Hace más o
menos un año, en mi última visita a mi abuela, sostuvimos una conversación, en
la cual el tema principal fue el alza de la canasta básica en Panamá. Yo le
planteaba que no entendía como en un lugar como Killeen, Texas (en la mitad de
la nada), la docena de huevos estaba a $1.50, mientras que en Panamá está (e
incluso más cara) a $2.40.
Mi abuela
me mató cualquier argumento que pudiera decirle, al responderme que el problema
era que nosotros los panameños éramos muy flojos. Le pregunté “Pero abuela, ¿Cómo
usted va a decir eso de nosotros?”, y ella me respondió “lo que pasa es que no
quieren sembrar”. Mi reacción ante tal respuesta fue preguntarle que cómo hacia
una persona como yo, que vive en un departamento y no tiene manera de hacer un
huerto en su casa, a lo cual me respondió “mi mamá sembraba ñames en macetas, así
que no tienen excusas”.
Vámonos a
los hechos.
Panamá es
una tierra bendecida, en donde la semilla que toca el suelo germina. A menudo
vemos en plantas de maíz en las cunetas de las carreteras, y hay árboles que
crecen en simples grietas de edificios. Tenemos demasiada agua y sol durante
gran parte del año y mucha tierra ociosa. Ahora la pregunta que yo me haría es ¿Por
qué lo más caro de la canasta básica son los vegetales?
Además de
esto, mi abuela, cuando nos visitaba en la casa de mi madre, solía tener un
huerto de un metro cuadrado, en donde podías encontrar yuca, ajíes, etc., además
de que el clásico culantro, elemento indispensable del sancocho y otras sopas, había
que desherbarlo porque se regaba por todo el patio. Si yo crecí con esto, ¿por
qué no tener mi propio huerto de macetas en casa?
Es increíble
lo cara que se encuentra la fruta. En un país donde encuentras un árbol de
papaya en cada acera, resulta que media papaya te cuesta hasta $1.25; además de que, cuando mi familia y yo hacíamos visita a
nuestros parientes en el interior del país, lo primero que nos daban era una
bolsa para que cosecháramos todas clase de frutas de estación: ciruelas, marañones,
mangos de varias clases, nance, grosella, cerezas, etc, etc, etc., asi que,
cada vez que veo un precio como el de las papayas, me quiere dar un ataque al corazón.
Tristemente,
en un país tan bendecido como este, resulta que lo que menos come la población
son las hortalizas, y la razón principal de esto es el alto costo de los
mismos; por lo general se ponen como adorno en el plato, cuyo rey principal es
el arroz. Hago constar, yo como mucho arroz, pero es caro y engorda increíblemente,
y podemos tener una alimentación mas nutritiva si una buena ensalada con al
menos cinco tipos de hortalizas fuera lo principal.
Así que decidí
probar.
Comencé buscando
información en la red de cómo se puede hacer un pequeño vivero. Escogí tomates,
porque me parecieron los más caros y en general porque se utiliza en muchas
comidas: salsas, ensaladas, tortas de huevo,
sopas, etc., en general, viene con mi trío favorito, que también lo componen la
cebolla y el pimentón.
Resulta que
es algo sencillo, sacas las semillas del tomate con todo y su jugo, las dejas
fermentando por alrededor de tres días, y luego las lavas en un colador,
eliminando todo resto de jugo, para luego dejarlas secar por un día. Las semillas
se harán grumos entre ellas, así que debes apartarlas con la mano.
Cuando ya están
secas, puedes sembrarlas en el vivero, donde debes regarlas una vez al día, sin
llegar a ahogarlas. A la semana vez el
milagro, y lo digo así, porque el primer brote de las semillas lo vi a
las siete de la mañana de un domingo, y luego de hacer mis diligencias, regresé
en la tarde y ya estaban todas brotadas.
Luego de
esto, hay que esperar unas dos semanas para trasplantarlas, siempre regándolas una
vez al día cuando no llueve. Cuando colocas cada matita individualmente, debes
procurar separarle las raíces lo más delicadamente posible, pues deben ir con
la mayor cantidad para que el trasplante tenga éxito. Esto lo aprendí por ensayo
y error, porque yo, hasta esta experiencia no había podido sembrar
absolutamente nada en mi casa, todo lo que sembrara, aunque fuera una flor ya
germinada, se moría.
Hasta el
momento, de sesenta y un plantas germinadas, tengo vivas unas cincuenta y ocho,
pues se me han muerto unas tres. Que ¿Qué pretendo hacer con todas esas
plantas?, pues regalarlas.
Hasta el
momento he hablado con un par de amigas, con mis padres y hermanas, en una
campaña de “adopta tu planta de tomate”.
Esto ha
sido en broma y en serio, pero les he explicado mis razones y creo que ya la
idea de que estoy loca se les ha ido un poco, pero pienso que tener aunque sea
una planta alimenticia en nuestros hogares es una buena idea porque no
solamente ahorramos “algo” en nuestra alimentación, también le enseñamos a
nuestros hijos el valor de sembrar.
Alguno me dirá
que no tiene tiempo, yo les digo que no se necesita mucho, en mi caso, en vez
de echar las semillas del tomate a la basura, las coloqué en un recipiente (el
tomate si se fue para la olla), lavar las semillas no me tomó ni cinco minutos,
y sembrarlas, ni media hora. Regar las matas tomará alrededor de quince minutos
diarios. Si posees al menos quince minutos diarios, creo que puedes hacerlo. Además,
entretiene. Después de pasarte trabajando más de diez horas diarias entre el
lunes y sábado, luego de todo el estrés de, en mi caso, estar dirigiendo
personal labores diarias, hacer cuentas, llevar controles de obra, etc., etc., etc.,
te encuentras con una labor sencilla, que no tiene absolutamente nada que ver
con tu trabajo, te distrae muchísimo.
No quiero
ir en contra del productor ni mucho menos que el vendedor de frutas del mercado
se vea afectado. Mi intensión es hacer conciencia de todo lo que podemos hacer
en un pequeño espacio de nuestra casa, en donde haya mucho sol y agua, con un
poco de tiempo al día.
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