martes, 27 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA, CAPÍTULO 3: NATURALEZA


– ¡Por favor! – Se le escapa decir a Anselmo en una risotada, mientras sus pies desnudos cuelgan por el alfeizar de su ventana, justo por donde me dijo que se veían las famosas luces – ¿me vas a decir que no es tonto?
– ¿Te estás burlando de nuestros ancestros? – Lo ataco, es un grosero y un irrespetuoso – ellos sabían lo que hacían, después de todo, nuestros eruditos conocían de la ciencia antes que el hombre – le riposto. Anselmo es el tonto.
– Casandra, si el caso hubiera sido al revés, que fueran los humanos quienes tendrían que ocultarse y hacer una Academia, ¿crees que le llamarían "ACADEMIA HUMANO"? – continúa con su ironía.
Miro al cielo estrellado con los ojos en blanco. Una ligera brisa hace que mis brazos y piernas desnudas se ericen, desconcertándome, haciendo que mire todo mi en rededor por instinto. Nunca he entendido por qué el cielo se ve mejor desde el alfeizar de la ventana de Anselmo. Sonrío, mientras agacho la cabeza para ver mis pantalones cortos.
Si, lo reconozco, llamar a la Academia “Qato” es tonto.
– Pero no son los mismos tiempos, de seguro llamarle "QATO" a la Academia era decir "aquí estamos" o, quién sabe, la palabra "QATO" debía tener otro significado – le respondo, no quiero darle la razón todavía.
– Claro, y cinco mil años después no han sido suficientes para cambiarle el nombre, ¿cierto? – Sigue diciendo, con ese sentido del humor socarrón que trae – los tiempos han cambiado, pueden ponerle otro nombre, en estos tiempos, llamarle “Qato”, es ridículo.
– ¿En serio, voy a tener que aguantar tus malos chistes hasta ver tus famosas "luces brillantes"? – Lo inquiero, a ver si se le quita la cara burlona – dime si va a ser así, para irme. No me la pasé toda una hora esperando a ver cómo me escapaba de mi dormitorio, pidiéndole a Amina que se quede vigilando, para venir aquí a escucharte profanar el nombre del colegio.
– ¡Vamos, Cas!, no te ponga así – trata de disculparse, lo cual me irrita aun más.
– ¡Detesto que me llames así y lo sabes! – Le replico, fastidiada – suena a Casilda y yo no soy ella. O me dices Casandra o no me dirijas la palabra – le reclamo, mientras cruzo los brazos.
– ¡Perdón, perdón! – me suplica, levantando las dos manos. Sabe que no me gusta que me comparen con mi hermana mayor – listo, no te llamo más así – insiste, mientras me ronronea al oído.
– Ya, ya – le contesto – si sigues de zalamero, también, me voy a ir – me aparto de él. Está utilizando la artimaña Qato que sabe que funcionará perfectamente bien.
– Y... si te llamo Sandy, ¿te molestaría? – me pregunta. Sandy se escucha mejor que Cas.
Es difícil ser la hermana del centro, todo el mundo tratando de compararte con tu hermana mayor y tener que superar aquello de que ya no eres la bebé de la casa y tal. Aunque, si me preguntan, prefiero seguir siendo la invisible.
Pero, una cosa es ser invisible para el resto del mundo y otra, que tu mejor amigo te confunda también. Se supone que yo soy tan especial para él, como él lo es para mí. Antes, cuando estábamos en primaria, no me molestaba que me dijera como quisiera, incluyendo Cas, puesto que Casilda no estaba en nuestro colegio, así que no existía confusión, pero aquí, en el reino de Casilda, no quiero ser comparada, porque significa que siempre me medirán de acuerdo a sus estándares, lo cual no es justo.
¡Yo soy yo!
Por lo menos Cayetana no tiene el mismo problema que yo. Jamás la llamarán Cas.
 – No, no me molestaría – le respondo, aun disgustada.
– Gracias – me responde, en el momento que pasa su mano por mi nuca y mi oreja – bueno, por lo menos se te olvidó lo del nombre de la Academia.
– No volvamos a lo mismo, ¿quieres? – le pido, dándole un ligero codazo en su costado.
– Mira – me dice, señalando la Torre Este – ya se ven las luces.
– Si, son lindas – le respondo maravillada. Tienen muchos colores. Una de las ventajas de ser un Qato es que tienes lo mejor de ambos mundo, el humano y el felino; la visión, por ejemplo, es excelente durante la noche, pero, además, puedes ver los colores nítidamente. El espectáculo es fascinante.
– ¡Vamos! – Me apresura Anselmo – tienes que cambiar si quieres que no nos descubran, creo que podemos entrar por aquella ventana, por la que salen las luces, no parece estar vigilada, podemos ir cruzando por todo el techo – continúa, al tiempo que va cambiando la apariencia humana a lo de un Qato. Su voz comienza a cambiar, también, a una voz gutural, entre una voz humana y un gruñido Qato. Yo dejo de admirarlo y comienzo a hacer lo propio, tal como lo practiqué hace un rato con Quiteria, aunque no me puedo imaginar a Casiano estando al lado de Anselmo.
Mis manos y piernas se van convirtiendo en acolchadas zarpas, mis orejas se tornan puntiagudas con algo de vello más largo en su interior para el equilibro, mi nariz se vuelve más sensible, si eso es posible. En fin, todas aquellas cosas que nos hacen diferentes al hombre, sin perder nuestra erección en dos patas. No somos animales, pero tampoco somos humanos, solo tenemos lo mejor de ambos mundos.
Caminamos con sigilo por el techo, ya que nuestras zarpas hacen el mínimo ruido, recordando que, si bien nuestra fisionomía nos permite andar con todo el cuidado, también es verdad que estamos rodeados con otros iguales a nosotros.
- ¡Cuidado allí! – me dice Anselmo, al tiempo que toma mi muñeca para evitar que me resbale. Estas tejas están lisas por el moho.
¡Uf, por casi no la veo!
Anselmo detiene su paso para vigilar que esté bien.
- Solo ten cuidado, ¿está bien? – me dice con su tono acaramelado, mi querido amigo Anselmo y yo asiento con la cabeza – ahora, vamos, que nos falta un gran techo. Las luces se ven más cerca a medida que avanzamos, pero, aparentemente, no somos los únicos. Existen otras dos siluetas al pie de la ventana de la torre.
Son dos Centinelas enormes que cuidan la ventana por donde pensábamos entrar, los cuales se han materializado de la nada.
Se me erizan todos los vellos por instinto. Siento miedo, uno profundo y aterrador.
Estos tipos parecieran que pueden hacer mucho más que expulsarnos del colegio por querer entrar a la torre prohibida, la única de las cuatro torres a la que no debemos entrar. Tienen una especie de uniforme negro, con unos cascos por donde sobresale una protección para sus orejas. Claramente se encuentran transformados.
– ¡Alto ahí! – Nos ordenan ambos, hablando al unísono, con voz felina – la curiosidad los llama, pero solo su habilidad les permitirá entrar.
– Suena a reto – le digo a Anselmo lo más cerca de su oído.
– No queremos pelear – les dice este, aunque tiene todo los vellos de la nuca erizados y las zarpas en garras. Los dos guardias no se inmutan, solo nos miran a través de los cascos.
– No pretendemos siquiera tocarlos, no son rivales – vuelven a responder como si fueran un solo individuo. Ambos, con las mismas expresiones corporales, el mismo tono, los mismos gestos – regresen por donde vinieron y no vuelvan, a menos que sepan cómo.
¿Qué están haciendo, deteniéndonos o retándonos?
¿No saben de la naturaleza Qato?
– Vámonos, Casandra –  me dice un Anselmo resignado, que da la media vuelta, mientras me pone la mano en la espalda para que yo haga lo mismo.
Esto verdaderamente me impresiona.
¿Que no quería ver las luces?
No le digo nada, solo lo sigo. Este repentino lapsus de sensatez por parte de Anselmo me tiene intrigada, porque él es todo, menos sensato.
Nos vamos por donde vinimos sin decir nada más, recorriendo por el techo de tejas rojas, cuidando que no se caiga ninguno. Anselmo sigue callado, solo mirando al frente. Yo lo sigo, pero, antes de llegar al dormitorio de varones, se desvía, dirigiéndose hacia mi ventana, en el ala de las chicas.
Pasa varios tejados y voladizos, hasta que se detiene en mi ventana y gira para mirarme a los ojos.
– ¿Qué pudiste observar? – me pregunta sin darme mayor detalle.
En mi mente, observé la posición de los guardias, el viento soplando de norte a sur y cómo lo podía utilizar a mi favor para que no nos detectaran. Vi los voladizos y alfeizares, las distancias para saltar entre una y otra, los desniveles entre los techos, y cómo colocaba mis zarpas para evitar caerme y llegar hasta las luces. También me vi planeando para salir desde la ventana, utilizando mis orejas para orientarme y mis pliegues para amortiguar el descenso.
Sabía cómo hacerlo.
– Que es difícil entrar, pero no imposible. El único problema que tendrás es que no podré acompañarte, pero te puedo dar sugerencias de cómo – le respondo sin más, en automático, como si fuera una necesidad, un instinto desde lo más profundo de mi ser. Pero sé que, con mi suerte, no nos saldrán dos guardianes otra vez, si no, el escuadrón completo.
– Muy bien, pero estas equivocada en una sola cosa, tú me acompañarás – comenta Anselmo con una ligera sonrisa en los labios – desde mañana nos prepararemos. Esos vigilantes han despertado la curiosidad del Qato y el Qato va por a ir a averiguar.

Sus ojos brillan, igual que deben hacer los míos. Es claro que estamos sintonizados, debemos entrar.

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