– Aquí está, señorita – me dice Filemón
entregándome mi paquete de provisiones diarias, justo a la salida de la clase
de historia con “El Chivito” – como está, señorito Anselmo – saluda a este
cuando gira a mirarlo.
– Muy bien, señorito Filemón – le responde este
en tono sarcástico. Filemón, como siempre, lo ignora, haciéndole un ademán de
reverencia.
– Debo ir a buscar a la señorita Casilda a
entregarle sus provisiones de hoy, los veré mañana. Saludos – se despide con la
amabilidad que siempre lo acompaña, dando media vuelta, para dirigirse hacia el
ala donde da clases mi hermana.
– Hoy lo almidonaron más de la cuenta, ¿no
crees? – se burla Anselmo, justo a las espaldas de Filemón. Yo solo me limito a
poner los ojos en blanco. Debería dejar de molestar ya al pobre. Él no tiene la
culpa, mi madre obliga a todos sus empleados a actuar así.
– En vez de molestar, ¿podrías hacerme un
favor? – le pregunto, con los brazos cruzados – llévame esto a mi casillero,
bueno, esto no – le pido, al momento que saco dos termos del paquete, para
ponerlos en mi maleta. Anselmo me responde con una sonrisa y un ademán con dos
dedos en su frente, tomando el bulto de mis manos.
– No olvides nuestra cita, Cas – me dice
Anselmo, dando la media vuelta antes de que le reclame.
¡Odio ese apodo y lo sabe!
Pero no me da tiempo de reclamarle. El muy
estúpido se da la vuelta y se dirige hacia su siguiente clase y yo, a la mía.
Afortunadamente, este año solo tomamos tres clases juntos, no como el año
anterior, cuando lo veía hasta en la sopa, literalmente.
No me malentiendan, adoro a Anselmo, ha sido mi
mejor amigo desde cachorros, pero a veces me asfixia su amistad, sobre todo
cuando está Casiano cerca.
Lo odia.
No puedo creer que sea tan rencoroso. No olvida
esa vieja rivalidad de niños, cuando ambos estaban en el equipo de futbol.
Casiano era el capitán del equipo y Anselmo, su suplente.
Ya es hora de que lo supere.
– Vamos, Casandra – me indica Quiteria,
mientras me arrastra a la siguiente clase por los pasillos de la escuela. La
luz del día todavía se cuela por los ventanales en lo alto de los arcos que van
a lo largo del extenso corredor, lastimándonos los ojos. “Tonto”, me digo. Es
una necedad que nos fuercen a que nuestras clases sean parte en el día.
¿Es que no saben que nuestra visión es mejor de
noche?
Por suerte, a alguien se le ocurrió que no era
justo, considerando que nuestra naturaleza nos impide levantarnos antes del
mediodía y una parte de nuestros estudios se realiza en la noche, las más
importantes, las que tienen que ver con nuestra parte felina.
Si fuera por mí, las clases iniciaran justo al
anochecer, pero claro, eso no ayudaría para integrarnos al mundo humano, que es
el propósito de este lugar. Tampoco nos ayuda en nada las clases de “Planeamiento”
que, aunque se ve muy bien en nuestros créditos, no tiene nada que ver con
hacer un “plan”, más bien con “planear”, que es lo que hacemos los Qatos cuando
saltamos de un árbol.
Ese es precisamente el lugar a donde voy ahora,
al bosque.
– Recuerda nuestro trato – me indica Quiteria.
– Claro, como olvidarlo – le respondo, al momento
que le hago un gesto para que me suelte.
– Lo siento, es que no quiero que te distraigas
con tu “novio” – me dice y yo saco un gruñido detrás de mi garganta.
¡Qué le pasa, Anselmo es mi amigo!
– No sé de qué me hablas, no tengo novio – le contesto,
reprimiendo mi enojo.
– ¡Hay por favor! – Me dice Quiteria con ironía
– siempre están juntos, ¿crees que no se nota?
– Siempre hemos estado juntos, tienes razón,
desde que éramos críos – le respondo y ella me lanza una risita sarcástica.
– Bueno, si no son novios, no te importará si ronroneo
en su cuello, ¿verdad? – inquiere ella.
– No, para nada – le contesto. Que haga lo que
quiera con Anselmo, después de todo, es raro que un chico de catorce como él,
todavía no tenga novia. Será incomodo para ella, pues nuestra amistad será lo
más importante, así que, si lo quiere a él, tendrá que soportarme.
– Listo, está dicho – finaliza, levantando una
ceja – bueno, tenemos poco tiempo para tomar un refrigerio antes de la clase,
¿trajiste algo bueno para ambas?, muero de hambre – me dice, como si nunca
hubiésemos hablado de Anselmo.
– Estofado de ternera, traído desde la cocina
de mi casa esta misma tarde, ¿te parece bien? – le respondo.
– ¡Excelente!, muchas gracias – me dice, con
una sonrisa ávida – después que comamos, será mi momento de cumplir con mi
parte.
– Listo – le respondo, al tiempo que le paso su
termo con la comida caliente y nos sentamos cerca del primer arbusto que
encontramos. Todos los demás estudiantes se encuentran en el sitio, consumiendo
de lo que hay en la cafetería; esa comida rancia de la que mis padres se niegan
a que coma y prefieren enviar a Filemón a diario desde mi casa, que se
encuentra a una hora de distancia.
– Solo recuerda relajarte antes de la
transformación, es más fácil si te dejas llevar por tus instintos – me aconseja
Quiteria entre bocado y bocado.
– Si, para ti es sencillo, tú eres natural, en
cambio yo, creo que estoy perdiendo mis instintos – le digo, mientras tomo otro
trozo de carne.
– Dime, ¿has dejado de ronronear o de gruñir? –
me cuestiona.
– No, eso no – le respondo con desgano.
– Entonces, sigues siendo Qato. Tu naturaleza
está ahí, solo que te es más sencillo hacer ruidos. La transformación es menos
común y es por lo que tarda más, por eso es que los cachorros no pueden y es sencillo
que pasen por humanos en la primaria; pero, una vez pasamos a la pubertad,
debemos venir aquí para terminar nuestra educación, El Concejo no quiere una
transformación involuntaria delante de los humanos, incluyéndome. Todos somos
admitidos aquí, no importa nuestro status social, por el bien del secreto – me
comenta, con voz serena – ahora, te aconsejo que te apoyes en el gruñido, es
algo natural. Cierra los ojos y gruñe un poco en cada exhalación.
Respiro profundo y luego exhalo en un gruñido,
pero me pongo nerviosa.
Una de las razones por las cuales tomé esta
clase me está mirando justo en este momento. Bajo la vista para ocultar mis
cachetes sonrosados. Quiteria me mira y hace ruidos con la lengua.
– Te dije que cerraras los ojos, ¿no es así? –
me reclama.
– Si, lo siento – le respondo.
– No te disculpes, esto es serio, acordamos que
te ayudaría a pasar la materia a cambio de tus fabulosas meriendas y te juro
que vas a pasar, aunque tenga que ponerte unas alas delta para que planees bien
– me dice molesta – Ahora, Casiano es buenísimo en esto, como en todo lo que
hace, él no tiene problemas, tú, si, ¿quieres cerrar los ojos y hacer lo que te
pido?
Asiento con la cabeza y cierro los ojos.
– Bien, bien, ahora pon la mente en blanco – su
voz es tranquila, no como hace unos segundos – vamos, has que tus gruñidos sean
más fuertes cada vez – y así hago, aunque es un poco difícil. La gente está
equivocada, es sencillo poner la mente en color negro, no en blanco, pero supongo
que a ella no le importará el color de mi mente en estos momentos, así que
dejaré mi mente en negro, no en blanco – esto no está funcionando – continua
hablando, mientras se pasa una mano por la cara – ya deberías haber cambiado.
Intentaremos con otra cosa, ¿qué me dices del sexo opuesto?, eso es parte de
nuestra naturaleza, también.
– ¿Sexo opuesto? – hago eco de su pregunta,
mientras un escalofrió me recorre por la nuca, erizando mi piel, cual Qato.
– Si, boba, los machos, esos que se la pasan
ronroneando en nuestros cuellos, marcándonos como su propiedad – me responde,
poniendo los ojos en blanco.
Eso le pasará a ella, a mí nadie me hace nada
como ronronear en mi cuello. Bueno, solo Anselmo, pero eso lo hace desde que
era un cachorro. Yo también se lo hago y no tiene nada que ver con que me
guste; es solo familiar, es todo.
– Me imagino que, como no quieres admitir que
Anselmo es tu novio, deberás concentrarte en Casiano, ¿te parece? – me dice,
mientras me mira con una ceja levantada.
– Entonces, ¿tengo permiso para concentrarme en
Casiano? – le pregunto emocionada.
– Si amiga, claro que sí, todo lo que quieras.
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