– ¡Y lo
quiero para mañana! – Le dijo, con el tono más déspota que le había escuchado
en todos los años que tenía de conocerlo. Siempre había oído hablar a otras
personas de la manera tan despiadada de tratar a sus empleados, incluso ella lo
había experimentado en carne propia, pero jamás en la manera que lo hizo el día
de hoy, como si fuera una novata que no conociera su trabajo, como si jamás le
hubiese demostrado con hechos, lo eficiente y eficaz que resultaba en su desempeño,
como si no la conociera – y cierra la puerta cuando salgas – le ordenó
finalmente, luego, dirigió nuevamente la mirada al ordenador, como si, un
minuto atrás, hubiera estado haciendo exactamente lo mismo.
Era
decepcionante. Diez años de trabajo continuo, de incesantes esfuerzos y
sacrificios por demostrar todo lo que valía, dejando tantas cosas atrás. Había tomado
retos, horas de trabajo incansable por lograr sus metas. Había perdido un
matrimonio, mientras desempeñaba su labor, incluso una vez tuvo que dejar a sus
hijos al cuidado de otros, pues su trabajo le exigía cada vez más tiempo. Había
resuelto todos los problemas y retos impuestos, todo en aras de dejar a la
empresa en alto, pues creía en ella y en sus ideales.
Y ahora
resultaba que era puesta a prueba, otra vez, pero como si fuera una total
desconocida. Como si no hubieran pasado diez años desde la firma de su
contrato.
– ¿Qué te
dijo? – le preguntó Linda, la única amiga que le quedaba.
– Que tengo
que sustentarle para el día de mañana mis funciones, a ver si amerita
mantenerlo dentro de la organización – le respondió con un dejo de tristeza en
su voz.
– ¿A ti también
te están persiguiendo? – le preguntó mas para sí, que para ser respondida – pensé
que solo nos pasaba a los de puestos inferiores, nunca a una alta ejecutiva
como tú.
– Ya ves
que nadie está seguro en su cargo actualmente – le contestó, pero no quiso
continuar con la conversación, como era habitual en el departamento, y en la
empresa en general, luego de que un acontecimiento como este ocurriera. Hoy no
estaba de humor, sentía como el mundo se le venía encima. Había gente más
importante con la que debía conversar, su familia y su nuevo esposo.
Pero, ¿cómo
se los diría? ¿Con qué cara le comunicaría a su consorte, quien tenía un
salario inferior al de ella, que su trabajo estaba puesto en la balanza, y que podía
perderlo?
Respiró
profundo.
“De seguro
tengo de aquí hasta el final de la jornada, para que se me ocurra algo”, se
dijo.
Decidió
poner sus ideas en claro. Se sentó en su cubículo, de cara al ordenador, para
enlistar todas sus funciones. Era molesto para ella tener que escribir algo que
era obvio para todo el que trabajaba en la empresa, incluyendo a los clientes. ¿Qué
debía poner en el aquel archivo? ¿Escribir todas y cada una de sus labores diarias,
semanales y mensuales, o simplemente, encasillarlas en un solo reglón: “Encargada
de vigilar la calidad del producto final de la empresa a nivel nacional”?
Era
humillante, pero sabía que la labor estaba destinada a quebrantarle el espíritu.
Esa era la
idea.
Y no se dejaría
vencer.
No por una
labor como esta.
La semana
anterior le habían pedido que realizara un reto, escribir un manual instructivo
para un nuevo proyecto. No era una labor inusual de su puesto, pero esta vez, querían
que lo escribiera en francés, lengua que muy pocos dominaban en la empresa,
acaso dos o tres. Pero la aceptó, y estaba en ello. Ya lo había escrito en su
lengua madre, solo era cuestión de pasarlo una y otra vez por los traductores, de
manera que siempre tuviera el mismo sentido en ambos idiomas. Esta no sería la
causa de una mala calificación en su evaluación anual. Lo lograría sin mayor percance.
Pero con
esta pequeñísima tarea, que le tiraba un balde de agua helada al rostro, despertándola
de su sueño en su cama de laureles, la hacía sentir desnuda en un foro romano.
No dudó más.
Puso los dedos encima del teclado y escribió.
“Tarea 1: Supervisión
de los departamentos de calidad en las sucursales a lo largo del país”, colocó en
el primer reglón. Le recordó sus inicios en la empresa, cuando era una novata y
su diploma todavía tenía la tinta fresca. Ya se había casado y su primer hijo había
nacido. Su primer esposo, técnico en preparación de alimentos, estaba
desempleado y necesitaban desesperadamente una fuente de ingresos. Esta era una
gran oportunidad para ella, pues entraba dentro de una de las organizaciones más
importantes al servicio de su carrera. Era un sueño hecho realidad.
La paga era
poca, pues a penas estaba en el primer peldaño, supervisora de pruebas de
calidad. El trabajo era tedioso. Debía hacer las pruebas y darle interpretación.
También debía ser la portadora de malas noticias a sus superiores, cuando se debía
rechazar todo un lote de mercancía, pues no cumplía los estándares.
A menudo tuvo muchos altercados con estos, pero su compromiso era con la empresa, no
con sus jefes. Su departamento era el encargado de ofrecer un excelente producto
a sus clientes, y si su jefe inmediato no estaba de acuerdo, debía hacerlo
entrar en razón, o de lo contrario, hacer valer su puesto.
“Tarea 2:
Realizar inspecciones mensuales a cada sucursal de la empresa”, era el siguiente
punto dentro de sus funciones. A la mente le llegaron los recuerdos de cuando
tuvo que emigrar al centro del país, teniendo que dejar atrás a su familia. Ya había
nacido su segundo hijo, y su esposo veía con malos ojos aquel puesto.
Si, la paga
era mejor, pero no le gustaba la idea de tener que cuidar él solo de los pequeños,
y para ser sinceros, ella no confiaba en que el podría lograrlo. Había cierta
dejadez en su marido que la hacía dudar.
Pero lo
necesitaban.
Su consorte
no tenía un trabajo estable, y ella había conseguido ascender a jefa del
departamento de aquella sucursal. Sus meritos habían logrado que la subieran de
puesto, y el no aceptar significaba perder una oportunidad de oro. Debía aceptar
el reto, total, se decía a sí misma, no sería por mucho tiempo, solo hasta que
su esposo encontrara algo mejor.
Pero,
mientras recibía toda clase de elogios por su gran desempeño a nivel laboral,
su familia se deterioró.
“Tarea 3:
Velar por que se cumplan con todos los manuales instructivos, y el plan de
pruebas establecido para cada sucursal”.
Y cuando su
familia se vio cuesta abajo, no dudó en volver a su hogar. Pidió la renuncia,
pero no se lo aceptaron. En su lugar, aquella persona de la cual le tocó hace
poco salir de su despacho, había ido personalmente a ofrecerle una plaza de
trabajo en una sucursal nueva. En un mercado totalmente inexplorado.
Otro nuevo
reto en su carrera, y su familia estaría unida de nuevo.
La sucursal
tuvo tanto auge, que las jornadas laborales se extendían a casi doce horas por día.
Todos los días. Debían hacer pruebas a toda hora, y ella debía supervisarlas,
por lo que, estando tan cerca de su hogar, resultaba que nunca veía a su
familia despierta. Siempre salía de madrugada y regresaba a altas horas de la
noche.
Su
matrimonio se desmoronó. La palabra divorcio era tema de todos los días, y un
buen día encontró una nota de su marido, puesta sobre uno de los magnetos del refrigerador,
uno que su hijo menor había hecho para su tarea del jardín de niños. En ella se
podía leer una sola línea “Espero que eso que has escogido, te dure para toda
la vida”.
Las
palabras ahora le pesaban como las cadenas de Jacob Marley, de Cuento de
Navidad.
“Tarea 4: Supervisión
de informes mensuales de control de la calidad del producto a los clientes”.
De todo
esto, ya había pasado algún tiempo. Una vez en la capital, donde residían sus
hijos, logró ser enviada a una sucursal menos extenuante, pero igual de
exigente. Encontró el balance entre trabajo y familia. No descuidó ninguna de
las dos cosas.
Pero a
nivel personal se sentía sola.
Un buen día,
en una de aquella tantas tardes de domingo en las cuales, ahora, solía pasar
con sus hijos, para pasar la calidad de tiempo que su familia quería, su hijo
menor se encontró a otro compañero de juegos, que lo había empujado por el tobogán
“con muy malas intensiones”, decía con gran énfasis en sus palabras. Quería que
su madre fuera hasta donde el padre de este, para que le admitiera su culpa y
le pidiera perdón “por haber obrado tan mal”.
Ella, al
escuchar la indignación de su vástago, procedió a hacer lo solicitado.
Fue amor a
primera vista, recordaba. Aquel hombre era realmente guapo, pero no eran sus
ojos azules, combinado con el color de su pelo negro azabache, lo que atrajo su
mirada. Fue la manera de decir “mil perdones”, lo que hizo al mundo dar vueltas
alrededor de ella.
De Ricardo,
como le dijo al presentarse, emanaba un aura de paz que no sabía cómo explicar.
Él le indicó que a veces su hijo se comportaba así, sobre todo después de la
muerte de su madre, hace dos años.
Se casaron.
No supo por qué motivo, si por la soledad de ambos, o simplemente porque
encontraron la parte que les faltaba en el otro.
Estaba
feliz y su hijos también.
“Tarea 5:
Ser el enlace de calidad entre el cliente y la empresa”.
Y fue
cuando le propusieron su puesto actual. Había otras opciones, personas que, al
igual que ella, habían dado el todo por el todo por la compañía, pero ella fue
la primera a la que se lo propusieron.
De eso hace
dos años. La organización había conseguido reconocimientos gracias a su gestión.
Los clientes recurrían a la empresa, debido a la imagen que ella daba de esta.
Y ahora
esto.
Terminó su
lista y la imprimió. La repasó y desarrolló en su mente cada argumento por
tarea, lo que le dio valor.
Se sentía valiosa,
no importaba qué pensaban los demás, incluyendo al dueño en persona. Sabía que
si tenía que empezar de nuevo en otro lugar lo lograría.
No, la
empresa no había creado lo que ella era ahora, si no cada logro que ella había conseguido
para la empresa. La empresa era grande por gente como ella.
Decidió
llamar a su esposo. Era momento de darle la noticia.