– ¡Vamos, me
lo prometiste y nunca te he visto faltar a tu palabra, Sandy – me reclama Anselmo, agazapado en el umbral
de mi ventana. El cielo está cargado de estrellas, con algunas nubes aquí y
allá; la brisa fresca me estremece. Ya no me siento tan adolorida, como hace un
rato, porque, sorprendentemente, esa clase de Planeamiento me ayudó con mi
cuerpo adolorido, pero no tanto como para irme de paseo con Anselmo a ver la
Torre Este.
– Por favor,
Anselmo, que hasta las cejas me duelen. Si, te lo prometí, pero… – me quedo sin
palabras. En serio, no tengo argumento, además, qué es un poco de dolor, que te
recorre desde el dedo gordo del pie hasta la punta de los cabellos, comparado
con el saber qué ocurre adentro de ese lugar… pero está la otra parte – pero he
escuchado cosas terribles sobre esa Torre; gente que le ocurre cosas,
fracturas, muertes. Si me lo preguntas, no, muchas gracias, prefiero quedarme
en mi adorada cama.
– ¿Quién te dijo esas cosas, fue el entrometido
de Casiano, verdad? – me pregunta molesto.
– Hoy no lo he
visto, no fue él, te lo aseguro. Se trata de Quiteria, ella ha escuchado mucho
acerca de personas que han intentado lo que tú y yo queremos hacer – le digo yo
con un tono de extrañeza, porque, de hecho, no me había percatado que Casiano
no estuvo en ninguna de mis clases hoy.
– Pues él
intentó persuadirme de no ir hacia allá, ¡el muy cretino!, ¿Quién se cree para
hablarme sobre lo que debo hacer o no?, y decirme que no te arrastrara en mi
locura de querer entrar, ¡Ja!, Es el
imbécil más grande que conozco, mira que venir a darme órdenes, como si tú le
pertenecieras – exclama, con ese tonito irónico.
– ¿De veras,
estaba preocupado por mi? – le pregunto.
¡Guau!,
Casiano se interesa por mí.
– Hazme el
favor de dejar de emocionarte por ese baboso en mi presencia, ¿quieres? – Me
dice, montado en cólera – En vez de ponerte de mi parte que soy tu mejor amigo,
te pones a suspirar por ese estúpido, ¿Qué rayos te pasa?
– A ti te veo
hasta cuando no debo, mira dónde estás y a qué horas – le reclamo, señalándole
el interior de mi habitación – pero él nunca ha mostrado que le interese,
nunca, así que deja que disfrute este momento.
– ¿Vas a
acompañarme o no? – Me pregunta casi ordenándome – y te lo advierto, Cassandra Cerdubeles,
pongo en juego nuestra amistad, como no lo hagas – sigue reclamándome, como un
total energúmeno.
¡Usó mi nombre
completo!
Quiere decir
que está súper enojadísimo.
– Pero yo no
he hecho nada para que te pongas así, ¿por qué me tratas tan mal? – le respondo
indignadísima. El respira hondo, mientras se pasa las dos manos por la cara,
luego agacha un poco la cabeza sin verme, mostrándome el cuello.
– Lo siento,
Sandy, no quise gritarte, por fa, perdóname – y luego de decirme esto, comienza
a ronronearme en el cuello.
– Te
perdonaría si dejaras ya la babosada, ¿te parece? – Le digo dándole un empujón
– si, si, ya, te perdono y si, te voy a acompañar, vamos a ver qué rayos es lo
que hay en esa torre que mata gente. Te advierto que, si me llego a caer de esa
tonta torre, mi fantasma te perseguirá hasta el día en que mueras – le digo con
el tono más serio que puedo, que no es mucho, porque se me escapa un pequeña
risita. Él también se ríe y me da un ligero codazo.
– Ok, dejémoslo
así, ¿podemos transformarnos ya? – me pide a medio convertir, yo también hago
lo mismo y, esta vez, me resulta un poco más sencillo, luego del curso
intensivo que tuvimos él y yo, este fin de semana en el bosque aledaño a mi
casa. Me sigue doliendo hasta la médula, pero creo que me estoy acostumbrando.
– Espera – le
pido, mientras me devuelvo al fondo de mi habitación, para buscar una pequeña
libretita y un lápiz, los cuales meto en mis bolsillos.
Ambos saltamos
por el alfeizar de mi habitación y nos dirigimos con sigilo hacia la Torre
Este, procurando tomar todos los recovecos que encontramos, para no ser vistos
desde esta, no sea que los vigilantes nos observen.
– Recuerda, hoy solo queremos estudiar bien el
lugar y fijarnos a cuantos pasos de distancia es que salen esos famosos
guardianes que tiran gente desde el techo – me indica Anselmo.
– Por
supuesto, no me siento capacitada para enfrentarlos – le respondo en un jadeo.
– Tú te
encargas de estudiar y yo me encargo de los guardias – sigue diciendo.
– ¡Ja!, sigue
diciéndotelo, para ver si te convences, porque yo estoy clara, eso es imposible
– le indico con sarcasmo.
– ¡Pero qué
poca fe me tienes! – Riposta, haciéndose la víctima – hieres mis sentimientos.
– Solo te
devuelvo el favor – le digo con una risita – después de todo, tú pusiste en
juego nuestra amistad, hace un rato – continuo diciéndole, mientras le doy un
codazo y me le adelanto a la siguiente
esquina con cuidado de no ser vislumbrada en nuestro camino hacia la torre.
Ambos nos
ponemos de cuclillas entre las sombras, entre unos techos a desnivel. Todavía no
se han abierto la ventana por la que queremos entrar y las luces brillantes
tampoco las han encendido.
– ¿Te puedo
preguntar sin que te enojes?, por fa – le pido a Anselmo, quien respira hondo
antes de contestar.
– Si puedo –
me contesta en una exhalación.
– ¿Qué sabes tú
de castas Qato? – le inquiero y él queda pensativo.
– En realidad
no sé mucho, solo le he oído decir a algunos Qatos muy ancianos acerca del
tema, pero las castas existieron hace mucho tiempo, ya no existen desde que se
impuso el régimen Igualitario. Se supone que ahora todos pertenecemos a la
misma clase – me responde, tratando de hacer memoria.
– Entonces,
nos distinguíamos por grupos – le comento y él deja de mirar al frente para
seguirme la conversación.
– Bueno, de lo
que pude saber, antes, cuando no existía el Gran Orden Igualitario, todos los
Qatos buscábamos un sentido de pertenencia, algo que nos distinguieran de los demás,
por ejemplo, Quiteria, pertenecería a un grupo por ser un Qato negro, o tu, por
ser un Qato Albino, estarías en otro grupo, pero no solamente te distinguían por
tus rasgos, también por tus habilidades, por venir de un lugar y por tu forma
de pensar, todo se constituía en una Casta, en una manera de segregación. Pero eso
también generaba discriminación y puso en guerra a una nación Qato con otra.
Luego vino el Asunto Humano, lo que hizo que los Qatos nos diéramos cuenta de
cuan estúpidos éramos, así que nos unimos y nos convertimos en Igualitarios, en
cierto modo, el asunto Humano fue bueno para nuestra historia.
– Pero, ¿Por
qué no nos enseñan eso en historia si es tan importante? – le vuelvo a
preguntar.
– ¿Acaso tengo
cara de profesor?, pues no lo sé, creo que es para no implantarnos esas ideas
de distinciones entre nosotros – me contesta.
– Pues, tiene
algo de lógica – comento y él asienta la cabeza.
– Ahora, ¿de dónde
sacaste eso de las castas? – Me interroga ahora él y yo le comento todo lo que
me dijo Quiteria hace un rato – esa torre tiene más misterios de los que creíamos
– me dice, rascándose la barbilla – pero creo que hay gente que conocemos que también
saben acerca de esa torre.
– Si, eso pensé,
después de todo, ¿Cómo se enteraron que estuvimos por aquí esos dos?, de seguro
tienen mucho que responder, ¿no te parece? – le pregunto con una ligera
sonrisa.
– Me parece
bien, yo le pregunto a Casiano – me dice, arrugando la cara como si chupara un limón
– y tú le preguntaras a Quiteria.
– Estoy de
acuerdo, ahora, a estudiar la dichosa torre – le responde, al momento en que se
encienden las luces.