Este es otro extracto de mi universo paralelo:
– Puedes
pasar – me dice, al oír que toco la puerta. A pesar que debería ser todo lo
contrario, es decir, que sea ella quien toque a mi puerta, pero no olvido que
es mi tía, suficiente humillación tiene con que la haya citado a esta reunión.
Me siento
frente a su despacho. Nos quedamos mirando fijamente largo rato. Su mirada pesa
sobre mí como el yugo de los bueyes, pero no me puede importar eso ahora. El tema
que vengo a tratar con ella es sumamente delicado. No puedo olvidar su edad y
lo mal que ha estado últimamente, así me lo han reportado los doctores. No quiero
causarle más disgustos, es el único recuerdo que me queda de mi padre, de mi
hermana. Es la única persona que se ha preocupado por mí. Y a pesar de que
siempre hemos discrepado en todo, lo único que tenemos en común es el cariño
que nos tenemos.
– Y bien, ¿me
vas a contar donde has estado todo este tiempo? – rompe el silencio. Su voz es
firme, severa. Su mirada es inflexible y anhelante a un mismo tiempo. Deseo abrazarla,
pero no sabría como hacerlo. No recuerdo la última vez que lo hice.
– Fui al África,
ya sabes – le contesto finalmente. No soporto su mirada, así que me levanto del
asiento y me dirijo a la ventana. El sol casi está al ponerse, resaltando
hermosos destellos de naranjas, rosas y algunos violetas. La brisa es fresca y
la aspiro lentamente.
– ¿Solo eso
me dirás?, ¿Así vas a sofocar toda la preocupación que he tenido por ti todo
este tiempo? – su tono de voz es glacial, severa, demandante, lastimada.
– No, no es
todo – volteo para mirarla – hay mucho más que debo contarte. Lo primero que
debes saber es que he padecido amnesia los últimos meses, y que ha habido
alguien a quien tú conoces, que me ha estado cuidando todo este tiempo, sin
saber realmente quien era yo – me acerco para sentarme a la silla. No voy a
evadir más su mirada.
Esta es la
parte que me incomoda. Aquella en la que quiero reclamarle. Puedo hacerlo, soy
el heredero, el jefe de toda la familia. Ella ha cuestionado todas mis
decisiones, incluso las ha echado por tierra, aprovechando mi ausencia. Pero soy
su sobrino, el único recuerdo que tiene de su amado hermano, y de su adorado
sobrino, a quien todavía llora.
– ¿Y cuál es
el nombre, si se puede saber? – me pregunta.
– Te diré el
nombre, pero primero te contaré todo lo que ella ha hecho por mí – le contesto gélidamente
– sabes, yo la conozco desde hace ya muchos años, a pesar de que nunca le dije
mi nombre completo. Siempre hemos tenido simpatía el uno por el otro. Nos hemos
considerado como amigos el uno del otro – hago una pausa, tomo aire por la
nariz. Sí, me estoy tomando mi tiempo. Quiero que lo asimile todo con suavidad.
– Ella me
escribió por un asunto que me preocupó muchísimo, y fue por esa carta que hoy
estoy aquí. Fue la razón por la cual decidí tomar mi puesto como la cabeza de
la familia. ¿Ya tienes un indicio de quien es ella?
– No, no
tengo la menor idea – me responde. Veo una gota de sudor perlando su
apergaminada frente. Cierra los ojos y se levanta súbitamente, dándome la
espalda. Pero no voy a detener mi relato ahora. Quiero esto, que se sienta
incomoda.
– Traté de
regresar por mis medios, de la misma manera en que me fui, pero tuve un
accidente y perdí la memoria. Lo único que repetía era mi ciudad de origen, así
que decidieron traerme aquí. Pero todo el mundo pensaba que era un espía. Nadie
me trataba bien, como si fuera un despojo humano. Me dieron la peor habitación
del hospital, y de no ser por ella, me
hubiera ido sin recobrar la memoria. Pero ella se opuso incluso al subdirector
del hospital. Me dio hospedaje cuando me lo negaron en el hospital, aun
sabiendo que eso le traería problemas, y de hecho, se los trajo. Pudo haber
perdido su puesto de trabajo porque había decidido vivir con un hombre
desconocido, que no era ni su hermano ni su esposo. Me dio techo y cuidados. Tuvo
la paciencia y la dedicación para que yo sanara.
Su cara
estaba pálida, inexpresiva, congelada en el tiempo.
– Si ella
hubiera sabido quién era yo, hubiera estado aquí hace meses. Pero ella no lo sabía,
y aun así me cuidó igual que si lo supiese. Pero no es la razón que me trajo aquí, el
contarte donde estuve o lo que hice. El motivo fue el que hizo que ella me
buscara desesperadamente, lo que la
trajo a mí y que conociera mi verdadero nombre. ¿Sabes cuál fue la razón, tía?
– De todas
maneras me la vas a decir, así que te escucho – vuelve a tomar su aire digno, dándome
la espalda.
– Si, te lo
diré. Me buscó por todos lados para implorarme que no la obligase a casar con
una persona a quien odia con todo su corazón. Me dijo que tú le habías dicho
que era orden mía. ¿Es eso cierto, tía?
– Si, así
es. Me pareció lo correcto. Tú no te encontrabas y no iba a permitir que en un
futuro se casara con un don nadie, y que nuestra fortuna pasara a manos de un
perfecto desconocido, a lo mejor un pobre mendigo igual que ella – Su cara no
muestra absoluto arrepentimiento ahora. Cree que era su deber.
– ¡Pero
sabias que yo no lo permitiría! – Le respondo golpeando sonoramente el
escritorio frente a ella – ¡Sabias que estaba mal!
– ¡Yo tengo
que velar por el bienestar de la familia, además, tú la dejaste a mi cargo! –
me responde en el mismo tono, golpeando también el escritorio. Me contengo. Tomo
aire sin dejar de mirarla fijamente.
– Hace mucho
que no te ocupas de ella, muy por el contrario, la has desconocido y permitido
que hagan con ella lo que quieran. Incluso, dejaste que dieran la orden para que
le prohibieran trabajar en la ciudad – le digo, ahora más tranquilo.
– Ella tiene
la culpa, ¿sabes que dejó el colegio al que la enviaste, manchando nuestro buen
nombre?, y antes de ello, la sorprendieron encontrándose con un joven en un
establo. Esto es algo que no podía tolerar.
– ¿Y sabes
por qué ocurrió todo ello?, ¿le permitiste a ella explicarse?
– Ella se
fue del colegio, y decidió dejar nuestro nombre.
– Porque
nuestra familia le ha hecho la vida miserable, y sabes de quienes hablo. Incluso,
de no ser por mí, hoy estaría viviendo en México, y todo por una trampa que le
pusieron.
– Te
recuerdo que yo estuve allí cuando descubrieron las joyas en su maleta.
– ¿Te consta
que ella tomó las joyas y las colocó en su maleta?
– ¡Me basta
con lo que vi! – su tono es de indignación. No va a ceder en su error.
– A mí me
basta con lo que ella ha hecho por mí para juzgarla – bajo nuevamente mi tono –
y debería bastarte mi palabra para creerme – me vuelvo a sentar, entrecruzando
mis brazos. Se nota cansada. Mira fijamente sus manos, luego las relaja a cada
uno de sus costados, en señal de rendición.
– Eso se lo
tengo que agradecer – dice finalmente.
– Como comprenderás,
como mi hija adoptiva, debo velar por su bienestar, y debo pedirte que te
retractes en tu decisión de que se case – le solicito – te lo pido como tu
sobrino, no como la cabeza de la familia – su cara está serena, pero no me
responde. Puedo escuchar sus pensamientos. No es fácil para ella retractarse de
una decisión. No sabe cómo se hace.
– Lo haré. –
me responde finalmente.
– Sabría que
lo entenderías, gracias – le contesto, sonriéndole levemente.
– ¿Qué harás
con ella? – Me pregunta luego de un largo instante. La miro fijamente. No puedo
creer que todavía piense en echarla de la familia. No sabiendo que tiene mi
total apoyo – no me malentiendas – se aclara inmediatamente – pero no tiene los modales de una dama y no se
comporta como tal. No puedo negar que es una chica de buenos sentimientos, pero
su forma de actuar daña nuestra reputación. Además, ella no quiere ser más tu
hija adoptiva, ya te lo ha expresado así, según me ha contado ella misma.
– Y yo no
deseo que sea mi hija adoptiva por más tiempo, pero esa es una decisión que no
te va a agradar.