Andrea Watson. Ese fue el nombre que di cuando me inscribí en el curso de aeróbicos. No Andrea Robinson, mi nombre de casada
No quería que alguien por casualidad o por
tener tema de conversación, tratara de recordarme lo que estaba haciendo, ser
una mala esposa que estaba abandonando a sus hijos. A lo mejor no era de esta
manera, pero así era como me sentía.
También procuraba guardar los anillos
mientras estaba en el gimnasio, así nadie notaria cuan casada estaba.
Usualmente llevaba mis dos anillos, tanto el de compromiso como el de casada. Me
sentía muy orgullosa de ellos, ya que demostraba mi status en la vida, al que
yo siempre aspiré, ser el soporte más importante de la familia que yo forjara. Ahora
los anillos eran como ácido para mí, me recordaban a cada minuto lo mal que había
llevado mi rol. Aún así, ellos también llevaban la promesa de que tarde o
temprano volvería a recuperar lo que estaba dejando tan despreocupadamente.
Aunque yo le prometí a Mike llamarlo al
menos una vez por semana, eso no quería decir que el no me enviara mensajes de
texto todas las noches, a las nueve en punto. Me mandaba un mensaje distinto
todas las noches, cosas como que lo
nuestro no se hizo en un día y que jamás iba a terminar, o que la llama entre dos corazones que se aman no
se apagaba con la distancia, o simplemente un los niños te extrañan y yo también, con lo cual solamente hacía que
mi dolor se acrecentara, porque más que perder a Mike, me dolía lo que pensaran
mis hijos.
Andy siempre me enviaba un mensaje después
que llegaba del colegio, incluso nos comunicábamos por internet cuando yo
llegaba a la casa y me conectaba, siempre preguntándome por cómo me iba en las
clases, incluso me pedía que le enviara fotos de cuando estaba haciendo mi
rutina. Por lo general le pedía a alguien que la tomara para enviársela cuanto
me llamara. Cada vez que veía a mi bebé tenía que combatir las lágrimas para
que no me viera llorar, por lo que a veces hablaba con él varias veces en el día,
pero por poco tiempo.
Micky era otra cosa. Las pocas veces que
hablaba conmigo por teléfono, me contestaba con un si o un no de vez en
cuando, la única pregunta en concreto que me hacía era que cuándo volvería, y
siempre terminaba diciéndome que me amaba mucho. El nunca ha sido muy
comunicativo que digamos, pero el solo hecho de hablar conmigo me desgarraba el
alma cada vez. Era muy duro hacer lo que estaba haciendo, pero sabía que debía hacerlo,
de otro modo esta familia se vendría abajo. Mike me faltaría descaradamente, y
yo estaría desecha y amargada, y mis hijos estarían allí para resentir todo
aquello.
No, eso no era lo que yo quería, ni tampoco
era lo que mis hijos se merecían.
No me molesté en hacer muchos amigos en el
curso, solamente me dedicaba a ver las diferentes técnicas y luego de ello irme
a casa, un departamento que se componía de una sola habitación amplia, donde había
un rincón para cada cosa, la única puerta a parte de la de entrada era la de
cuarto de baño, el cual estaba equipado de una ducha y un inodoro, no tenia
lavamanos.
Estaba bien, Mike me dejó una buena suma
como para alquilarme un departamento más espacioso si quería, pero en mi
interior no me apetecía un lugar que me recordara a un hogar, ese estaba donde
se encontraba mis hijos, y bueno, también Mike.
Todavía no pensaba perdonarlo, ni siquiera sabía
que sentía por él, solamente recordaba la imagen de él con la domestica en la
mente, nada más. Pensar en volver a la casa sin haber aclarado bien mis
sentimientos, o al menos curarlos, significaba que mi resentimiento hacia él no
permitiría que pudiera estar a su lado, lo que al final provocaría que nos separáramos,
y para que esto funcionara, debía volverlo a sentir como mi pareja, no como si
nada hubiera pasado, sino que este engaño fuera parte de otro de nuestros obstáculos
superados, igual que cuando al principio me costó aprender cómo le gustaba que
almidonara sus camisas, o como le gustaba que cocinara. Esto no se parecía a
aquello, pero quería tener la sensación de que esa etapa había pasado.
Un buen día estaba yo sentada en la cafetería
del gimnasio, cuando el mesero llegó con una nota decía las chicas lindas no deberían estar tristes.
Me quedé extrañadísima.
Busqué por todos lados a ver quien
estuviera mirándome, pero no vi a nadie.
Tomé la nota y la guardé en mi maletín y me
retiré de inmediato. No quería que nadie creyera que estaba allí para flirtear.
Yo estaba allí para darle una lección a Mike, mientras curaba mi herida. Y la
mejor forma de espantar a cualquier futuro pretendiente era alejarme lo más
pronto posible antes de que llagara una segunda nota.
Al día siguiente evite la cafetería y me
fui directamente al salón de las clases, a pesar de que sabía que no habría
nadie. Comencé a practicar la rutina del día anterior. Mis compañeros fueron
llegando en grupos y la sala se llenó. Nos explicaron las mejores técnicas de
respiración, a fin de optimizar nuestro
rendimiento. Luego salimos y yo me fui directo al departamento a esperar que me
llamara Andy.
Para la siguiente clase, cuando llegué a mi
casillero en el gimnasio, me encontré una rosa rosada pegada con cinta adhesiva
a la puerta, y una nota que decía a veces
los amigos vienen de formas muy extrañas.
Para mi alivio me encontraba sola, de no
haber sido así, alguien hubiera notado que el pequeño gesto me ruborizó. Guardé
la nota y la rosa dentro del casillero, no quería que nadie las viera, podrían
pensar que le estaba dando la importancia que esa persona pretendía que
tuviera. Podría pensar que tenía oportunidad de acercarse.
Durante esa semana llegaron cada día, una
nueva rosa y un nuevo mensaje. Notas de aliento como, no
estes triste, regálale una sonrisa a la vida, o, limpia
tu carita y muéstrales a los demás tu hermosa mirada, que robaban de mi boca una ligera sonrisa. Quienquiera que me
enviara los mensajes ciertamente me estaba observando detenidamente, y había notado
lo afligida que me sentía. Las notas me hacían olvidar por un momento mi
tristeza, y de algún modo, aunque no conociera a la persona, me daban la sensación
de estar acompañada.
Pensaba que, de alguna manera le importaba
a esta persona desconocida.
Más notas llegaron, y con cada una, me sentía
feliz. Incluso llegó un momento en que las esperaba. Procuraba llegar a mi
casillero antes que las demás, y guardaba las rosas hasta que era el momento de
irme a casa. Todas las notas estaban guardadas en el buró al lado de mi cama y
las rosas las tenía en un jarrón de ese mismo mueble, donde podía admirarlas, mientras me comunicaba
con mis hijos, o más bien, con Andy la mayor parte del tiempo, que me decía que
me veía muy animada, y que estaba feliz por mí.
Comencé
a hacer algunos amigos en el gimnasio. Digamos que más bien dejé de ignorar esa
parte de mí que me decía que era una total descortés, al limitarme dando el clásico
“buenos días” o “buenas tardes”. Por lo general procuraba tener cierta platica con
la gente que me rodeaba, acerca de cómo se veía el tipo de ropa que usaban, o elogiar
el buen desempeño que tenían durante las clases. Normalmente cuando lo hacían conmigo
en este curso, yo solía dar las gracias e irme para otro lado. Ahora no
solamente agradecía sino que procuraba decirles algo igual o mejor.
Pronto mis compañeros y yo hacíamos grupos
en la cafetería antes de entrar a clases, igual que como lo hacía en
secundaria. Decíamos una que otra broma y nos divertíamos con las anécdotas de
todos. Era como tus compañeros de clase debían ser, y de lo cual hasta ahora había
escapado.
Me sentí mucho más animada que antes, tanto
que llevé esto un poco más allá, empecé a salir con el grupo. Por lo general
hacer cosas inocentes, como divertirnos en el cine o ir a uno que otro karaoke
un viernes por la noche. Era maravilloso y estaba mucho más relajada.
Fue entonces cuando Gabe decidió acercarse
a mí, y el descalabro hacia un nuevo mundo inició.
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