Don Migo solo tenía un objetivo, pasar el resto de su vida
compartiendo con su familia. No se le podía culpar, se la pasó la mayor parte
de su existencia trabajando. Ahora solamente quería pasarla al lado de su
mujer, sus hijos y sus nietos. Pero tenía un gran inconveniente, sus hijos y
nietos se encontraban muy lejos, en otro país.
Es por ello que Don Migo, a pesar de estar gozando de las mieles de su
jubilación aún trabajaba, bueno, se decía constantemente, si a eso se le podía llamar
mieles, pues a veces resultaba un poco
amarga. Su pensión a penas cubría la tercera parte de lo que otrora fuera su salario. Y es
que lo largo de su carrera, Don Migo ocupó varios cargos ejecutivos, subió la
gran escalera laboral hasta la cúspide, incluso llegó a ocupar algunos cargos
gubernamentales. Su hoja de vida era uno de las más laureadas dentro de la
empresa donde laboraba, y, a pesar de todo, era querido y apreciado; y todo eso
trajo como consecuencia grandes dividendos salariales.
Con ello logró cosas importantes, su casa estaba ubicada en el centro
de la ciudad, con los más finos acabados. Sus hijos habían estudiado en los
mejores colegios, y ambos lograron estudiar en el extranjero, donde
consiguieron plazas de trabajo y se pudieron establecer.
Ahora Don Migo y su esposa tenían el nido vacío, y solamente ansiaban
aquel viaje anual, donde toda la familia se reunía para realizar un paseo por
varios lugares. Este viaje se planificaba casi desde que acababa el último y participaban
todos los miembros del clan, su clan, desde la manera de transportarse, las
paradas que harían, los lugares que visitarían, e incluso, las nietas más
coquetas se encargaban de escoger el vestuario que llevarían. Era todo un
acontecimiento. Don Migo vivía para este paseo.
– ¡Pero cómo se atrevió! – se escuchaba una voz en el cubículo de al
lado.
– ¡Shhh!, ¡Te está escuchando! – decía otra voz entre susurros.
– Ok, Ok – respondía mas queda la primera voz – mejor vamos al
comedor.
Las voces se acallaron, pero las siguieron ruidos de unos pasos que se
acercaban a la puerta del gran salón, donde estaban los innumerables cubículos.
– Ehhh… hola Don Migo – decía Linda, la secretaria, o mejor dicho, la
asistente administrativa. A su lado Marcia solamente levantó la vista para
dedicarle una sonrisa tímida a Don Migo, a manera de saludo. Ambas se
escabulleron rápidamente por la puerta, y por el gran ventanal se veía hacia
donde se dirigían, hacia el lugar donde se cocinaban todo el cotilleo, el
comedor.
Don Migo ignoró el episodio. Tenía cosas más importantes que hacer,
sacar las pertenencias de su vieja cajeta y colocarlas en orden para organizar
su nuevo cubículo.
Hace un par de meses gozaba de una oficina propia dentro da la división,
una contigua al jefe del departamento. Ahora, al regresar de restablecer el
orden en una de las sucursales más cercanas a la casa matriz, resultaba que su
oficina se encontraba ocupada por quien ocupaba su antiguo puesto. “Hay que
darle paso a los jóvenes”, se decía constantemente por toda respuesta a los constantes
cuestionamientos de sus compañeros más cercanos.
Hubo un tiempo que esas cosas importaban, pero ya no.
No era la primera vez que esto le ocurría, hace siete años había pasado
algo similar, justamente en la sucursal de la que ahora regresaba. Una persona,
la misma que ahora ocupaba su oficina, intentaba despojarlo de su puesto como
gerente.
Y lo logró.
Y ahora hacia lo mismo. Exactamente lo mismo.
Era del tipo de personas que no le importaba lo que hubiera que hacer
con tal de lograr sus objetivos.
Y eso fue lo que hizo la primera vez. Buscó los secretos más escondidos
dentro de la sucursal para dejar a Don Migo en evidencia. Poco a poco le fue
restando autoridad delante del dueño de la empresa, quitándole poderes como la
firma de contratos, los clientes más importantes, sus colabores más valiosos. Todas
y cada una de sus funciones fueron eliminadas de su poder, hasta relegarlo al
peor de los proyectos que en ese momento se desarrollaban. Al final aquella
persona se quedó con su oficina y su puesto de trabajo.
Lo único que lo salvó aquella vez de ser despedido de la organización,
fueron los lazos de amistad con la familia del dueño de la empresa, con su
madre y su difunto padre, y el recordarle de vez en cuando a su superior, que
Don Migo lo había cargado en sus rodillas cuando era un bebé.
Y eso era lo que lo mantenía aún en la compañía.
Solo los años de amistad y el recuerdo. El cariño inapreciable que se había
ganado durante tanto tiempo, no solo con las grandes cabezas, sino por todo el
mundo. Las glorias pasadas de cuando se erigía la compañía. Él, Don Migo, quien
ahora ocupaba un pequeño cubículo dentro de un departamento de la empresa, había
ganado mercados y hecho el nombre de la compañía, hasta convertirla, junto con
unos pocos que ahora sobrevivían, en el gran estandarte que era ahora.
Resultaba que eso no era suficiente para algunos.
“¡Ahhh!”, se decía para sí de vez
en cuando, “si me pagan lo mismo, qué tanto me importa dónde me siente, o cuáles
sean mis funciones ahora”.
En el fondo no se sentía mal. “Le
enseñé bien” pensaba, con un orgullo amargado. Después de todo, quien ocupaba su
puesto ahora fue su aprendiz. Mucho de los conocimientos que ahora tenía en su
experiencia laboral, Don Migo se los había traspasado. Pero no fue eso lo que
le hizo subir, más bien fue lo que no le enseñó. La ambición desmedida combinada
con un ligero deseo de venganza.
Sonó el timbre de su teléfono celular
y lo contestó.
– Si mi amor, voy a llegar a casa
antes de las doce, como me pediste – respondió antes de escuchar la voz al otro
lado del auricular.
– Pero no es eso lo que te voy a
decir – le indicó su mujer.
– No, bueno a ver, dime – le dijo,
poniendo los ojos en blanco, mientras se le dibujaba una ligera sonrisa.
– Era para decirte que no
trajeras nada del mandado, hoy vamos a comer fuera – fue su respuesta – luego me
dejas en el centro comercial.
– Ok, ok cariño, a ver si esta
vez te acuerdas de mí, y me compras aunque sea una gorra – contestó con una
ligera carcajada.
– Ah, perfecto, así me ahorras el
comprarte aquella camisa que pensaba buscarte – le dijo, también riéndose – es broma
– aclaró – por favor, no tardes.
– Esta bien cielo – le dijo y
luego colgó.
Ya llevaba la mitad de la caja vacía.
“¿Y qué más da si termino esto ahora o más tarde?”, se preguntó, y era cierto, después
de todo, tampoco es que sus nuevas funciones requirieran todo el día.
Tomó la caja, la colocó encima
del escritorio de su pequeño cubículo, y la dejó allí entre abierta.
– Linda, debo salir un poco más
temprano, dile a Salvador que demoro un poco – le dijo a la asistente.
– Sí, claro – le respondió, y
acto seguido, tomó por la misma puerta por la que un instante atrás habrían regresado
esta y Marcia.
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