No quería terminar la serie El Mal de Candy Candy, sin hacer un pequeño cuento inspirado en la serie, y creo que es algo que pudo haber pasado. Espero que les guste.
– Hola – me dice
una conocida voz, y mi corazón se sobresalta. Se suponía que debía ver a
alguien por él que mi mente divaga todo el tiempo. Otro hombre con el que
quiero compartir el resto de mi existencia, en su lugar me encuentro frente al
pasado.
– Hola – le respondo
simplemente, al tiempo que le regalo una ligera sonrisa. Después de todo, se
supone que seguimos siendo amigos. Nunca nos peleamos, simplemente nuestras
vidas se vieron forzadas a tomar rumbos diferentes.
– Estaba
dando una vuelta por aquí y te vi, así que decidí pasar a saludarte – me aclara,
mientras toma asiento, haciéndole una seña al mesero para que le traiga lo
mismo que estoy tomando, un café y tostadas con mermelada – me sorprende verte,
creí que seguías trabajando en el hospital.
– No, ya lo
dejé – le contesto – me despidieron, así que decidí tomarme un descanso largo antes de tomar
un nuevo empleo. Y tú ¿cómo estás? ¿Sigues con la compañía de teatro?
– No,
terminé la temporada con la obra y luego los dejé, preferí regresarme a mi país
– me responde, al tiempo que me mira fijamente – tenía muchas cosas en qué
reflexionar.
Le doy un
sorbo a mi café y muerdo la tostada. No quiero responderle a la pregunta que no
ha formulado. Se ve radiante y sigue siendo igual de guapo, incluso más. Su cercanía
me hace rememorar aquel tiempo que estuvimos juntos, en el que solo existíamos él
y yo. Pero es solo un lindo pasado, parte de mi juventud. Yo no soy ya la misma
y el tampoco. No puedo echar el tiempo atrás ni quiero. Sería negarme a mi
felicidad presente.
– Sabes –
prosigue – mi padre fue un día a verme, quería que regresara, me contó que
hablaste con él antes de marcharte. Pensé que se opondría a mi matrimonio con
Susana, pero muy por el contrario, me alentó a que lo hiciera. Me dijo que
estaba muy orgulloso de mi, y que no cometería el mismo error que sus padres
cometieron con él. Eso te lo debo a ti, el que me reconciliara con mi padre,
quiero decir.
– Me alegra
saber eso – le indico – cuando te fuiste, el intentó retirar su ayuda, así que
decidí hablar con él.
– Si, ya me
contó como fue el asunto – se ríe – no me extrañó cuando me dio los detalles –
eso me hace sonrojar – esas son las cosas que me gustan de ti.
Pone su mano
encima de la mía, acariciándola, luego, cuando observa que lo estoy mirando, la
retira de inmediato. Da un largo suspiro y desvía la mirada. Es evidente que
aún se le olvida como están las cosas.
– Lo siento –
me responde, cuando gira nuevamente para verme – el caso es que ahora está tratando
de restablecer la línea de sucesión, para que sea el Duke a su muerte. Le está
trayendo problemas con su esposa, incluso ella ha movido un par de influencias, pero
mi padre ha sido firme en esto. Dice que me lo debe, por todo el tiempo que no
pasó a mi lado. Le he dicho que yo ya he encontrado mi camino, pero no le
importa. El punto es que Susana y yo nos encontramos aquí. Mi padre quiere que
la boda sea con todos los honores de su rango.
– ¿Y qué
piensa Susana? – le inquiero.
– Está
empecinada en que no quiere obligarme, pero no para de decir que me ama. Quiere
que todo sea por amor y no por su condición. Pero todos sabemos que no podemos
volver el tiempo atrás, ¿no es verdad?, de ser así yo solamente querría una
cosa.
Ahora la que
desvía la vista soy yo. No quiero verle a la cara, ni encontrarme con esos ojos
azules que otrora me perdían. Ahora ya no. Y ese es el verdadero problema. No quiero
sentir sus ilusiones romperse cual cristal.
– Mi vida es
muy complicada ahora – se limita a decir – pero no puedo esperar a que nadie
espere por mí. Cada quien debe forjarse su felicidad, y yo te deseo la mayor de
todas – el roce de su mano me vuelve a sobresaltar – quiero que sepas – me dice,
mientras me mira a los ojos – que desde que nos separamos, no ha habido un
minuto en que no desee que seas feliz, y no me refiero a Nueva York, estoy
hablando del colegio. Lo que hice fue por ti. Siempre tuve la esperanza de que estuviéramos
juntos, pero sé que no es posible. Ahora lo sé.
Retira su
mano y vuelve a suspirar. Sus ojos están tristes, se ve desconsolado, pero sus
labios hablan de todo menos de ese dolor que refleja su mirada.
– Sé con quién
estás, y no hay otra persona con la que me gustaría que pases el resto de tus días.
No hay nadie que te haría más feliz. Te deseo lo mejor y espero que cuando nos
encontremos en el futuro nos podamos reír de todo esto.
Y se levanta
para irse corriendo.
– ¡Espera! –
le grito, pero ya es muy tarde, se ha alejado de mi.
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