lunes, 21 de diciembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 3: PLANIFICANDO.






De las cuatro torres en el Castillo Qato, la torre Este es la más enigmática.
No tiene entrada por los corredores de la planta baja, de hecho, no tiene ningún tipo de puerta, solo algunas ventanas en la parte superior, pasado las uniones con los techos de las alas de las oficinas administrativas y de los dormitorios de los profesores.
Pero, si quieres verla sin que nadie te observe, puede esconderte en la esquina del cobertizo del ala de varones. Allí es donde me encuentro, esperando el momento justo en el que los guardianes se acerquen a Anselmo, quien va sigilosamente desde el ala de las oficinas principales, las cuales deben estar vacías en estos momentos, así que nadie notará unas cuantas pisadas de un joven Qato como él.
Saco lápiz, papel y un cronómetro de mi vieja maletita. También saco una especie de escala, con la que pretendo medir desde esta distancia, cuántos pasos necesita y en cuanto tiempo debe recorrerlos.
Si sé cómo calcular bien, podré saber a cuánto debemos correr antes de que nos alcancen.
Anselmo va con la mayor desfachatez posible, a ver si se aparecen los guardianes.
Nada.
Ni siquiera se han asomado.
La última vez, cuando estábamos él y yo por aquí, ya se habían aparecido mucho más atrás de lo que está ahora mismo.
Me hace una seña para que me acerque, no sé para qué.
No soy tan fuerte como él, no tengo sus músculos ni su destreza. No tengo sus instintos, su gracia para deslizarse, en fin, él es más Qato de lo que yo jamás seré. Lo único que haría, seria estorbarle.
 Él insiste, poniendo las zarpas como si me estuviera rogando. No tengo más remedio, iré.
Estoy transformándome, volviendo a meter lápiz y papel en mi maletita, pues es difícil tomarlos con las garras y me la pongo de la espalda, luego me dirijo al extremo del techo y salto, utilizando todo lo que he aprendido en las clases de Planeamiento.
– ¿Los ves? – pregunta Anselmo cuando me le acerco. Al principio no veo nada, pero, poco a poco, observo unas formas que se mimetizan con la piedra de las paredes de la torre, aprovechando la oscuridad de las sombras. Los guardianes están allí, justo en el costado opuesto al cobertizo del dormitorio de varones. El punto ciego de mi posición anterior.
– Si, los veo – le respondo – ¿Por qué no se mueven? – pregunto, pasándome la zarpa por mi melena.
Y es en ese momento cuando empiezan a moverse. Anselmo y yo nos ponemos en movimiento, no queremos ser atrapados, solo hacer una prueba y estudiarlos. Corro a todo lo que dan mis músculos y mis pulmones. Mi cuerpo responde bien, creo que está consciente que no es el momento de atormentarme más. Si estos tipos nos agarran, no quisiera saber qué nos harían.
– ¡Apresúrate! – Me urge Anselmo – ¡Vamos, Sandy! – me pide con voz melosa.
Los guardianes nos están pisando los talones, prácticamente, y Anselmo me arrastra del brazo para asegurarse que me atrapen.
Y se detienen, justo cuando llegan a la mitad del ático del edificio administrativo. No solo se detienen, pareciera como si les hubieran dado una orden de “firme”. Segundos después, se dan la media vuelta marchando, cual soldados.
– Espera – le pido a Anselmo, cuando me está tomando del brazo para salir del techo – se me cayó la maleta, debo ir a recogerla – y antes de que me conteste, me suelto de su brazo para recoger la mochila, pero no lo logro, porque los guardianes dejan su andar, se dan la media vuelta e intentan perseguirme.
Yo miro en dirección a Anselmo y echo a correr, dejando mi maletita atrás, pero trastabillo y me resbalo en el techo mohoso. Rápidamente, me levanto y apresuro el paso hacia mi amigo. Vuelvo a pasar el centro del cobertizo y ellos se detienen otra vez. Aparentemente, solo pueden llegar hasta allí.
Misma ceremonia. Se paran en firme, se dan la media vuelta y comienzan a marchar.
– ¡No se te ocurra volver a hacer eso! – Me reclama Anselmo, quien me mira mis codos magullados por la caída y luego, al ver que no es nada grave, me abriga con sus dos brazos – no me vuelvas a preocupar así.
– Mi maleta, Anselmo, mi maleta – le contesto en un sollozo – no la puedo perder.
– Lo sé, lo sé – me responde, acariciándome la espalda, con sus acolchadas zarpas – yo la iré a buscar.
Me suelta por un momento y no lo piensa mucho, simplemente se lanza a buscar la maleta. Esta vez los guardianes no se inmutan en perseguirlo.
Eso me impulsa a hacer una tontería. Camino hacia la torre, pasando el punto donde los guardianes se detuvieron.
Y algo ocurre.
Los guardianes se dirigen hacia a mí, para perseguirme, así que retrocedo de inmediato, no quiero poner en peligro a Anselmo, quien se puso a correr a penas vio a los guardianes en movimiento.
Sé que Anselmo también lo notó. Los guardianes me persiguen a mí, pero que recoge la mochila con cuidado, a pesar de todo.
Ambos nos miramos a los ojos con la misma pregunta en la mente.
¿Por qué los guardianes solo me buscan a mi?
Ambos nos movemos con cuidados, ambos con las orejas levantadas y los bigotes tensos. Nuestras melenas están encrestadas. Anselmo entrelaza su brazo con el mío, medio para protegerse, medio para darse valor, mirando a uno y otro lado, igual que yo. Seguimos de largo el pabellón de los varones, para dirigirnos al siguiente, el pabellón de chicas.
Llegamos a donde empezamos, al alfeizar de mi ventana.
– No lo intentaremos otra vez, no, si esto te causará daño – se limita a decir Anselmo. Abrazándome al pie de mi ventana, mientras ambos nos transformamos a humanos.
– Pero… no, yo quiero hacerlo – le respondo con voz temblorosa – ahora más que nunca, quiero conocer todo lo que ocurre – me separo un momento de él, quien me mira directamente a los ojos.
– No estamos preparados, no todavía, mira, podemos esperar un año, quizás dos, te prometo que lo haremos tú y yo, pero estamos demasiado cachorro para lograrlo – trata de convencerme.
– Bueno, si podemos esperar, pero de que lo vamos a hacer, lo haremos – le contesto muy firme, no quiero que piense que voy a olvidarme de la torre. No, ahora más que antes, estoy súper intrigada por saber por qué estos guardianes me persiguen. Digo, ¿Qué diantres les hice, como para que me persigan?
¿Será que es verdad lo que dijo Quiteria, que pertenezco a una de esas “castas”?
Digo, ¿mi casta está en guerra con esos guardianes?
No es que sea la persona más valiente, pero no me voy a dejar intimidar por estos tipos, por muy guardianes que sean y, si estamos en guerra, quiero saber por qué.
Anselmo no me contesta, solamente me deja de abrazar para ronronearme en el cuello.
– Ok, es hora de que te vayas, no sea que amanezca y nos atrapen a ambos – le indico y él me suelta, para dar la media vuelta e irse.
– Nos vemos mañana – me dice, deteniéndose a medio camino para mirarme de reojo antes de marcharse.
Así que subí el alfeizar para entrar a mi habitación.
Pero hay algo extraño aquí.
Siento una presencia, aunque no puedo ver nada.
De pronto veo unos ojos verde amarillento que se iluminan en la oscuridad, así que me apresuro a encender la luz de mi cuarto.
Y es cuando veo una silueta de terciopelo negro conocida.
– ¿Me vas a contar los detalles sucios de tu encuentro con tu novio? – pregunta la voz entre felino y humano.
– ¡Déjame en paz! – le respondo, mientras me quito la ropa para ponerme mis pijamas.
– Ah, ya veo, la experiencia no fue tan placentera como esperabas – dice, mientras va transformándose. Creo que piensa que Anselmo y yo estuvimos teniendo sexo o algo por el estilo.
Mejor que crea eso, antes que sepa la realidad.
– No te incumbe, lo que pasa entre Anselmo y yo no te incumbe – le contesto a Quiteria, tratando de seguirle la corriente. Al fin y al cabo, si ocurre algo entre Anselmo y yo (¡Diac!), no es su problema.
– O, tal vez, es porque, te metiste donde no debías – se responde, ignorando mi respuesta.
Yo trago grueso.
– ¿Será que te fuiste a donde te dije específicamente que no fueras? – Continúa hablando, moviéndose suavemente por mi habitación, tocando las cosas de mi estante como si fueran piedras traídas de Marte – ¿Cómo les fue con los Gardiyan?
– ¿Los qué? – Le pregunto devuelta – ¿Acaso los conoces?
– Es hora de irme – me dice sin contestar a mi pregunta, creo que se puso nerviosa – pero te lo advierto, la próxima vez no será tan sencillo que los evadas.


viernes, 27 de noviembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 2: ESTUDIANDO.



– ¡Vamos, me lo prometiste y nunca te he visto faltar a tu palabra, Sandy  – me reclama Anselmo, agazapado en el umbral de mi ventana. El cielo está cargado de estrellas, con algunas nubes aquí y allá; la brisa fresca me estremece. Ya no me siento tan adolorida, como hace un rato, porque, sorprendentemente, esa clase de Planeamiento me ayudó con mi cuerpo adolorido, pero no tanto como para irme de paseo con Anselmo a ver la Torre Este.
– Por favor, Anselmo, que hasta las cejas me duelen. Si, te lo prometí, pero… – me quedo sin palabras. En serio, no tengo argumento, además, qué es un poco de dolor, que te recorre desde el dedo gordo del pie hasta la punta de los cabellos, comparado con el saber qué ocurre adentro de ese lugar… pero está la otra parte – pero he escuchado cosas terribles sobre esa Torre; gente que le ocurre cosas, fracturas, muertes. Si me lo preguntas, no, muchas gracias, prefiero quedarme en mi adorada cama.
 – ¿Quién te dijo esas cosas, fue el entrometido de Casiano, verdad? – me pregunta molesto.
– Hoy no lo he visto, no fue él, te lo aseguro. Se trata de Quiteria, ella ha escuchado mucho acerca de personas que han intentado lo que tú y yo queremos hacer – le digo yo con un tono de extrañeza, porque, de hecho, no me había percatado que Casiano no estuvo en ninguna de mis clases hoy.
– Pues él intentó persuadirme de no ir hacia allá, ¡el muy cretino!, ¿Quién se cree para hablarme sobre lo que debo hacer o no?, y decirme que no te arrastrara en mi locura de querer entrar, ¡Ja!,  Es el imbécil más grande que conozco, mira que venir a darme órdenes, como si tú le pertenecieras – exclama, con ese tonito irónico.
– ¿De veras, estaba preocupado por mi? – le pregunto.
¡Guau!, Casiano se interesa por mí.
– Hazme el favor de dejar de emocionarte por ese baboso en mi presencia, ¿quieres? – Me dice, montado en cólera – En vez de ponerte de mi parte que soy tu mejor amigo, te pones a suspirar por ese estúpido, ¿Qué rayos te pasa?
– A ti te veo hasta cuando no debo, mira dónde estás y a qué horas – le reclamo, señalándole el interior de mi habitación – pero él nunca ha mostrado que le interese, nunca, así que deja que disfrute este momento.
– ¿Vas a acompañarme o no? – Me pregunta casi ordenándome – y te lo advierto, Cassandra Cerdubeles, pongo en juego nuestra amistad, como no lo hagas – sigue reclamándome, como un total energúmeno.
¡Usó mi nombre completo!
Quiere decir que está súper enojadísimo.
– Pero yo no he hecho nada para que te pongas así, ¿por qué me tratas tan mal? – le respondo indignadísima. El respira hondo, mientras se pasa las dos manos por la cara, luego agacha un poco la cabeza sin verme, mostrándome el cuello.
– Lo siento, Sandy, no quise gritarte, por fa, perdóname – y luego de decirme esto, comienza a ronronearme en el cuello.
– Te perdonaría si dejaras ya la babosada, ¿te parece? – Le digo dándole un empujón – si, si, ya, te perdono y si, te voy a acompañar, vamos a ver qué rayos es lo que hay en esa torre que mata gente. Te advierto que, si me llego a caer de esa tonta torre, mi fantasma te perseguirá hasta el día en que mueras – le digo con el tono más serio que puedo, que no es mucho, porque se me escapa un pequeña risita. Él también se ríe y me da un ligero codazo.
– Ok, dejémoslo así, ¿podemos transformarnos ya? – me pide a medio convertir, yo también hago lo mismo y, esta vez, me resulta un poco más sencillo, luego del curso intensivo que tuvimos él y yo, este fin de semana en el bosque aledaño a mi casa. Me sigue doliendo hasta la médula, pero creo que me estoy acostumbrando.
– Espera – le pido, mientras me devuelvo al fondo de mi habitación, para buscar una pequeña libretita y un lápiz, los cuales meto en mis bolsillos.
Ambos saltamos por el alfeizar de mi habitación y nos dirigimos con sigilo hacia la Torre Este, procurando tomar todos los recovecos que encontramos, para no ser vistos desde esta, no sea que los vigilantes nos observen.
–  Recuerda, hoy solo queremos estudiar bien el lugar y fijarnos a cuantos pasos de distancia es que salen esos famosos guardianes que tiran gente desde el techo – me indica Anselmo.
– Por supuesto, no me siento capacitada para enfrentarlos – le respondo en un jadeo.
– Tú te encargas de estudiar y yo me encargo de los guardias – sigue diciendo.
– ¡Ja!, sigue diciéndotelo, para ver si te convences, porque yo estoy clara, eso es imposible – le indico con sarcasmo.
– ¡Pero qué poca fe me tienes! – Riposta, haciéndose la víctima – hieres mis sentimientos.
– Solo te devuelvo el favor – le digo con una risita – después de todo, tú pusiste en juego nuestra amistad, hace un rato – continuo diciéndole, mientras le doy un codazo y me le adelanto  a la siguiente esquina con cuidado de no ser vislumbrada en nuestro camino hacia la torre.
Ambos nos ponemos de cuclillas entre las sombras, entre unos techos a desnivel. Todavía no se han abierto la ventana por la que queremos entrar y las luces brillantes tampoco las han encendido.
– ¿Te puedo preguntar sin que te enojes?, por fa – le pido a Anselmo, quien respira hondo antes de contestar.
– Si puedo – me contesta en una exhalación.
– ¿Qué sabes tú de castas Qato? – le inquiero y él queda pensativo.
– En realidad no sé mucho, solo le he oído decir a algunos Qatos muy ancianos acerca del tema, pero las castas existieron hace mucho tiempo, ya no existen desde que se impuso el régimen Igualitario. Se supone que ahora todos pertenecemos a la misma clase – me responde, tratando de hacer memoria.
– Entonces, nos distinguíamos por grupos – le comento y él deja de mirar al frente para seguirme la conversación.
– Bueno, de lo que pude saber, antes, cuando no existía el Gran Orden Igualitario, todos los Qatos buscábamos un sentido de pertenencia, algo que nos distinguieran de los demás, por ejemplo, Quiteria, pertenecería a un grupo por ser un Qato negro, o tu, por ser un Qato Albino, estarías en otro grupo, pero no solamente te distinguían por tus rasgos, también por tus habilidades, por venir de un lugar y por tu forma de pensar, todo se constituía en una Casta, en una manera de segregación. Pero eso también generaba discriminación y puso en guerra a una nación Qato con otra. Luego vino el Asunto Humano, lo que hizo que los Qatos nos diéramos cuenta de cuan estúpidos éramos, así que nos unimos y nos convertimos en Igualitarios, en cierto modo, el asunto Humano fue bueno para nuestra historia.
– Pero, ¿Por qué no nos enseñan eso en historia si es tan importante? – le vuelvo a preguntar.
– ¿Acaso tengo cara de profesor?, pues no lo sé, creo que es para no implantarnos esas ideas de distinciones entre nosotros – me contesta.
– Pues, tiene algo de lógica – comento y él asienta la cabeza.
– Ahora, ¿de dónde sacaste eso de las castas? – Me interroga ahora él y yo le comento todo lo que me dijo Quiteria hace un rato – esa torre tiene más misterios de los que creíamos – me dice, rascándose la barbilla – pero creo que hay gente que conocemos que también saben acerca de esa torre.
– Si, eso pensé, después de todo, ¿Cómo se enteraron que estuvimos por aquí esos dos?, de seguro tienen mucho que responder, ¿no te parece? – le pregunto con una ligera sonrisa.
– Me parece bien, yo le pregunto a Casiano – me dice, arrugando la cara como si chupara un limón – y tú le preguntaras a Quiteria.

– Estoy de acuerdo, ahora, a estudiar la dichosa torre – le responde, al momento en que se encienden las luces.

martes, 24 de noviembre de 2015

ENTRENANDO EN LA ACADEMIA QATO – CAPÍTULO 1: CANSANCIO.



– Estoy esperando a que pase al tablero, Señorita Casandra – me indica la profesora Matilda por enésima vez, asumiendo que ya me lo ha dicho en otras ocasiones.
¡Me duele hasta la médula!
Mis músculos piden piedad, después de todo el ejercicio que hicimos Anselmo y yo este fin de semana; pero eso no es lo peor, los ojos se me cierran y lo único que quiero es descansar en mi deliciosa cama. No me estoy concentrando para nada y todavía faltan dos clases más, una de ellas, Planeamiento. No sé qué haré cuando me pidan que me transforme y comience a planear, porque no creo poder mover un ápice de mi cuerpo para subir, bajar, saltar o para algo más que el solo hecho de respirar que, por cierto, hasta eso me duele.
La miro fijamente.
“¿En serio me va a hacer esto a mi?”, me pregunto asombrada.
Supongo que esto tiene que ver con aquella petición que me hizo al iniciar el año, eso de que nuestra relación aquí era de profesora-estudiante. Estrictamente profesional, agregó específicamente.
Me levanto del asiento con todo cuidado de no lastimar involuntariamente alguno de mis mallugados músculos. Increíblemente, hoy me importa un bledo cualquier idiotez que diga alguno de mis compañeros, sobre todo Balbina, quien es la que más cuchichea y ríe a mis espaldas. Al frente, algunos garabatos mezclados con números y un dibujo que parece un cañón con una línea arqueada saliendo de él. No puedo creer que quiera que adivine cómo se moverá los proyectiles que saldrán de ese garabato. Asegura que hay una fórmula para ello, justamente, en el espacio donde están los garabatos y los números.
¡Ja!
Y es en este momento cuando me pregunto si podré usar la fórmula para que salga la bala del cañón y le dé justo a ella para que la saque por la ventana y así me deje en paz.
Calma.
Recuerda que eso no se le hace a la familia, además, no es la primera vez que me manda al tablero y estoy en blanco. Solo la miraré con cara de súplica para que me ayude, así que giro la cara para verla a los ojos.
No va a funcionar.
Su mirada es gélida y su rostro, severo.
– Espero a que resuelva el problema, señorita Casandra. Si es que mi clase es tan aburrida como para que se duerma, es porque ha estudiado todo el temario.
¡Dios!
Me dormí sin darme cuenta.
No me lo va a perdonar.
Rasco la parte trasera de mi oreja, a ver si logro recordar algo de lo que ha dicho de este tema en clases anteriores. Veamos, tengo la fórmula y tengo algunos datos, probaré resolverla con lo que tengo a la mano. La verdad, no sé qué rayos estoy haciendo, pero creo que si hago algún intento a lo mejor me ayude, después de todo, siempre nos hemos llevado bien ella y yo.
A ver, g es 9.81, c es 3… ok, reemplazar y… multiplico aquí, sumo todo y…
– ¿Esta es la respuesta, profesora? – le pido que revise la respuesta.
– Si es esa, puede sentarse, muchas gracias – me responde profe Matilda, todavía malhumorada.
¡Uf!, creo que me salvé esta vez, pero sé que no me lo va a hacer fácil para la próxima. Es triste cuando tu tía favorita se convierte en tu verdugo en el colegio.
– Gracias – me dice Quiteria a mi lado – me salvaste de ser yo quien fuera al tablero.
– Créeme, no lo hice por ti – le respondo con algo de ironía.
– Igual, gracias, aunque no lo hayas hecho por mí, tengo la mala suerte de que siempre me llaman al pizarrón cuando no he estudiado – indica y me hace sonreír – por cierto, ¿Qué me trajiste hoy de cenar?
– Todavía Filemón no ha llegado, pero espero que sea algo muy bueno, estoy famélica – le indico con un guiño y ambas suspiramos. El hambre me está matando como jamás en la vida.
Suena el timbre de cambio de clases.
Hora de la tortura.
Planeamiento.
Afuera del salón está mi héroe Filemón.
– Espero que pueda apreciar algo de lo que se cocinó, Señorita, hoy hubo visitas en casa, la reunión anual de vecinos, me temo – dice este, después de saludar.
De inmediato abro la porta viandas.
¡Qué horror!
Pastel de carne.
¿Por qué harán esta clase de cosas?
¿No pudieron hacer una deliciosa ternera asada y ya, en vez de ahogar la deliciosa carne en un montón de masa para pan?
Supongo que mis padres saben que, si tengo hambre, comeré todo lo que pueda.
– Escogí los trozos con mayor cantidad de carne, procurando complacer a las señoritas – comenta, haciendo un ademan a Quiteria, que está a mi lado.
– Le agradezco, Filemón – le responde esta.
– Ahora debo marcharme, Saludos Señoritas – indica Filemon, dirigiéndose hacia los salones donde se encuentra Casilda, como siempre.
– Se dice que te vieron por la Torre Este hace unos días, que ibas corriendo con tu novio, me parece – comenta Quiteria, mientras caminamos por el largo corredor que da al bosque.
– La gente es chismosa y lo sabes – le digo, tratando de evadir el tema.
– La gente soy yo, querida – riposta, mirándome de reojo – me puedes decir, ¿Qué rayos hacías por allí?, esa torre es peligrosa, ¿lo sabías?
– Ten cuidado, por cómo me hablas, pareciera que te importara – le respondo. Es muy raro que Quiteria demuestre que alguien le importe.
– Solo responde mi pregunta, querida – me dice tajantemente. La miro fijamente porque me tiene mucho más intrigada su interés. Siempre ha sido práctica, directa e imprudente, pero es la persona más sincera que conozco y si está interesada en algo o alguien, es porque de veras le importa ese algo o alguien.
– Curiosidad, es todo – le contesto.
– Sabias que la curiosidad mató al gato, ¿cierto? – Su cara es severa cuando me habla y siento una línea fría recorriendo mi espalda – muchos Qatos han muerto tratando de averiguar lo que hay en esa torre; por favor, no lo vuelvas a intentar.
– ¿Qué sabes tú de eso, lo has intentado? – le digo intrigada. De seguro sabe algo y es mejor que Anselmo y yo estemos preparados antes de siquiera intentar ir.
– Veo que, a pesar de todo lo que dices, eres una Qato de pura cepa, no te importa que te dije que puedes morir, solo te interesa “saber” – sus pupilas se vuelven una fina línea cuando me habla y, al darse cuenta que no le diré una palabra más hasta que me responda, continua – cosas se dicen de aquella Torre, se habla de gente que en el intento por entrar, caen sin poder planear y se fracturan, incluso mueren, de gente que pierde la memoria al entrar o terminan en un manicomio, es un lugar peligroso, lleno de trampas, cuentan algunos en su locura. No es un sitio para ti, niña, ninguno de tu casta lo hace o lo intenta siquiera. Ese sitio no es para ti.
– De seguro debe haber alguien que lo haya intentado y logrado, ¿Qué hay de ellos? – le riposto. No me va a intimidar, quiero saberlo todo.
– De esos nada se sabe – me responde.
– Nada se sabe, ¿acaso se quedan ahí? – ahora soy yo quien la cuestiona.
– Nada se sabe, punto. No se conoce de nadie que lo haya hecho, eso es todo – me contesta, luego trata de mirar al piso, para intentar decirme algo más – mira niña, los de tu casta no lo intentan y, si lo hacen, cosas terribles les ocurre. Te sugiero, no, te ruego que no te acerques.
– ¿Los de mi casta dices? – Inquiero, estoy inmune a sus comentarios, solo quiero respuestas – ¿Es que soy una clase distinta de Qato o qué?
– ¿No sabes a qué casta perteneces, tus padres no te han dicho? – me vuelve a cuestionar.
– Obvio que no – le riposto – ¿desde cuándo los Qatos estamos divididos por castas?
– Desde toda la vida, querida, desde que somos lo que somos.

martes, 27 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA, CAPÍTULO 3: NATURALEZA


– ¡Por favor! – Se le escapa decir a Anselmo en una risotada, mientras sus pies desnudos cuelgan por el alfeizar de su ventana, justo por donde me dijo que se veían las famosas luces – ¿me vas a decir que no es tonto?
– ¿Te estás burlando de nuestros ancestros? – Lo ataco, es un grosero y un irrespetuoso – ellos sabían lo que hacían, después de todo, nuestros eruditos conocían de la ciencia antes que el hombre – le riposto. Anselmo es el tonto.
– Casandra, si el caso hubiera sido al revés, que fueran los humanos quienes tendrían que ocultarse y hacer una Academia, ¿crees que le llamarían "ACADEMIA HUMANO"? – continúa con su ironía.
Miro al cielo estrellado con los ojos en blanco. Una ligera brisa hace que mis brazos y piernas desnudas se ericen, desconcertándome, haciendo que mire todo mi en rededor por instinto. Nunca he entendido por qué el cielo se ve mejor desde el alfeizar de la ventana de Anselmo. Sonrío, mientras agacho la cabeza para ver mis pantalones cortos.
Si, lo reconozco, llamar a la Academia “Qato” es tonto.
– Pero no son los mismos tiempos, de seguro llamarle "QATO" a la Academia era decir "aquí estamos" o, quién sabe, la palabra "QATO" debía tener otro significado – le respondo, no quiero darle la razón todavía.
– Claro, y cinco mil años después no han sido suficientes para cambiarle el nombre, ¿cierto? – Sigue diciendo, con ese sentido del humor socarrón que trae – los tiempos han cambiado, pueden ponerle otro nombre, en estos tiempos, llamarle “Qato”, es ridículo.
– ¿En serio, voy a tener que aguantar tus malos chistes hasta ver tus famosas "luces brillantes"? – Lo inquiero, a ver si se le quita la cara burlona – dime si va a ser así, para irme. No me la pasé toda una hora esperando a ver cómo me escapaba de mi dormitorio, pidiéndole a Amina que se quede vigilando, para venir aquí a escucharte profanar el nombre del colegio.
– ¡Vamos, Cas!, no te ponga así – trata de disculparse, lo cual me irrita aun más.
– ¡Detesto que me llames así y lo sabes! – Le replico, fastidiada – suena a Casilda y yo no soy ella. O me dices Casandra o no me dirijas la palabra – le reclamo, mientras cruzo los brazos.
– ¡Perdón, perdón! – me suplica, levantando las dos manos. Sabe que no me gusta que me comparen con mi hermana mayor – listo, no te llamo más así – insiste, mientras me ronronea al oído.
– Ya, ya – le contesto – si sigues de zalamero, también, me voy a ir – me aparto de él. Está utilizando la artimaña Qato que sabe que funcionará perfectamente bien.
– Y... si te llamo Sandy, ¿te molestaría? – me pregunta. Sandy se escucha mejor que Cas.
Es difícil ser la hermana del centro, todo el mundo tratando de compararte con tu hermana mayor y tener que superar aquello de que ya no eres la bebé de la casa y tal. Aunque, si me preguntan, prefiero seguir siendo la invisible.
Pero, una cosa es ser invisible para el resto del mundo y otra, que tu mejor amigo te confunda también. Se supone que yo soy tan especial para él, como él lo es para mí. Antes, cuando estábamos en primaria, no me molestaba que me dijera como quisiera, incluyendo Cas, puesto que Casilda no estaba en nuestro colegio, así que no existía confusión, pero aquí, en el reino de Casilda, no quiero ser comparada, porque significa que siempre me medirán de acuerdo a sus estándares, lo cual no es justo.
¡Yo soy yo!
Por lo menos Cayetana no tiene el mismo problema que yo. Jamás la llamarán Cas.
 – No, no me molestaría – le respondo, aun disgustada.
– Gracias – me responde, en el momento que pasa su mano por mi nuca y mi oreja – bueno, por lo menos se te olvidó lo del nombre de la Academia.
– No volvamos a lo mismo, ¿quieres? – le pido, dándole un ligero codazo en su costado.
– Mira – me dice, señalando la Torre Este – ya se ven las luces.
– Si, son lindas – le respondo maravillada. Tienen muchos colores. Una de las ventajas de ser un Qato es que tienes lo mejor de ambos mundo, el humano y el felino; la visión, por ejemplo, es excelente durante la noche, pero, además, puedes ver los colores nítidamente. El espectáculo es fascinante.
– ¡Vamos! – Me apresura Anselmo – tienes que cambiar si quieres que no nos descubran, creo que podemos entrar por aquella ventana, por la que salen las luces, no parece estar vigilada, podemos ir cruzando por todo el techo – continúa, al tiempo que va cambiando la apariencia humana a lo de un Qato. Su voz comienza a cambiar, también, a una voz gutural, entre una voz humana y un gruñido Qato. Yo dejo de admirarlo y comienzo a hacer lo propio, tal como lo practiqué hace un rato con Quiteria, aunque no me puedo imaginar a Casiano estando al lado de Anselmo.
Mis manos y piernas se van convirtiendo en acolchadas zarpas, mis orejas se tornan puntiagudas con algo de vello más largo en su interior para el equilibro, mi nariz se vuelve más sensible, si eso es posible. En fin, todas aquellas cosas que nos hacen diferentes al hombre, sin perder nuestra erección en dos patas. No somos animales, pero tampoco somos humanos, solo tenemos lo mejor de ambos mundos.
Caminamos con sigilo por el techo, ya que nuestras zarpas hacen el mínimo ruido, recordando que, si bien nuestra fisionomía nos permite andar con todo el cuidado, también es verdad que estamos rodeados con otros iguales a nosotros.
- ¡Cuidado allí! – me dice Anselmo, al tiempo que toma mi muñeca para evitar que me resbale. Estas tejas están lisas por el moho.
¡Uf, por casi no la veo!
Anselmo detiene su paso para vigilar que esté bien.
- Solo ten cuidado, ¿está bien? – me dice con su tono acaramelado, mi querido amigo Anselmo y yo asiento con la cabeza – ahora, vamos, que nos falta un gran techo. Las luces se ven más cerca a medida que avanzamos, pero, aparentemente, no somos los únicos. Existen otras dos siluetas al pie de la ventana de la torre.
Son dos Centinelas enormes que cuidan la ventana por donde pensábamos entrar, los cuales se han materializado de la nada.
Se me erizan todos los vellos por instinto. Siento miedo, uno profundo y aterrador.
Estos tipos parecieran que pueden hacer mucho más que expulsarnos del colegio por querer entrar a la torre prohibida, la única de las cuatro torres a la que no debemos entrar. Tienen una especie de uniforme negro, con unos cascos por donde sobresale una protección para sus orejas. Claramente se encuentran transformados.
– ¡Alto ahí! – Nos ordenan ambos, hablando al unísono, con voz felina – la curiosidad los llama, pero solo su habilidad les permitirá entrar.
– Suena a reto – le digo a Anselmo lo más cerca de su oído.
– No queremos pelear – les dice este, aunque tiene todo los vellos de la nuca erizados y las zarpas en garras. Los dos guardias no se inmutan, solo nos miran a través de los cascos.
– No pretendemos siquiera tocarlos, no son rivales – vuelven a responder como si fueran un solo individuo. Ambos, con las mismas expresiones corporales, el mismo tono, los mismos gestos – regresen por donde vinieron y no vuelvan, a menos que sepan cómo.
¿Qué están haciendo, deteniéndonos o retándonos?
¿No saben de la naturaleza Qato?
– Vámonos, Casandra –  me dice un Anselmo resignado, que da la media vuelta, mientras me pone la mano en la espalda para que yo haga lo mismo.
Esto verdaderamente me impresiona.
¿Que no quería ver las luces?
No le digo nada, solo lo sigo. Este repentino lapsus de sensatez por parte de Anselmo me tiene intrigada, porque él es todo, menos sensato.
Nos vamos por donde vinimos sin decir nada más, recorriendo por el techo de tejas rojas, cuidando que no se caiga ninguno. Anselmo sigue callado, solo mirando al frente. Yo lo sigo, pero, antes de llegar al dormitorio de varones, se desvía, dirigiéndose hacia mi ventana, en el ala de las chicas.
Pasa varios tejados y voladizos, hasta que se detiene en mi ventana y gira para mirarme a los ojos.
– ¿Qué pudiste observar? – me pregunta sin darme mayor detalle.
En mi mente, observé la posición de los guardias, el viento soplando de norte a sur y cómo lo podía utilizar a mi favor para que no nos detectaran. Vi los voladizos y alfeizares, las distancias para saltar entre una y otra, los desniveles entre los techos, y cómo colocaba mis zarpas para evitar caerme y llegar hasta las luces. También me vi planeando para salir desde la ventana, utilizando mis orejas para orientarme y mis pliegues para amortiguar el descenso.
Sabía cómo hacerlo.
– Que es difícil entrar, pero no imposible. El único problema que tendrás es que no podré acompañarte, pero te puedo dar sugerencias de cómo – le respondo sin más, en automático, como si fuera una necesidad, un instinto desde lo más profundo de mi ser. Pero sé que, con mi suerte, no nos saldrán dos guardianes otra vez, si no, el escuadrón completo.
– Muy bien, pero estas equivocada en una sola cosa, tú me acompañarás – comenta Anselmo con una ligera sonrisa en los labios – desde mañana nos prepararemos. Esos vigilantes han despertado la curiosidad del Qato y el Qato va por a ir a averiguar.

Sus ojos brillan, igual que deben hacer los míos. Es claro que estamos sintonizados, debemos entrar.

jueves, 15 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA QATO - CAPITULO 2 - PLANEAMIENTO.



– Aquí está, señorita – me dice Filemón entregándome mi paquete de provisiones diarias, justo a la salida de la clase de historia con “El Chivito” – como está, señorito Anselmo – saluda a este cuando gira a mirarlo.
– Muy bien, señorito Filemón – le responde este en tono sarcástico. Filemón, como siempre, lo ignora, haciéndole un ademán de reverencia.
– Debo ir a buscar a la señorita Casilda a entregarle sus provisiones de hoy, los veré mañana. Saludos – se despide con la amabilidad que siempre lo acompaña, dando media vuelta, para dirigirse hacia el ala donde da clases mi hermana.
– Hoy lo almidonaron más de la cuenta, ¿no crees? – se burla Anselmo, justo a las espaldas de Filemón. Yo solo me limito a poner los ojos en blanco. Debería dejar de molestar ya al pobre. Él no tiene la culpa, mi madre obliga a todos sus empleados a actuar así.
– En vez de molestar, ¿podrías hacerme un favor? – le pregunto, con los brazos cruzados – llévame esto a mi casillero, bueno, esto no – le pido, al momento que saco dos termos del paquete, para ponerlos en mi maleta. Anselmo me responde con una sonrisa y un ademán con dos dedos en su frente, tomando el bulto de mis manos.
– No olvides nuestra cita, Cas – me dice Anselmo, dando la media vuelta antes de que le reclame.
¡Odio ese apodo y lo sabe!
Pero no me da tiempo de reclamarle. El muy estúpido se da la vuelta y se dirige hacia su siguiente clase y yo, a la mía. Afortunadamente, este año solo tomamos tres clases juntos, no como el año anterior, cuando lo veía hasta en la sopa, literalmente.
No me malentiendan, adoro a Anselmo, ha sido mi mejor amigo desde cachorros, pero a veces me asfixia su amistad, sobre todo cuando está Casiano cerca.
Lo odia.
No puedo creer que sea tan rencoroso. No olvida esa vieja rivalidad de niños, cuando ambos estaban en el equipo de futbol. Casiano era el capitán del equipo y Anselmo, su suplente.
Ya es hora de que lo supere.
– Vamos, Casandra – me indica Quiteria, mientras me arrastra a la siguiente clase por los pasillos de la escuela. La luz del día todavía se cuela por los ventanales en lo alto de los arcos que van a lo largo del extenso corredor, lastimándonos los ojos. “Tonto”, me digo. Es una necedad que nos fuercen a que nuestras clases sean parte en el día.
¿Es que no saben que nuestra visión es mejor de noche?
Por suerte, a alguien se le ocurrió que no era justo, considerando que nuestra naturaleza nos impide levantarnos antes del mediodía y una parte de nuestros estudios se realiza en la noche, las más importantes, las que tienen que ver con nuestra parte felina.
Si fuera por mí, las clases iniciaran justo al anochecer, pero claro, eso no ayudaría para integrarnos al mundo humano, que es el propósito de este lugar. Tampoco nos ayuda en nada las clases de “Planeamiento” que, aunque se ve muy bien en nuestros créditos, no tiene nada que ver con hacer un “plan”, más bien con “planear”, que es lo que hacemos los Qatos cuando saltamos de un árbol.
Ese es precisamente el lugar a donde voy ahora, al bosque.
– Recuerda nuestro trato – me indica Quiteria.
– Claro, como olvidarlo – le respondo, al momento que le hago un gesto para que me suelte.
– Lo siento, es que no quiero que te distraigas con tu “novio” – me dice y yo saco un gruñido detrás de mi garganta.
¡Qué le pasa, Anselmo es mi amigo!
– No sé de qué me hablas, no tengo novio – le contesto, reprimiendo mi enojo.
– ¡Hay por favor! – Me dice Quiteria con ironía – siempre están juntos, ¿crees que no se nota?
– Siempre hemos estado juntos, tienes razón, desde que éramos críos – le respondo y ella me lanza una risita sarcástica.
– Bueno, si no son novios, no te importará si ronroneo en su cuello, ¿verdad? – inquiere ella.
– No, para nada – le contesto. Que haga lo que quiera con Anselmo, después de todo, es raro que un chico de catorce como él, todavía no tenga novia. Será incomodo para ella, pues nuestra amistad será lo más importante, así que, si lo quiere a él, tendrá que soportarme.
– Listo, está dicho – finaliza, levantando una ceja – bueno, tenemos poco tiempo para tomar un refrigerio antes de la clase, ¿trajiste algo bueno para ambas?, muero de hambre – me dice, como si nunca hubiésemos hablado de Anselmo.
– Estofado de ternera, traído desde la cocina de mi casa esta misma tarde, ¿te parece bien? – le respondo.
– ¡Excelente!, muchas gracias – me dice, con una sonrisa ávida – después que comamos, será mi momento de cumplir con mi parte.
– Listo – le respondo, al tiempo que le paso su termo con la comida caliente y nos sentamos cerca del primer arbusto que encontramos. Todos los demás estudiantes se encuentran en el sitio, consumiendo de lo que hay en la cafetería; esa comida rancia de la que mis padres se niegan a que coma y prefieren enviar a Filemón a diario desde mi casa, que se encuentra a una hora de distancia.
– Solo recuerda relajarte antes de la transformación, es más fácil si te dejas llevar por tus instintos – me aconseja Quiteria entre bocado y bocado.
– Si, para ti es sencillo, tú eres natural, en cambio yo, creo que estoy perdiendo mis instintos – le digo, mientras tomo otro trozo de carne.
– Dime, ¿has dejado de ronronear o de gruñir? – me cuestiona.
– No, eso no – le respondo con desgano.
– Entonces, sigues siendo Qato. Tu naturaleza está ahí, solo que te es más sencillo hacer ruidos. La transformación es menos común y es por lo que tarda más, por eso es que los cachorros no pueden y es sencillo que pasen por humanos en la primaria; pero, una vez pasamos a la pubertad, debemos venir aquí para terminar nuestra educación, El Concejo no quiere una transformación involuntaria delante de los humanos, incluyéndome. Todos somos admitidos aquí, no importa nuestro status social, por el bien del secreto – me comenta, con voz serena – ahora, te aconsejo que te apoyes en el gruñido, es algo natural. Cierra los ojos y gruñe un poco en cada exhalación.
Respiro profundo y luego exhalo en un gruñido, pero me pongo nerviosa.
Una de las razones por las cuales tomé esta clase me está mirando justo en este momento. Bajo la vista para ocultar mis cachetes sonrosados. Quiteria me mira y hace ruidos con la lengua.
– Te dije que cerraras los ojos, ¿no es así? – me reclama.
– Si, lo siento – le respondo.
– No te disculpes, esto es serio, acordamos que te ayudaría a pasar la materia a cambio de tus fabulosas meriendas y te juro que vas a pasar, aunque tenga que ponerte unas alas delta para que planees bien – me dice molesta – Ahora, Casiano es buenísimo en esto, como en todo lo que hace, él no tiene problemas, tú, si, ¿quieres cerrar los ojos y hacer lo que te pido?
Asiento con la cabeza y cierro los ojos.
– Bien, bien, ahora pon la mente en blanco – su voz es tranquila, no como hace unos segundos – vamos, has que tus gruñidos sean más fuertes cada vez – y así hago, aunque es un poco difícil. La gente está equivocada, es sencillo poner la mente en color negro, no en blanco, pero supongo que a ella no le importará el color de mi mente en estos momentos, así que dejaré mi mente en negro, no en blanco – esto no está funcionando – continua hablando, mientras se pasa una mano por la cara – ya deberías haber cambiado. Intentaremos con otra cosa, ¿qué me dices del sexo opuesto?, eso es parte de nuestra naturaleza, también.
– ¿Sexo opuesto? – hago eco de su pregunta, mientras un escalofrió me recorre por la nuca, erizando mi piel, cual Qato.
– Si, boba, los machos, esos que se la pasan ronroneando en nuestros cuellos, marcándonos como su propiedad – me responde, poniendo los ojos en blanco.
Eso le pasará a ella, a mí nadie me hace nada como ronronear en mi cuello. Bueno, solo Anselmo, pero eso lo hace desde que era un cachorro. Yo también se lo hago y no tiene nada que ver con que me guste; es solo familiar, es todo.
– Me imagino que, como no quieres admitir que Anselmo es tu novio, deberás concentrarte en Casiano, ¿te parece? – me dice, mientras me mira con una ceja levantada.
– Entonces, ¿tengo permiso para concentrarme en Casiano? – le pregunto emocionada.
– Si amiga, claro que sí, todo lo que quieras.

viernes, 2 de octubre de 2015

OTRO DÍA EN LA ACADEMIA QATO - CAPITULO 1 - LUCES BRILLANTES.




– ¡Por favor, Anselmo, suéltame! – le digo a este, cuando trata de detenerme a la entrada del salón de clases.
– ¡Te prometo que esta vez será diferente! – me suplica, pero yo sigo mi camino hacia mi puesto habitual. Anselmo también se sienta en su puesto de costumbre, justo detrás de mí.
– Te lo digo, eran luces brillantes y se movían de un lado para el otro, justo en la torre del este – trata de tentar mi curiosidad, pero me mantengo firme. La última vez, cuando seguí esas disparatadas expediciones suyas, por casi me pescan y a él, también.
– Abran sus libros en la página veinticinco – nos dice a todos el "Chivito Loco", como todo el mundo conoce al Profesor Aramis, un viejo que de seguro asistió a la escuela con Matusalén. Sus barbas le llegan casi a la cintura y muchas veces puedes observar cosas que se le quedan justo ahí; hoy, por ejemplo, tiene incrustada entre las hebras de pelo, dos clips de papel.
¿Que cómo lo sé?
Pues, porque brillan cada vez que la luz los toca. Es el único profesor en toda la ACADEMIA que le pasa esto, ni siquiera la profesora Matilda descuida tanto su apariencia. En lo personal, pienso que debería acicalarse un poco más. Esas excentricidades son para gente de poco juicio, precisamente, como el Chivito Loco.
– Shhhh... – se escucha desde atrás. Es Casiano, que me mira y me hace sonrojar. Creo que sabe lo que siento por él, pero se hace el interesante.
¡Es tan lindo!
Si tan solo dejara de tener tantas "amigas".
– Como siempre, sin poner mucha atención, señorita Casandra – me reprende el profe, cuando ve que ni siquiera he sacado el libro. Yo me pongo helada, no me gusta que me llamen la atención delante de todos. No, mis compañeros no son mis amigos, pero son gente y prefiero pasar sin pena ni gloria, y este preciso momento es de los que considero como penoso. Levanto la mirada con cierto horror al verlo. El Chivito me mira con una ceja levantada. Claramente, está esperando que haga lo propio, así que pongo de mi parte para descongelar mi cuerpo ante la vergüenza y tomo mi vieja maletita para sacar el libro y, rápidamente, procedo buscar aquella página.
"Culturas en la Edad Antigua", dice.
– Te lo digo, se ven desde mi habitación que no está lejos de la torre. Será sencillo – vuelve a insistir Anselmo, susurrando detrás de mi cuello, justo en el momento en que el Chivito da la media vuelta para colocarse delante de la pizarra, sin darse cuenta que Anselmo sigue hablando. Nunca he entendido como soy yo quien sale regañada, mientras él hace más barullo que yo y nadie lo nota.
Definitivamente, debe haber algo mal en mí.
– ¡No, no y mil veces no! – le insisto en un susurro. No quiero problemas – además, ¿cómo pretendes que me escurras al ala de los varones?, ¡estás loco!
– Solo habla con Amina, sé que, si le dices que es un favor para mí, lo hará – me responde, casi poniendo su boca en mí oído, lo que me provoca cierto escalofrío y me hace ronronear, llamando la atención de algunos.
– ¿Y ahora qué hizo, que te debe un favor? – le pregunto intrigada.
– Digamos que un internado no la va a detener, como mis padres creen – me contesta, guiñándome. Debo sacar de mi sistema la imagen que se me forma en la mente, aquella en la que veo a Amina saliendo a hurtadillas del dormitorio de varones. Definitivamente, hay cosas que no cambiarán y hay personas que no pueden reprimir su naturaleza.
– A ver jóvenes, ¿cómo quieren que sea la lección, aburrida o amena?, de hecho, hoy yo quiero aprender de ustedes – empieza a hablar el Chivito, mientras pasea de un lado a otro por el pasillo entre las bancas. En este momento, todo el mundo comienza a murmurar. Por supuesto, escucho voces aquí y allá mencionando la frase "¡obvio, amena!" – alguien que me diga, por favor – solicita el profe, al tiempo que detiene la vista en cada uno – a ver, a ver – continúa al tiempo que saca ese huesudo dedo índice de su mano derecha – ¡usted! – exclama con entusiasmo, señalando a, nada más y nada menos, que a mí.
El color se me sube, como si fuera un termómetro en agua caliente. Las piernas me tiemblan cual gelatina, al momento de levantarme. Miro a todo mi en rededor y observo varias expresiones de mis compañeros, unos, con cara de "ya va a meter la pata" y otros con la expresión de un niño rezándole a sus padres para que los dejen ver tele.
– Díganos Cassandra, qué le gustaría – indica el Profe Aramis, al momento que Anselmo me hace una caricia en la mano para darme ánimo.
– Eh... amena... ¿profesor?
¡Qué bochorno!
Me siento de inmediato.
Mis compañeros comienzan a cuchichear y hacer burlas detrás de mí y yo, simplemente, espero que me trague la tierra. Anselmo me palmea el hombro.
– ¡Perfecto!, muchas gracias Señorita Cassandra – responde el Señor Aramis, ignorando que casi me desmayo – bien, ahora que hemos establecido cómo será esto, quisiera que leyeran el título y luego – nos mira a todos en dos recorridos rápidos, verificando que estemos obedeciendo sus instrucciones, para luego decir – tomen su libro y guárdenlo en su maleta – todos nos quedamos mirando los unos a los otros, pero, como todos sabemos que a este profe no le pusieron ese apodo por nada, de inmediato hacemos lo propio.
– Bien, ahora les pregunto yo, ¿por qué nosotros debemos conocer las culturas de la Edad Antigua?
– Si no me ayudas, tendré que hacer esto solo y tú no querrás que me atrapen, ¿verdad? – Continúa diciéndome Anselmo, poniendo esa cara de gato apaleado, sacando mi mirada de lo que hace el profesor – por fa, por fa, por fa – me suplica.
– Está bien, pero si algo sale mal, tú te harás responsable, ¿ok? – ¡rayos!, ¿por qué siempre me dejo convencer?
– Ok – me responde, dándome un pequeño golpe en mi hombro con su puño.

– Fue en la época donde nuestra raza interactuaba con la raza humana – responde Minerva, por supuesto. Si había alguien feliz en contestar, tendría que haber sido precisamente ella.
– ¡Exacto! – le responde el profesor, al tiempo que algunos comienzan a cuchichear – bien, ¿alguien más me puede decir desde cuanto tenemos contactos con los humanos?, veamos – dice, al tiempo que vuelve a sacar ese miserable dedo suyo, el cual pasa de un lado al otro y me siento bendecida cada vez que pasa de largo.
– Yo profesor – responde Casiano, quien se levanta, haciendo suspirar a más de cuatro chicas y saca un pequeño rugido de la garganta de Anselmo, entre otros chicos.
Los qatos machos deberían ser menos territoriales, no todas las chicas son su propiedad.
– Desde hace unos veinte mil años, pero fue hasta hace unos nueve mil, cuando les enseñamos la escritura, que comenzaron a haber evidencia de nuestra relación con los humanos – responde Casiano.
– Eso todo el mundo lo sabe – murmura Anselmo detrás de mí.
– ¿Quieres callarte?, me desconcentras – le respondo molesta.
– Sí, sí, claro, tu precioso Casiano – contesta Anselmo, haciéndole burlas.
– Si sigues molestando, me retracto de acompañarte, ¿de acuerdo? – lo amenazo, mientras lo fulmino con la mirada y el agacha la cara.
–  Ahora, ¿Por qué nuestra relación con los humanos fue tan buena durante tanto tiempo? – inquiere nuevamente el Chivito, al tiempo que Minerva vuelve a levantar la mano – no, ya usted participó, señorita Minerva, requerimos a otra persona para que gane su nota – indica, al tiempo que todos comienzan a mirarse entre sí.
¿Nota?, nadie dijo que estas preguntas eran parte de una calificación.
– Sabia que tendría su atención si les decía para qué tanta pregunta – vuelve a hablar el Chivito.
Esto no me conviene para nada. Mis padres no se sentirán muy complacidos si traigo malas calificaciones. De inmediato, me levanto.
– Debido a que nos veían como sus iguales, pero, al demostrarles que éramos una cultura más avanzada, empezaron a temernos, así que tuvimos que ocultar nuestra naturaleza – respondo de inmediato.
– ¡Correcto Casandra! – Me indica el profe, entusiasmado – esta es la razón por la cual se creó esta ACADEMIA, para que pudiésemos coexistir con los humanos sin que nos teman, hasta que podamos revelar nuestra naturaleza con confianza.
– Bien, Casandra – me felicita Anselmo.
– Espero que no lo digas para que no me eche para atrás – le contesto.

– Eso nunca lo harías, ya me diste tu palabra y si sé algo de ti es que tu palabra es un hecho – me dice con un guiño.