tierras eran las más ricas de la región, y eran bondadosos con todos sus súbditos, ayudaban al más necesitado, y mucho más María, quien se encargaba de atender al enfermo y de darle pan a quien no lo tenía.
Un buen día estalló la guerra y Ricardo fue llamado al frente de batalla. Su hermana estaba muy preocupada por él.
- ¡Oh Ricardo! – le dijo un día – ¿qué será de mi y de tu pueblo una vez te vayas a la guerra?, y si no regresas, ¿Quién gobernará nuestras tierras, pues es conocido que por ley yo no podré hacerlo?
- ¡Mi queridísima María! – le dijo a la afligida – te prometo que yo regresaré con bien para cuidarte a ti y al pueblo. Mientras tanto, no te preocupes, cuida de todos y encárgate de cuidar el territorio.
Dicho esto, Ricardo emprendió el viaje, no sin antes regalarle a su hermana, un pequeño jardín lleno de rosas rosadas, indicándole que lo dejaba como ofrenda a su palabra. Ella se comprometió con él a cuidarlo, como el mayor de sus tesoros, pues era el símbolo de la confianza que depositaba en su hermano.
Quedó pues María, encargada de administrar los negocios de su hermano. Era una tarea difícil, agobiante y muy ocupada, pero ella lo hacía con el mayor de los agrados, pues  se trataba del patrimonio de su hermano, quien siempre había sido bueno y honesto, un gran hombre. También lo hacía por el pueblo, todas aquellas personas a quienes amaba y cuyo amor era correspondido, pues todos los súbditos la tenían en alta estima.
Un día el rey, un anciano viudo, ambicioso y cruel, pasaba por aquella región y vio que eran las tierras las más fértiles de todo el reino. Sus frutos eran los más grandes y apetitosos, como jamás los había visto. Los jardines eran exuberantes y sus casas, las más bonitas que hubiese visto en poblado alguno.
Al preguntar quién era el amo de la región, le contaron que era un varón de nombre Ricardo, pero que no se encontraba, pues estaba defendiendo la nación que su majestad, el rey, llevaba muy atinadamente. Al oír la respuesta, el rey se sorprendió al ver la manera tan desenvuelta en la que hablaba el paje, y le causó admiración que una región estuviera tan bien cuidada, sin que el gobernante estuviese a la cabeza. Preguntó entonces, por el administrador, a lo cual le respondió que esa posición la ejercía la hermana del varón, la joven María, quien era muy amada por el pueblo.
Fue entonces cuando se llenó de codicia, pues pensaba poseer el lugar para sí, como su propiedad personal. Ideó un plan, casarse con María y así obtendría las tierras. Pero no le serviría de nada si el dueño del lugar regresaba, por lo que le pidió a uno de sus súbditos la tarea de matar a Ricardo. Una vez la joven se viera desamparada buscaría el apoyo de un hombre, y quien mejor que el rey para proporcionar dicho consuelo, en la forma de una propuesta de matrimonio.
Se presentó pues, el rey en el castillo donde moraba María, para extenderle sus respetos. Como era la costumbre en el país, la joven doncella ofreció al rey que se quedara por un mes en el castillo, a lo cual él aceptó.
Un día, estando en el castillo de María, el rey le preguntó a la damisela por la posibilidad de que su hermano muriera durante una batalla. Ella le respondió que confiaba en su hermano, pues le había prometido regresar. Fue entonces, cuando el rey le contó de las innumerables bajas en el frente, al igual de su temor de que perdieran la guerra.
María le expresó su aflicción por las perdidas, pero que se alegraba de que el buen rey tuviera a su hermano como miembro del ejército, pues él regresaría, así se lo había prometido, y que de seguro traería con él la victoria sobre el enemigo.
Al ver la fe que la doncella depositaba en su hermano, decidió intrigar en contra del joven Ricardo. Hizo circular el rumor, que el chico había sido atrapado por el enemigo. Cuando la información llegó a los oídos de María, ella se rio, ya que estaba segura que su hermano escaparía. Entonces el rey inventó una historia más cruel, le dijo a todos que le había llegado la noticia de que el joven fue torturado y que agonizaba. María se entristeció al saber de esto, pero no perdió la fe en que su hermano, de alguna manera escaparía y regresaría a su lado.
Al ver tal optimismo en la joven doncella, el rey enfureció, y confiando en la tarea impuesta en su vasallo de matar a Ricardo, decidió decirle a María que su hermano había muerto. La chica no lo creyó de ninguna manera posible, y le dijo que la única manera de creerlo sería si veía su cadáver. De inmediato, el rey envió a otro emisario para que le mandara un mensaje al primero, de que debía traer el cuerpo sin vida del joven Ricardo.
Unos días más tarde, el pueblo se encontraba lleno de alegría, ya que a las puertas de este, se veía la figura de su noble amo, acompañado por tres acompañantes. Todos se encaminaron hacia el castillo, custodiado de todo sus súbditos, quienes vitoreaban jubilosos. María, al ver a Ricardo, comenzó a llorar de felicidad, pues su hermano estaba vivo y a salvo, seguido por tres hombres, uno de los cuales era un muchacho muy distinguido y guapo.
La joven preguntó a su hermano por sus aventuras, y este le presentó a sus compañeros de viaje. Los dos primeros, eran pajes del rey, el último era el príncipe Alberto, hijo mayor del rey y heredero al trono. Fue entonces cuando llegaron a la sala principal del castillo y vieron al monarca del país. El príncipe saludó a su padre muy cariñosamente.
Fue él quien contó a todos acerca de las proezas del joven Ricardo. Les relató a todos como le salvó la vida en tres ocasiones
- Un día – comentaba – estaba en el campo de batalla, a merced de nuestro enemigo, y hubo uno que intentó atacarme por la espalda, pero Ricardo se enfrentó a él, despachándole con una estocada de su espada. Otro día, mientras cenábamos – seguía contando – alguien había intentado envenenar mi comida, pero Ricardo notó un color extraño en mi plato, por lo que se lo dio a los perros. A la mañana siguiente los encontraron muertos. Otra vez – continuó relatando – la montura de mi caballo estaba floja, y me di cuenta de esto mientras estaba cabalgando, y de no ser por las maniobras de mi gran amigo, hoy estaría muerto.
El padre de Alberto se alegró por tener a su hijo con vida, y se avergonzó por haber ordenado la muerte de Ricardo. Su hijo, que se había enterado de sus planes, aprovechó un momento a solas con este, para reclamarle por sus acciones, y el rey se disculpó por el error cometido.
Ricardo se reunió con María en el jardín que le había regalado y se alegró al ver lo maravilloso que se encontraba. La rosas rosadas eran las más bellas de todas.
- ¡Mi querido Ricardo! – Le platicaba – lo he cuidado como me lo pediste. Cada vez que lo regaba y le quitaba las hojas muertas, me acordaba de ti y de tu promesa. Estaba segura que regresarías, pues jamás me has defraudado. Estoy muy contenta también, por todo lo que hiciste por el príncipe, has demostrado ser un verdadero amigo.
- Lo hice porque Alberto ha resultado ser un buen amigo también  – le respondió su hermano – me ha ayudado con mi carrera dentro del ejercito, y me ha enseñado técnicas con las armas, como no he visto a nadie hacerlo. Es el más leal de todos. Una vez, después del  accidente de caballo, me ayudó cuando alguien intentó matarme. Resultó ser uno de los pajes del rey, que se confundió al atacarme, según dijo después.
María quedó tan maravillada con aquella noticia, que se sintió agradecida con el príncipe Alberto. Lo que no sabía era que este también se encontraba admirado por la manera en que llevaba la labor de su hermano y como el pueblo la quería. Consideró que esas cualidades, sumadas a su belleza y dulzura de carácter, la hacían perfecta como su compañera, así que un día, en medio del rosal plantado por su hermano, María recibió una propuesta de matrimonio por parte de Alberto, a la cual contestó que si de inmediato.
Ambos se casaron, con la bendición del rey, así como las bienaventuranzas de Ricardo.

ROSA ROJA



Erase una vez, en un hermoso jardín, se encontraban reunidas las más bellas flores, pero solamente una sobresalía entre las demás, la rosa roja, que por la delicadeza de sus pétalos, su hermoso color carmesí y su exuberante aroma, era considerada la más encantadora en toda la región.
Quiera pues que un día, pasara un guapo príncipe, cuya elegancia y distinción le cobraban fama como el muchacho más galante de la región, posó su vista por aquel jardín, y se percató de la belleza de la rosa roja, y dijo para sí mismo que debía tenerla.
Se dispuso a entrar al jardín a hurtadillas, con cuidado de que los vigilantes no notaran su presencia, pues su intensión era arrancar la rosa y colgarla en su chaqueta, así le daría mayor donaire.
Pero al acercar sus manos para cortarla, la rosa abalanzó sus espinas sobre estas, espinándole. El príncipe sintió mucho dolor por los piquetes y se llevó las manos a la boca, pero no se amedrentó, así que hizo un nuevo intento, pero nuevamente fue herido y esta vez sangraba por ellas. Fue entonces cuando la rosa abrió los pétalos y le dijo:
– ¿Es que acaso osas matarme?
El príncipe contempló asombrado a la rosa, pero muy atentamente respondió.
– Oh, mi queridísima a rosa roja, de cuyos pétalos de fino terciopelo emana el más dulce de los aromas, muy por el contrario, pienso llevarte conmigo, colocarte en mi chaqueta y que todo el mundo te pueda ver.
– Pero si haces eso, con el tiempo mi pétalos se secaran y me marchitaré, moriré irremediablemente.
Y aunque la rosa estaba preocupada por su muerte, el joven mancebo no pensaba en otra cosa más que en obtener su codiciada flor. Primero la intentó engañar, contándole que en realidad no moriría, más bien viviría cerca de su corazón. Mas la bravía flor que no se dejo engatusar, le argumentó que cuando ella se marchitara, de seguro otra flor ocuparía su lugar, quizás un jazmín y un clavel.
Cuando el príncipe notó que esta no sería la manera en que la rosa aceptaría irse con él, armó otro plan, en el cual la rosa roja de seguro estaría de acuerdo. Le dijo que todas las noches, la pondría en agua para que no se marchitara, y de día estaría de primera en su chaqueta. Pero la rosa no se convenció, indicándole que le haría falta la luz del sol y el calor de la tierra, que no tendría raíces para que absorbieran la vida del suelo.
El joven vio el predicamento que le planteaba la rosa, pero estaba tan deslumbrado por la rosa, que no pretendía irse y dejarla atrás, así que le planteó a la rosa una alternativa.
– Mi muy amantísima rosa – le dijo el príncipe – yo estoy totalmente encantado con tu belleza, así como la sensatez de tu pensamiento, que solamente veo como alternativa el sacarte de este jardín completa, incluyendo tus raíces y tus espinas, aunque estas luego me hieran. Sin embargo, si te llevo conmigo de esta manera, no podré exhibirte, como es mi deseo, para que todo el mundo que te vea, te admire y me envidie por la fortuna de que estemos juntos.
– Gustosa estaría en irme contigo, mi querido príncipe, pues me has demostrado que estas dispuesto a cuidarme con esto que me planteas. No te angusties, ¡oh mi fiel mancebo!, porque es verdad que no me tendrás para que otros te envidien por la calle cuando te vean pasar, pero tenme en un lugar dentro de tu casa, donde yo pueda inundarla con mi fragancia y adornarla con mi belleza, así el que me vea dirá "¡qué rosa roja tan hermosa!, ¡tan fragante es su aroma, como deslumbrante su belleza!, este joven ha sabido guardar lo mejor dentro de su casa, donde las personas más importantes para él lo visitan, y no ha desperdiciado su mayor tesoro a merced de cualquiera".
El príncipe, al escuchar tal argumento, no le quedó más que tomar la bella flor, colocarla delicadamente en una maceta y llevársela al rincón más importante de su casa, donde la rosa roja vivió feliz, con suficiente sol, agua y tierra para ser dichosa al lado de su querido príncipe.