– ¡Por favor, Anselmo, suéltame! – le digo a este, cuando
trata de detenerme a la entrada del salón de clases.
– ¡Te prometo que esta vez será diferente! – me suplica,
pero yo sigo mi camino hacia mi puesto habitual. Anselmo también se sienta en
su puesto de costumbre, justo detrás de mí.
– Te lo digo, eran luces brillantes y se movían de un
lado para el otro, justo en la torre del este – trata de tentar mi curiosidad,
pero me mantengo firme. La última vez, cuando seguí esas disparatadas
expediciones suyas, por casi me pescan y a él, también.
– Abran sus libros en la página veinticinco – nos dice a
todos el "Chivito Loco", como todo el mundo conoce al Profesor Aramis,
un viejo que de seguro asistió a la escuela con Matusalén. Sus barbas le llegan
casi a la cintura y muchas veces puedes observar cosas que se le quedan justo
ahí; hoy, por ejemplo, tiene incrustada entre las hebras de pelo, dos clips de
papel.
¿Que cómo lo sé?
Pues, porque brillan cada vez que la luz los toca. Es el único
profesor en toda la ACADEMIA que le pasa esto, ni siquiera la profesora Matilda
descuida tanto su apariencia. En lo personal, pienso que debería acicalarse un
poco más. Esas excentricidades son para gente de poco juicio, precisamente,
como el Chivito Loco.
– Shhhh... – se escucha desde atrás. Es Casiano, que me
mira y me hace sonrojar. Creo que sabe lo que siento por él, pero se hace el
interesante.
¡Es tan lindo!
Si tan solo dejara de tener tantas "amigas".
– Como siempre, sin poner mucha atención, señorita Casandra
– me reprende el profe, cuando ve que ni siquiera he sacado el libro. Yo me pongo
helada, no me gusta que me llamen la atención delante de todos. No, mis
compañeros no son mis amigos, pero son gente y prefiero pasar sin pena ni
gloria, y este preciso momento es de los que considero como penoso. Levanto la
mirada con cierto horror al verlo. El Chivito me mira con una ceja levantada.
Claramente, está esperando que haga lo propio, así que pongo de mi parte para
descongelar mi cuerpo ante la vergüenza y tomo mi vieja maletita para sacar el
libro y, rápidamente, procedo buscar aquella página.
"Culturas en la Edad Antigua", dice.
– Te lo digo, se ven desde mi habitación que no está
lejos de la torre. Será sencillo – vuelve a insistir Anselmo, susurrando detrás
de mi cuello, justo en el momento en que el Chivito da la media vuelta para
colocarse delante de la pizarra, sin darse cuenta que Anselmo sigue hablando. Nunca
he entendido como soy yo quien sale regañada, mientras él hace más barullo que
yo y nadie lo nota.
Definitivamente, debe haber algo mal en mí.
– ¡No, no y mil veces no! – le insisto en un susurro. No
quiero problemas – además, ¿cómo pretendes que me escurras al ala de los
varones?, ¡estás loco!
– Solo habla con Amina, sé que, si le dices que es un
favor para mí, lo hará – me responde, casi poniendo su boca en mí oído, lo que
me provoca cierto escalofrío y me hace ronronear, llamando la atención de
algunos.
– ¿Y ahora qué hizo, que te debe un favor? – le pregunto
intrigada.
– Digamos que un internado no la va a detener, como mis
padres creen – me contesta, guiñándome. Debo sacar de mi sistema la imagen que
se me forma en la mente, aquella en la que veo a Amina saliendo a hurtadillas
del dormitorio de varones. Definitivamente, hay cosas que no cambiarán y hay
personas que no pueden reprimir su naturaleza.
– A ver jóvenes, ¿cómo quieren que sea la lección,
aburrida o amena?, de hecho, hoy yo quiero aprender de ustedes – empieza a
hablar el Chivito, mientras pasea de un lado a otro por el pasillo entre las
bancas. En este momento, todo el mundo comienza a murmurar. Por supuesto,
escucho voces aquí y allá mencionando la frase "¡obvio, amena!" – alguien
que me diga, por favor – solicita el profe, al tiempo que detiene la vista en
cada uno – a ver, a ver – continúa al tiempo que saca ese huesudo dedo índice
de su mano derecha – ¡usted! – exclama con entusiasmo, señalando a, nada más y
nada menos, que a mí.
El color se me sube, como si fuera un termómetro en agua
caliente. Las piernas me tiemblan cual gelatina, al momento de levantarme. Miro
a todo mi en rededor y observo varias expresiones de mis compañeros, unos, con
cara de "ya va a meter la pata" y otros con la expresión de un niño
rezándole a sus padres para que los dejen ver tele.
– Díganos Cassandra, qué le gustaría – indica el Profe
Aramis, al momento que Anselmo me hace una caricia en la mano para darme ánimo.
– Eh... amena... ¿profesor?
¡Qué bochorno!
Me siento de inmediato.
Mis compañeros comienzan a cuchichear y hacer burlas
detrás de mí y yo, simplemente, espero que me trague la tierra. Anselmo me
palmea el hombro.
– ¡Perfecto!, muchas gracias Señorita Cassandra – responde
el Señor Aramis, ignorando que casi me desmayo – bien, ahora que hemos
establecido cómo será esto, quisiera que leyeran el título y luego – nos mira a
todos en dos recorridos rápidos, verificando que estemos obedeciendo sus
instrucciones, para luego decir – tomen su libro y guárdenlo en su maleta – todos
nos quedamos mirando los unos a los otros, pero, como todos sabemos que a este
profe no le pusieron ese apodo por nada, de inmediato hacemos lo propio.
– Bien, ahora les pregunto yo, ¿por qué nosotros debemos
conocer las culturas de la Edad Antigua?
– Si no me ayudas, tendré que hacer esto solo y tú no
querrás que me atrapen, ¿verdad? – Continúa diciéndome Anselmo, poniendo esa
cara de gato apaleado, sacando mi mirada de lo que hace el profesor – por fa,
por fa, por fa – me suplica.
– Está bien, pero si algo sale mal, tú te harás
responsable, ¿ok? – ¡rayos!, ¿por qué siempre me dejo convencer?
– Ok – me responde, dándome un pequeño golpe en mi hombro
con su puño.
– Fue en la época donde nuestra raza interactuaba con la
raza humana – responde Minerva, por supuesto. Si había alguien feliz en
contestar, tendría que haber sido precisamente ella.
– ¡Exacto! – le responde el profesor, al tiempo que algunos
comienzan a cuchichear – bien, ¿alguien más me puede decir desde cuanto tenemos
contactos con los humanos?, veamos – dice, al tiempo que vuelve a sacar ese
miserable dedo suyo, el cual pasa de un lado al otro y me siento bendecida cada
vez que pasa de largo.
– Yo profesor – responde Casiano, quien se levanta,
haciendo suspirar a más de cuatro chicas y saca un pequeño rugido de la
garganta de Anselmo, entre otros chicos.
Los qatos machos deberían ser menos territoriales, no
todas las chicas son su propiedad.
– Desde hace unos veinte mil años, pero fue hasta hace
unos nueve mil, cuando les enseñamos la escritura, que comenzaron a haber
evidencia de nuestra relación con los humanos – responde Casiano.
– Eso todo el mundo lo sabe – murmura Anselmo detrás de mí.
– ¿Quieres callarte?, me desconcentras – le respondo
molesta.
– Sí, sí, claro, tu precioso Casiano – contesta Anselmo, haciéndole
burlas.
– Si sigues molestando, me retracto de acompañarte, ¿de
acuerdo? – lo amenazo, mientras lo fulmino con la mirada y el agacha la cara.
– Ahora, ¿Por qué nuestra
relación con los humanos fue tan buena durante tanto tiempo? – inquiere nuevamente
el Chivito, al tiempo que Minerva vuelve a levantar la mano – no, ya usted
participó, señorita Minerva, requerimos a otra persona para que gane su nota – indica,
al tiempo que todos comienzan a mirarse entre sí.
¿Nota?, nadie dijo que estas preguntas eran parte de una calificación.
– Sabia que tendría su atención si les decía para qué
tanta pregunta – vuelve a hablar el Chivito.
Esto no me conviene para nada. Mis padres no se sentirán
muy complacidos si traigo malas calificaciones. De inmediato, me levanto.
– Debido a que nos veían como sus iguales, pero, al
demostrarles que éramos una cultura más avanzada, empezaron a temernos, así que
tuvimos que ocultar nuestra naturaleza – respondo de inmediato.
– ¡Correcto Casandra! – Me indica el profe, entusiasmado –
esta es la razón por la cual se creó esta ACADEMIA, para que pudiésemos coexistir
con los humanos sin que nos teman, hasta que podamos revelar nuestra naturaleza
con confianza.
– Bien, Casandra – me felicita Anselmo.
– Espero que no lo digas para que no me eche para atrás –
le contesto.
– Eso nunca lo harías, ya me diste tu palabra y si sé
algo de ti es que tu palabra es un hecho – me dice con un guiño.
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