viernes, 27 de noviembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 2: ESTUDIANDO.



– ¡Vamos, me lo prometiste y nunca te he visto faltar a tu palabra, Sandy  – me reclama Anselmo, agazapado en el umbral de mi ventana. El cielo está cargado de estrellas, con algunas nubes aquí y allá; la brisa fresca me estremece. Ya no me siento tan adolorida, como hace un rato, porque, sorprendentemente, esa clase de Planeamiento me ayudó con mi cuerpo adolorido, pero no tanto como para irme de paseo con Anselmo a ver la Torre Este.
– Por favor, Anselmo, que hasta las cejas me duelen. Si, te lo prometí, pero… – me quedo sin palabras. En serio, no tengo argumento, además, qué es un poco de dolor, que te recorre desde el dedo gordo del pie hasta la punta de los cabellos, comparado con el saber qué ocurre adentro de ese lugar… pero está la otra parte – pero he escuchado cosas terribles sobre esa Torre; gente que le ocurre cosas, fracturas, muertes. Si me lo preguntas, no, muchas gracias, prefiero quedarme en mi adorada cama.
 – ¿Quién te dijo esas cosas, fue el entrometido de Casiano, verdad? – me pregunta molesto.
– Hoy no lo he visto, no fue él, te lo aseguro. Se trata de Quiteria, ella ha escuchado mucho acerca de personas que han intentado lo que tú y yo queremos hacer – le digo yo con un tono de extrañeza, porque, de hecho, no me había percatado que Casiano no estuvo en ninguna de mis clases hoy.
– Pues él intentó persuadirme de no ir hacia allá, ¡el muy cretino!, ¿Quién se cree para hablarme sobre lo que debo hacer o no?, y decirme que no te arrastrara en mi locura de querer entrar, ¡Ja!,  Es el imbécil más grande que conozco, mira que venir a darme órdenes, como si tú le pertenecieras – exclama, con ese tonito irónico.
– ¿De veras, estaba preocupado por mi? – le pregunto.
¡Guau!, Casiano se interesa por mí.
– Hazme el favor de dejar de emocionarte por ese baboso en mi presencia, ¿quieres? – Me dice, montado en cólera – En vez de ponerte de mi parte que soy tu mejor amigo, te pones a suspirar por ese estúpido, ¿Qué rayos te pasa?
– A ti te veo hasta cuando no debo, mira dónde estás y a qué horas – le reclamo, señalándole el interior de mi habitación – pero él nunca ha mostrado que le interese, nunca, así que deja que disfrute este momento.
– ¿Vas a acompañarme o no? – Me pregunta casi ordenándome – y te lo advierto, Cassandra Cerdubeles, pongo en juego nuestra amistad, como no lo hagas – sigue reclamándome, como un total energúmeno.
¡Usó mi nombre completo!
Quiere decir que está súper enojadísimo.
– Pero yo no he hecho nada para que te pongas así, ¿por qué me tratas tan mal? – le respondo indignadísima. El respira hondo, mientras se pasa las dos manos por la cara, luego agacha un poco la cabeza sin verme, mostrándome el cuello.
– Lo siento, Sandy, no quise gritarte, por fa, perdóname – y luego de decirme esto, comienza a ronronearme en el cuello.
– Te perdonaría si dejaras ya la babosada, ¿te parece? – Le digo dándole un empujón – si, si, ya, te perdono y si, te voy a acompañar, vamos a ver qué rayos es lo que hay en esa torre que mata gente. Te advierto que, si me llego a caer de esa tonta torre, mi fantasma te perseguirá hasta el día en que mueras – le digo con el tono más serio que puedo, que no es mucho, porque se me escapa un pequeña risita. Él también se ríe y me da un ligero codazo.
– Ok, dejémoslo así, ¿podemos transformarnos ya? – me pide a medio convertir, yo también hago lo mismo y, esta vez, me resulta un poco más sencillo, luego del curso intensivo que tuvimos él y yo, este fin de semana en el bosque aledaño a mi casa. Me sigue doliendo hasta la médula, pero creo que me estoy acostumbrando.
– Espera – le pido, mientras me devuelvo al fondo de mi habitación, para buscar una pequeña libretita y un lápiz, los cuales meto en mis bolsillos.
Ambos saltamos por el alfeizar de mi habitación y nos dirigimos con sigilo hacia la Torre Este, procurando tomar todos los recovecos que encontramos, para no ser vistos desde esta, no sea que los vigilantes nos observen.
–  Recuerda, hoy solo queremos estudiar bien el lugar y fijarnos a cuantos pasos de distancia es que salen esos famosos guardianes que tiran gente desde el techo – me indica Anselmo.
– Por supuesto, no me siento capacitada para enfrentarlos – le respondo en un jadeo.
– Tú te encargas de estudiar y yo me encargo de los guardias – sigue diciendo.
– ¡Ja!, sigue diciéndotelo, para ver si te convences, porque yo estoy clara, eso es imposible – le indico con sarcasmo.
– ¡Pero qué poca fe me tienes! – Riposta, haciéndose la víctima – hieres mis sentimientos.
– Solo te devuelvo el favor – le digo con una risita – después de todo, tú pusiste en juego nuestra amistad, hace un rato – continuo diciéndole, mientras le doy un codazo y me le adelanto  a la siguiente esquina con cuidado de no ser vislumbrada en nuestro camino hacia la torre.
Ambos nos ponemos de cuclillas entre las sombras, entre unos techos a desnivel. Todavía no se han abierto la ventana por la que queremos entrar y las luces brillantes tampoco las han encendido.
– ¿Te puedo preguntar sin que te enojes?, por fa – le pido a Anselmo, quien respira hondo antes de contestar.
– Si puedo – me contesta en una exhalación.
– ¿Qué sabes tú de castas Qato? – le inquiero y él queda pensativo.
– En realidad no sé mucho, solo le he oído decir a algunos Qatos muy ancianos acerca del tema, pero las castas existieron hace mucho tiempo, ya no existen desde que se impuso el régimen Igualitario. Se supone que ahora todos pertenecemos a la misma clase – me responde, tratando de hacer memoria.
– Entonces, nos distinguíamos por grupos – le comento y él deja de mirar al frente para seguirme la conversación.
– Bueno, de lo que pude saber, antes, cuando no existía el Gran Orden Igualitario, todos los Qatos buscábamos un sentido de pertenencia, algo que nos distinguieran de los demás, por ejemplo, Quiteria, pertenecería a un grupo por ser un Qato negro, o tu, por ser un Qato Albino, estarías en otro grupo, pero no solamente te distinguían por tus rasgos, también por tus habilidades, por venir de un lugar y por tu forma de pensar, todo se constituía en una Casta, en una manera de segregación. Pero eso también generaba discriminación y puso en guerra a una nación Qato con otra. Luego vino el Asunto Humano, lo que hizo que los Qatos nos diéramos cuenta de cuan estúpidos éramos, así que nos unimos y nos convertimos en Igualitarios, en cierto modo, el asunto Humano fue bueno para nuestra historia.
– Pero, ¿Por qué no nos enseñan eso en historia si es tan importante? – le vuelvo a preguntar.
– ¿Acaso tengo cara de profesor?, pues no lo sé, creo que es para no implantarnos esas ideas de distinciones entre nosotros – me contesta.
– Pues, tiene algo de lógica – comento y él asienta la cabeza.
– Ahora, ¿de dónde sacaste eso de las castas? – Me interroga ahora él y yo le comento todo lo que me dijo Quiteria hace un rato – esa torre tiene más misterios de los que creíamos – me dice, rascándose la barbilla – pero creo que hay gente que conocemos que también saben acerca de esa torre.
– Si, eso pensé, después de todo, ¿Cómo se enteraron que estuvimos por aquí esos dos?, de seguro tienen mucho que responder, ¿no te parece? – le pregunto con una ligera sonrisa.
– Me parece bien, yo le pregunto a Casiano – me dice, arrugando la cara como si chupara un limón – y tú le preguntaras a Quiteria.

– Estoy de acuerdo, ahora, a estudiar la dichosa torre – le responde, al momento en que se encienden las luces.

martes, 24 de noviembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 1: CANSANCIO.



– Estoy esperando a que pase al tablero, Señorita Casandra – me indica la profesora Matilda por enésima vez, asumiendo que ya me lo ha dicho en otras ocasiones.
¡Me duele hasta la médula!
Mis músculos piden piedad, después de todo el ejercicio que hicimos Anselmo y yo este fin de semana; pero eso no es lo peor, los ojos se me cierran y lo único que quiero es descansar en mi deliciosa cama. No me estoy concentrando para nada y todavía faltan dos clases más, una de ellas, Planeamiento. No sé qué haré cuando me pidan que me transforme y comience a planear, porque no creo poder mover un ápice de mi cuerpo para subir, bajar, saltar o para algo más que el solo hecho de respirar que, por cierto, hasta eso me duele.
La miro fijamente.
“¿En serio me va a hacer esto a mi?”, me pregunto asombrada.
Supongo que esto tiene que ver con aquella petición que me hizo al iniciar el año, eso de que nuestra relación aquí era de profesora-estudiante. Estrictamente profesional, agregó específicamente.
Me levanto del asiento con todo cuidado de no lastimar involuntariamente alguno de mis mallugados músculos. Increíblemente, hoy me importa un bledo cualquier idiotez que diga alguno de mis compañeros, sobre todo Balbina, quien es la que más cuchichea y ríe a mis espaldas. Al frente, algunos garabatos mezclados con números y un dibujo que parece un cañón con una línea arqueada saliendo de él. No puedo creer que quiera que adivine cómo se moverá los proyectiles que saldrán de ese garabato. Asegura que hay una fórmula para ello, justamente, en el espacio donde están los garabatos y los números.
¡Ja!
Y es en este momento cuando me pregunto si podré usar la fórmula para que salga la bala del cañón y le dé justo a ella para que la saque por la ventana y así me deje en paz.
Calma.
Recuerda que eso no se le hace a la familia, además, no es la primera vez que me manda al tablero y estoy en blanco. Solo la miraré con cara de súplica para que me ayude, así que giro la cara para verla a los ojos.
No va a funcionar.
Su mirada es gélida y su rostro, severo.
– Espero a que resuelva el problema, señorita Casandra. Si es que mi clase es tan aburrida como para que se duerma, es porque ha estudiado todo el temario.
¡Dios!
Me dormí sin darme cuenta.
No me lo va a perdonar.
Rasco la parte trasera de mi oreja, a ver si logro recordar algo de lo que ha dicho de este tema en clases anteriores. Veamos, tengo la fórmula y tengo algunos datos, probaré resolverla con lo que tengo a la mano. La verdad, no sé qué rayos estoy haciendo, pero creo que si hago algún intento a lo mejor me ayude, después de todo, siempre nos hemos llevado bien ella y yo.
A ver, g es 9.81, c es 3… ok, reemplazar y… multiplico aquí, sumo todo y…
– ¿Esta es la respuesta, profesora? – le pido que revise la respuesta.
– Si es esa, puede sentarse, muchas gracias – me responde profe Matilda, todavía malhumorada.
¡Uf!, creo que me salvé esta vez, pero sé que no me lo va a hacer fácil para la próxima. Es triste cuando tu tía favorita se convierte en tu verdugo en el colegio.
– Gracias – me dice Quiteria a mi lado – me salvaste de ser yo quien fuera al tablero.
– Créeme, no lo hice por ti – le respondo con algo de ironía.
– Igual, gracias, aunque no lo hayas hecho por mí, tengo la mala suerte de que siempre me llaman al pizarrón cuando no he estudiado – indica y me hace sonreír – por cierto, ¿Qué me trajiste hoy de cenar?
– Todavía Filemón no ha llegado, pero espero que sea algo muy bueno, estoy famélica – le indico con un guiño y ambas suspiramos. El hambre me está matando como jamás en la vida.
Suena el timbre de cambio de clases.
Hora de la tortura.
Planeamiento.
Afuera del salón está mi héroe Filemón.
– Espero que pueda apreciar algo de lo que se cocinó, Señorita, hoy hubo visitas en casa, la reunión anual de vecinos, me temo – dice este, después de saludar.
De inmediato abro la porta viandas.
¡Qué horror!
Pastel de carne.
¿Por qué harán esta clase de cosas?
¿No pudieron hacer una deliciosa ternera asada y ya, en vez de ahogar la deliciosa carne en un montón de masa para pan?
Supongo que mis padres saben que, si tengo hambre, comeré todo lo que pueda.
– Escogí los trozos con mayor cantidad de carne, procurando complacer a las señoritas – comenta, haciendo un ademan a Quiteria, que está a mi lado.
– Le agradezco, Filemón – le responde esta.
– Ahora debo marcharme, Saludos Señoritas – indica Filemon, dirigiéndose hacia los salones donde se encuentra Casilda, como siempre.
– Se dice que te vieron por la Torre Este hace unos días, que ibas corriendo con tu novio, me parece – comenta Quiteria, mientras caminamos por el largo corredor que da al bosque.
– La gente es chismosa y lo sabes – le digo, tratando de evadir el tema.
– La gente soy yo, querida – riposta, mirándome de reojo – me puedes decir, ¿Qué rayos hacías por allí?, esa torre es peligrosa, ¿lo sabías?
– Ten cuidado, por cómo me hablas, pareciera que te importara – le respondo. Es muy raro que Quiteria demuestre que alguien le importe.
– Solo responde mi pregunta, querida – me dice tajantemente. La miro fijamente porque me tiene mucho más intrigada su interés. Siempre ha sido práctica, directa e imprudente, pero es la persona más sincera que conozco y si está interesada en algo o alguien, es porque de veras le importa ese algo o alguien.
– Curiosidad, es todo – le contesto.
– Sabias que la curiosidad mató al gato, ¿cierto? – Su cara es severa cuando me habla y siento una línea fría recorriendo mi espalda – muchos Qatos han muerto tratando de averiguar lo que hay en esa torre; por favor, no lo vuelvas a intentar.
– ¿Qué sabes tú de eso, lo has intentado? – le digo intrigada. De seguro sabe algo y es mejor que Anselmo y yo estemos preparados antes de siquiera intentar ir.
– Veo que, a pesar de todo lo que dices, eres una Qato de pura cepa, no te importa que te dije que puedes morir, solo te interesa “saber” – sus pupilas se vuelven una fina línea cuando me habla y, al darse cuenta que no le diré una palabra más hasta que me responda, continua – cosas se dicen de aquella Torre, se habla de gente que en el intento por entrar, caen sin poder planear y se fracturan, incluso mueren, de gente que pierde la memoria al entrar o terminan en un manicomio, es un lugar peligroso, lleno de trampas, cuentan algunos en su locura. No es un sitio para ti, niña, ninguno de tu casta lo hace o lo intenta siquiera. Ese sitio no es para ti.
– De seguro debe haber alguien que lo haya intentado y logrado, ¿Qué hay de ellos? – le riposto. No me va a intimidar, quiero saberlo todo.
– De esos nada se sabe – me responde.
– Nada se sabe, ¿acaso se quedan ahí? – ahora soy yo quien la cuestiona.
– Nada se sabe, punto. No se conoce de nadie que lo haya hecho, eso es todo – me contesta, luego trata de mirar al piso, para intentar decirme algo más – mira niña, los de tu casta no lo intentan y, si lo hacen, cosas terribles les ocurre. Te sugiero, no, te ruego que no te acerques.
– ¿Los de mi casta dices? – Inquiero, estoy inmune a sus comentarios, solo quiero respuestas – ¿Es que soy una clase distinta de Qato o qué?
– ¿No sabes a qué casta perteneces, tus padres no te han dicho? – me vuelve a cuestionar.
– Obvio que no – le riposto – ¿desde cuándo los Qatos estamos divididos por castas?
– Desde toda la vida, querida, desde que somos lo que somos.